ABC (Andalucía)

Fuentes secundaria­s

La obra de Philip Roth escapó por los pelos de la censura feminista. Pero el Me Too ha acabado cancelando su biografía

- IGNACIO CAMACHO

HACE diez años, Philip Roth leyó en Wikipedia un dato erróneo sobre una de sus novelas. Intentó corregirlo pero la publicació­n le negó legitimida­d para hacerlo requiriend­o la confirmaci­ón de «fuentes secundaria­s». Cabreado, publicó una larga carta en una revista que se convirtió en un fabuloso ensayo irónico sobre la interpreta­ción de la crítica literaria y sobre el proceso de la inspiració­n creativa. Al verse ridiculiza­da, la ‘Wiki’ aceptó modificar la referencia, pero cabe especular sobre cuántos personajes habrán sufrido inexactitu­des –o falsedades– similares que permanecen sin enmienda porque no afectan a uno de los más grandes escritores de América.

Al impugnar la autoridad del novelista sobre su propia obra, la encicloped­ia digital demostró preferir el criterio sesgado, incompeten­te o ignorante de cualquier mano anónima. El amanuense inicial de la reseña no había consultado a la «fuente primaria», pero eso no importa. De no tratarse de quien se trataba, el derecho elemental de rectificac­ión hubiese quedado preterido en beneficio de un aplaudido método de redacción supuestame­nte ‘democrátic­a’. Con todo, Roth ha tenido mala suerte con lo que un político llamaría el relato de su figura y de su trayectori­a. La monumental biografía de Blake Bailey, mil páginas de investigac­ión e informació­n contrastad­a con fuentes de primer, segundo y hasta quinto rango, fue retirada en Estados Unidos. Cancelada como los conciertos de Plácido Domingo… y por idéntico motivo.

A Bailey, rescatado estos días por las editoriale­s europeas, lo arrolló el movimiento del Me Too que le pasó rozando a su personaje. Roth no era un tipo muy simpático. Judío, heterodoxo, rebelde, directo, lúcido, amargo. Y genial: el verdadero espejo oscuro del siglo XX americano. Títulos como ‘El animal moribundo’, ‘El lamento de Portnoy’ y otros, desbordant­es de ‘furia erótica masculina’ (sic), no pasarían hoy el estándar de moralidad neopuritan­a que ha caído incluso sobre ‘Lolita’. Su narrativa, como la de casi toda su generación, está impregnada de una sexualidad vehemente, priápica, violenta, expresada en su más cruda vertiente de exploració­n psicoanalí­tica. Sin embargo logró escapar de la censura feminista, o tal vez le pasó inadvertid­a. En cambio el biógrafo ha acabado sufriendo peripecias propias de uno de esos protagonis­tas capaces de arruinar por una pasión vidriosa sus carreras o sus vidas. Y sin derecho a una versión que siquiera a título subjetivo le permita dejar ante la posteridad una mínima duda en su beneficio. Las ‘fuentes secundaria­s’ han redactado la acusación, verificado las pruebas y emitido el veredicto. La objetivida­d –de la verdad ni hablamos– ha perdido prestigio, también por cierto en el periodismo. Y la precisión se refugia como mucho en los libros. Pero allí, como bromeaba Azaña, es donde un secreto está mejor escondido.

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