Héroes sin ‘negros literarios’
Hay héroes que no tienen quien los escriba. Son héroes sin literatura, pero con una vida en la que hasta los ‘juntaletras’ sin negro se marcarían un ‘bestseller’. A Alejandro Dumas no le hubiese hecho falta ‘amarrar’ a la mesa a Auguste Maquet para imaginar las famosas líneas de ‘El conde de Montecristo’ ni de ‘Los tres mosqueteros’ si por delante de sus ojos hubiesen pasado las aventuras (y desventuras) de Paco Ureña.
De todo hubo en su apuesta en solitario. No solo se enfrentaba a seis bravos (es un decir), también a todo un sistema: después de ser el triunfador del último San Isidro antes del Covid y de cortar cuatro orejas en Bilbao –hecho que se remontaba a la época de El Cordobés, Benítez, claro–, al valiente de Lorca le ofrecieron las lentejas de ‘las tomas o las dejas’. En un mundo con tantos valores en el ruedo, en los despachos se los pasan por el forro de la taleguilla.
Juanlu Rodríguez lo explicó nítidamente: «Superó una lesión que casi lo deja inválido, la pérdida de un ojo, y la pandemia lo frenó en seco. Ahora un toreo sin memoria lo empuja a una cita donde solo hay gloria o abismo». Y a ese vacío se precipitaba la encerrona. Unas veces por el ganado –«¿dónde está el trapío de Madrid?», se preguntaron en el sol por la justa presencia, por feo o por ser un ‘tacazo’ más propio de Sevilla– y otras por el matador –«seis toros pesan mucho»–, se alejaba la remontada. El mayor triunfo eran los 20.000 espectadores que consiguió reunir en la Monumental. «Muy rentable para la empresa», anotaron.
La noche se echó encima y los ánimos se apagaban, pero sus seguidores no perdían la fe: «¡Vamos Paco!», lo animaba bajo la tormenta eléctrica Alberto Romero Córcoles, el albaceteño que convidó a un café al torero, que ya es más de lo que le ofrecerá algún empresario. El aguacero y la pasión se hermanaron entonces. Completamente abandonado y roto, con ese estilo despatarrado, conquistó una oreja del buen Mayalde. «Ooole, oooooole», coreaba la plaza. Todo muy loco. Éxtasis colectivo cuando dobló el toro, que se tradujo en un tratado de mala educación taurina con el lanzamiento de almohadillas. La afición montó en cólera entonces y un cuerdo recordó que la falta de educación no solo está en el tendido. Ureña lo sabe bien.