La otra guerra de Boris
Johnson tendrá enfrente a Bruselas en la pretendida voladura del Protocolo de Irlanda del Norte
El Gobierno de Boris Johnson tiene varios frentes abiertos que le exigen mucha dedicación. El apoyo británico militar a Ucrania es encomiable, solo superado por Estados Unidos. La altísima inflación, la mayor de un país del G-7, ha hecho que se disparen las alarmas. El llamado ‘partygate’, el rosario de fiestas ilegales en Downing Street durante la pandemia, podría acabar de llevarse por delante al folclórico primer ministro. Las elecciones locales de hace unas semanas han dejado maltrechos a los conservadores. Tal vez por eso Boris parece dispuesto abrir una guerra comercial con la Unión Europea. Lo haría al saltarse a la torera el Protocolo de Irlanda del Norte que él mismo diseñó para poder culminar el Brexit. Es una manera de subir los decibelios de su discurso nacionalista e intentar recuperar votantes de clase trabajadora y del interior del país. También es una cesión peligrosa ante los unionistas del Ulster, cada vez más radicalizados ante su pérdida de apoyo popular.
El proyecto de voladura de este acuerdo internacional está lleno de contradicciones políticas y jurídicas. Al destruir el protocolo que regula la libre circulación de mercancías en el Ulster, el Gobierno de Londres pone en peligro la libertad de movimientos entre las dos Irlandas, fundamento de los históricos acuerdos de Viernes Santo que acabaron con la violencia. Es una actuación unilateral, que busca anular la regulación europea pactada y el sometimiento que en su día aceptaron al Tribunal de Justicia de la UE.
Bruselas quiere evitar en la medida de lo posible que salte por los aires la alambicada arquitectura jurídica elegida por los británicos para regular su salida. Está dispuesta a mejorarla e introducir mecanismos para limitar las fricciones en la aduana del mar de Irlanda. Pero solo si se hace dentro de la ley y a través del diálogo y del pacto. Con mesura y flema, la UE no desencadenará una guerra comercial, pero no le temblará el pulso si, para frenar al belicoso Boris, tiene que suspender el tratado de retirada y hasta el acuerdo de comercio y cooperación con el Reino Unido.