Frustración
A los docentes les despojaron de cualquier jirón teñido de prestigio; les arrebataron el poder que manaba de la tarima
GASTA párpados alicaídos y paquirrinescos. Cuando aprobó las oposiciones, hace casi tres décadas, su mirada proyectaba el fulgor de la ilusión. Aquel brillo se disipó y hoy anda quemada con la docencia. Se lo curró fetén en sus comienzos. A los chavales les enchufaba canciones de los Rolling Stones y luego las traducían mientras chapurreaban inglés como si fuesen Toro Sentado y Caballo Loco negociando con el hombre blanco de lengua bifurcada. Ahora cumple el expediente y sólo quiere que la jornada laboral transcurra veloz para luego largarse a casa.
Entiendo su agonía. A los docentes les despojaron de cualquier jirón teñido de prestigio. Les arrebataron el poder que manaba de la tarima. Les encauzaron hacia el colegueo ramplón. Les obligarán al aprobado general. Un desastre, vaya. Y además, le añado, los chavales seguro que pasan de ella, en el aula, empleando esa rebeldía plantígrada tan de nuestro tiempo a medio camino entre la furia irreflexiva del oso y la mansedumbre letal de un borrego que sigue la corriente. Pero ahí me equivoco. Los adolescentes no molestan, confiesa. Tan anestesiados andan con las pantallas que ni algo de guerra ofrecen. Dormitan hasta el recreo pues ahí despiertan de nuevo para engancharse al móvil que les inyecta vida.
Mi amiga explica que los padres son los insoportables. No los aguanta. Alguien les aseguró que su función era primordial en el engranaje de la enseñanza y ahí, según la profesora que narra sus desdichas, se fastidió el invento. Últimamente le llegan, afirma, numerosos progenitores con la siguiente cantinela: «Me ha dicho el psicólogo que mi hijo es intolerante a la frustración…». La barrila que le cascan con lo de la intolerancia a la frustración la está machacando. Conocía la intolerancia a la lactosa y esas cosas, pero lo de padecer intolerancia a la frustración es una nueva martingala deslumbrante. «¿Tú te crees? ¿Y qué les digo?», me pregunta. «Como todavía no han alumbrado la intolerancia a la memez, mándalos a la mierda», le contesto.