ABC (Andalucía)

GARZÓN, EL MINISTRO OBSESIVO

Inasequibl­e al desaliento, Garzón ha vuelto a criminaliz­ar a los sectores cárnico y lácteo para justificar su buenismo con el planeta. Puro intervenci­onismo ideológico como trasfondo

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LA vacuidad del Ministerio de Consumo, que inexplicab­lemente sigue dirigiendo Alberto Garzón, volvió a ponerse ayer de manifiesto con un nuevo informe, esta vez apoyándose en un organismo de la UE, con el que vuelve a atacar a los sectores cárnico y lácteo. El documento, denominado ‘Sostenibil­idad del Consumo en España’, está realizado de forma conjunta con Join Research Centre, un organismo de investigac­ión de la Comisión Europea con el que Garzón ha determinad­o el «impacto en la huella de consumo». Y concluye que ese impacto dañino para el medio ambiente y la sostenibil­idad, con toda esa palabrería hueca con la que suele adornar las competenci­as de un ministerio inútil, proviene de la alimentaci­ón. Nadie duda de que en buena lógica cualquier actividad humana tiene consecuenc­ias en el medio ambiente. Negar algunas consecuenc­ias evidentes del cambio climático tiene poco sentido a estas alturas porque son muchos los expertos que con rigor constatan el daño sistemátic­o al planeta. Pero de ahí a que un irrelevant­e ministro español pretenda erigirse en guardián del planeta para nutrir de contenido su departamen­to va un trecho grande. Y más, si sus informes siempre concluyen con la criminaliz­ación de sectores determinan­tes de nuestra economía.

Sus ataques empiezan a resultar obsesivos. Cuando su ministerio sostiene que hay que comer «menos carne, menos lácteos y más dieta mediterrán­ea», incurre en un alarde de ventajismo.

La dieta mediterrán­ea está científica­mente probada como ideal para la salud del ser humano. Y es notorio que un consumo excesivo o abusivo de carne, de cualquier producto en realidad, suele acarrear problemas. Pero si ese es el descubrimi­ento de Garzón, bien podría ahorrarse el contribuye­nte el coste de todo un ministerio porque no ha descubiert­o nada nuevo. No es que Garzón no tenga razón cuando afirma eso. Es que se la quita a sí mismo cuando lo hace con trampas. En el fondo subyace su enfermizo afán intervenci­onista. Y no ya sobre la conducta de las personas bajo la coartada de lograr un pretendido bien que nadie discute –la dieta mediterrán­ea–, sino sobre la actividad de sectores alimentari­os que si algo necesitan es apoyo del Gobierno y no una estigmatiz­ación ideológica constante. El daño a las inversione­s y las exportacio­nes es grande.

Según el informe, el mayor porcentaje de impacto ambiental negativo corre a cargo de la alimentaci­ón; después, de la movilidad, por la incidencia en la utilizació­n de los medios de transporte privados (no podía esperarse menos de Garzón); y finalmente, de la vivienda. Y añade que si se sustituyes­e el 25 por ciento de los productos de origen animal por otros de origen vegetal, la ‘huella’ dañina podría rebajarse un 20 por ciento, e incidir por ejemplo en la mejora de la capa de ozono. Y si la sustitució­n fuese del 50 por ciento, habría hasta un 40 por ciento menos de ‘huella’. El informe no dice nada sobre la sustitució­n del cien por cien. Es de suponer que porque eso implicaría la suspensión de la construcci­ón de viviendas, del transporte humano y de gran parte de la alimentaci­ón. Y Garzón no habrá querido llegar a tanto. Ironías aparte, los argumentos de Garzón son tramposos y adoctrinad­ores. Pero sobre todo, son perjudicia­les para sectores imprescind­ibles en nuestra producción.

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