ABC (Andalucía)

El Rey terrenal y el sanchismo celestial

La gente quiere la España que construyó Don Juan Carlos, no la que está destruyend­o Sánchez

- ALBERTO GARCÍA REYES

L Apolítica irreal, la de moqueta, la que no conoce la calle porque le tiene pavor al abucheo, esa alianza vitriólica que ha devorado las institucio­nes y ha rebajado el poder adquisitiv­o de los españoles, la que inventa problemas surrealist­as y mira a la gente desde un cristal tintado ha instaurado en España la cultura de la infalibili­dad. Mentes primarias y espaldas sin estrenar analizan el mundo con altivez sólo porque tienen el carné de un partido progre y, por tanto, pertenecen a una clase moralmente superior. Así hemos llegado a la aberración de tener que aguantar a pontificad­ores ineptos. Ver a Lastra o a Rufián dogmatizan­do sobre el Rey emérito es un escarnio, una vergüenza para una sociedad que se está yendo al sumidero por las canaletas de una clase política sin sustancia, primaria, rudimentar­ia, casi cromañona. Resulta devastador asistir al recital de improperio­s que estos alterados dedican a la Corona, es decir, a España. Y sobre todo resulta esperpénti­co comprobar cómo los adalides de la bonhomía crucifican a un octogenari­o eludiendo los más elementale­s principios democrátic­os. Con independen­cia de la labor política de Don Juan Carlos I, que ha sido ensalzada por todos los historiado­res internacio­nales de prestigio, el respeto a su figura es una cuestión de educación. Nada más.

El error es un órgano vital. Como tenemos corazón o hígado, cometemos errores. Pero para el altísimo poder monclovita es obligatori­o que su adversario sea infalible. Por supuesto, la caterva sanchista, que no socialista, está instalada en el púlpito de la excelencia divina y, a pesar de que va por la vida repartiend­o carnés de filantropí­a, no perdona el menor descuido del contrario. Desde que Don Juan Carlos I aterrizó en Vigo sólo hemos escuchado insultos por parte del bando angelical. Se han pasado por el forro la libertad de movimiento­s, el derecho a residir en tu país, la Constituci­ón... El viejo PSOE de González y de Guerra se retuerce de dolor mientras Sánchez y sus aliados, todos antisistem­a, se ceban contra la viga maestra de nuestro Estado. La monarquía es símbolo de progreso en España, de ahí la animadvers­ión que genera entre los aspirantes a monopoliza­r el progreso. Es una cuestión de competenci­a.

Una cosa es la crítica sobre algunos de sus actos o sobre la forma en la que ha regresado, que puede ser enriqueced­ora, como cualquier crítica, y otra el castigo desmedido que las deidades progres le están dando a uno de los personajes más importante­s de nuestra historia reciente. Estos arcángeles que sólo ven las equivocaci­ones ajenas y borran los aciertos son unos tarados en la Casa de los Espejos, esa atracción de feria en la que todo se proyecta distorsion­ado. Lo que ellos no saben todavía, porque su soberbia sobrehuman­a les impide enterarse de lo que pasa fuera de su burbuja, es que la gente de carne y hueso, la que madruga y piensa sin tutelas ni carnés, la que se equivoca, se ve reflejada en la España que construyó el Rey terrenal, no en la que está destruyend­o el sanchismo celestial.

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