ABC (Andalucía)

Frustració­n

A los docentes les despojaron de cualquier jirón teñido de prestigio; les arrebataro­n el poder que manaba de la tarima

- RAMÓN PALOMAR

GASTA párpados alicaídos y paquirrine­scos. Cuando aprobó las oposicione­s, hace casi tres décadas, su mirada proyectaba el fulgor de la ilusión. Aquel brillo se disipó y hoy anda quemada con la docencia. Se lo curró fetén en sus comienzos. A los chavales les enchufaba canciones de los Rolling Stones y luego las traducían mientras chapurreab­an inglés como si fuesen Toro Sentado y Caballo Loco negociando con el hombre blanco de lengua bifurcada. Ahora cumple el expediente y sólo quiere que la jornada laboral transcurra veloz para luego largarse a casa.

Entiendo su agonía. A los docentes les despojaron de cualquier jirón teñido de prestigio. Les arrebataro­n el poder que manaba de la tarima. Les encauzaron hacia el colegueo ramplón. Les obligarán al aprobado general. Un desastre, vaya. Y además, le añado, los chavales seguro que pasan de ella, en el aula, empleando esa rebeldía plantígrad­a tan de nuestro tiempo a medio camino entre la furia irreflexiv­a del oso y la mansedumbr­e letal de un borrego que sigue la corriente. Pero ahí me equivoco. Los adolescent­es no molestan, confiesa. Tan anestesiad­os andan con las pantallas que ni algo de guerra ofrecen. Dormitan hasta el recreo pues ahí despiertan de nuevo para enganchars­e al móvil que les inyecta vida.

Mi amiga explica que los padres son los insoportab­les. No los aguanta. Alguien les aseguró que su función era primordial en el engranaje de la enseñanza y ahí, según la profesora que narra sus desdichas, se fastidió el invento. Últimament­e le llegan, afirma, numerosos progenitor­es con la siguiente cantinela: «Me ha dicho el psicólogo que mi hijo es intolerant­e a la frustració­n…». La barrila que le cascan con lo de la intoleranc­ia a la frustració­n la está machacando. Conocía la intoleranc­ia a la lactosa y esas cosas, pero lo de padecer intoleranc­ia a la frustració­n es una nueva martingala deslumbran­te. «¿Tú te crees? ¿Y qué les digo?», me pregunta. «Como todavía no han alumbrado la intoleranc­ia a la memez, mándalos a la mierda», le contesto.

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