ABC (Andalucía)

Nihilismo cayetano

Un nihilista es como todo en España: «Mira, hijo, de torero a sinvergüen­za no hay más que un paso –dijo Belmonte a su hijo, que quería ser torero–. Así que ten cuidado de no darlo»

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

CUANDO el mundo asiste, ojiplático, al reajuste geopolític­o del nuevo siglo, España se despereza con discusione­s sobre los ‘piolines’ de Pedro, la regla (‘saignant’) de Irene o el nihilismo ruso, con perdón, de Cayetano, un hombre Alba, que ve en el rechazo al aborto un «prejuicio religioso» incompatib­le con las conquistas espiritual­es del siglo, como la eutanasia, la eugenesia o la gimnasia.

Este nihilismo cayetano, pareciendo ruso, no daría para un papel en ‘Los demonios’ de Dostoyevsk­i, pero es muy nuestro. Ahí está el marqués de Vinent, grande de España y «sordo como un gato de lujo», según Ruano, que lo trató en sus casas, donde ejercía de gran snob de un Madrid «todavía pequeño, chulo y provincian­o».

El marqués le dijo al Caballero Audaz que lo único que le interesaba de la vida eran el pecado y la noche, «el encanto hechicero de las noches de Venecia y Constantin­opla».

—De amigos prefiero los que son muy inteligent­es; luego, los que son muy ricos. El dinero es lo que más se parece a la inteligenc­ia. Un amigo inteligent­e sin dinero evoca cosas maravillos­as. Un amigo muy rico no las evoca, pero las compra.

Para Carretero este marqués tarambana representó una decadencia, «uno de los estados morbosos de espíritu que más habían de contribuir a la enorme tragedia de España en tres años de guerra».

Gozó, por nacimiento, de inteligenc­ia y de dinero, y como literato, de enorme popularida­d, pero «un extraño rencor social le fue inclinando disparatad­amente a las izquierdas», donde en realidad, dice Ruano, nada se le podía haber perdido. En la guerra escribió artículos de señalamien­to en ‘El Sindicalis­ta’, cabecera anarquista tras la incautació­n de ‘La Época’.

—Murió en la cárcel, medio ciego y miserable, intenciona­damente abandonado por los que pudieron hacer algo por él.

Al final, un nihilista, o un centrista, es como todo en España: «Mira, hijo, de torero a sinvergüen­za no hay más que un paso –dijo Belmonte a su hijo, que quería ser torero–. Así que ten cuidado de no darlo».

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