El Rey terrenal y el sanchismo celestial
La gente quiere la España que construyó Don Juan Carlos, no la que está destruyendo Sánchez
L Apolítica irreal, la de moqueta, la que no conoce la calle porque le tiene pavor al abucheo, esa alianza vitriólica que ha devorado las instituciones y ha rebajado el poder adquisitivo de los españoles, la que inventa problemas surrealistas y mira a la gente desde un cristal tintado ha instaurado en España la cultura de la infalibilidad. Mentes primarias y espaldas sin estrenar analizan el mundo con altivez sólo porque tienen el carné de un partido progre y, por tanto, pertenecen a una clase moralmente superior. Así hemos llegado a la aberración de tener que aguantar a pontificadores ineptos. Ver a Lastra o a Rufián dogmatizando sobre el Rey emérito es un escarnio, una vergüenza para una sociedad que se está yendo al sumidero por las canaletas de una clase política sin sustancia, primaria, rudimentaria, casi cromañona. Resulta devastador asistir al recital de improperios que estos alterados dedican a la Corona, es decir, a España. Y sobre todo resulta esperpéntico comprobar cómo los adalides de la bonhomía crucifican a un octogenario eludiendo los más elementales principios democráticos. Con independencia de la labor política de Don Juan Carlos I, que ha sido ensalzada por todos los historiadores internacionales de prestigio, el respeto a su figura es una cuestión de educación. Nada más.
El error es un órgano vital. Como tenemos corazón o hígado, cometemos errores. Pero para el altísimo poder monclovita es obligatorio que su adversario sea infalible. Por supuesto, la caterva sanchista, que no socialista, está instalada en el púlpito de la excelencia divina y, a pesar de que va por la vida repartiendo carnés de filantropía, no perdona el menor descuido del contrario. Desde que Don Juan Carlos I aterrizó en Vigo sólo hemos escuchado insultos por parte del bando angelical. Se han pasado por el forro la libertad de movimientos, el derecho a residir en tu país, la Constitución... El viejo PSOE de González y de Guerra se retuerce de dolor mientras Sánchez y sus aliados, todos antisistema, se ceban contra la viga maestra de nuestro Estado. La monarquía es símbolo de progreso en España, de ahí la animadversión que genera entre los aspirantes a monopolizar el progreso. Es una cuestión de competencia.
Una cosa es la crítica sobre algunos de sus actos o sobre la forma en la que ha regresado, que puede ser enriquecedora, como cualquier crítica, y otra el castigo desmedido que las deidades progres le están dando a uno de los personajes más importantes de nuestra historia reciente. Estos arcángeles que sólo ven las equivocaciones ajenas y borran los aciertos son unos tarados en la Casa de los Espejos, esa atracción de feria en la que todo se proyecta distorsionado. Lo que ellos no saben todavía, porque su soberbia sobrehumana les impide enterarse de lo que pasa fuera de su burbuja, es que la gente de carne y hueso, la que madruga y piensa sin tutelas ni carnés, la que se equivoca, se ve reflejada en la España que construyó el Rey terrenal, no en la que está destruyendo el sanchismo celestial.