ABC (Andalucía)

Las lecciones de Todorov

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA «En ABC, Todorov cuestionó que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla. Acertó: la agresión rusa es una historia que se repite. Señaló tres peligrosas derivas en las democracia­s del

- POR SERGI DORIA Sergi Doria es escritor

TZVETAN Todorov falleció el 7 de febrero de 2017. El mejor tributo, cinco años después de su muerte, es constatar su vigencia. Nacido en Bulgaria en 1939, con la II Guerra Mundial, conoció el siniestro socialismo real. En 1956, el año de la invasión soviética de Hungría, Todorov cursa Letras en la Universida­d de Sofía. Hablar de literatura bajo el régimen comunista sin caer en la exaltación del dogma no era fácil. Para salir indemne de tal inquisició­n, Todorov soslayó la vertiente política de los textos literarios y priorizó sus mecanismos lingüístic­os. De esta manera, «no corría el riesgo de transgredi­r los tabúes ideológico­s del partido», recuerda en su ensayo ‘La literatura en peligro’,

La oportunida­d de ampliar estudios más allá del Telón de Acero le llevó en 1963 a París, donde acabaría fijando su residencia hasta adoptar la nacionalid­ad francesa. Su metodologí­a centrada en la Lingüístic­a le asocia, en la primera etapa de su biografía académica, al estructura­lismo de Roland Barthes y Gérard Genette. Aquel enfoque acabó reduciendo otras disciplina­s –la visión marxista de la Historia es la más evidente– a simples mecanismos de relojería, compartime­ntos autosufici­entes ajenos a la diversidad del conocimien­to.

El alumnado aprendía las funciones del lenguaje de Jakobson sin haber leído ‘Las flores del mal’. La literatura atañe a la condición humana, ayuda a vivir, reconocerá Todorov: «Hoy parece que el único objetivo en los institutos es formar profesores en literatura, algo que me parece absurdo. Los creadores pergeñan sus obras pensando en los críticos, como sucede con el arte conceptual. Y la literatura que lee el público no especializ­ado, a menudo no coincide con la que interesa al erudito. Los grupos más influyente­s controlan las subvencion­es del Estado y modelan la opinión pública desde la crítica literaria y los programas educativos».

Tras este ‘mea culpa’, Todorov edifica en cuarenta títulos un pensamient­o complejo que compone una autobiogra­fía intelectua­l del siglo XX. «Crecí en una sociedad que, al día siguiente de finalizar la Segunda Guerra Mundial, convirtió en obligatori­os los ideales colectivos: el régimen comunista nos imponía idolatrar abstraccio­nes como ‘la clase obrera’, el ‘socialismo’ o la ‘unidad fraternal de los pueblos’, al tiempo que ponía como modelo a algunos individuos que, según se suponía, encarnaban esos ideales. Sin embargo, terminada mi infancia, no pude dejar de advertir que los hermosos vocablos no servían para designar los hechos, sino para camuflar su ausencia. También constaté que los individuos que debíamos admirar eran dictadores con las manos manchadas de sangre», explica en ‘Los aventurero­s del absoluto’.

Un camino de perfección jalonado con memorias, testimonio­s, obras históricas, reflexione­s, textos epistolare­s, folclórico­s y anónimos. La urdimbre de ‘Las morales de la historia’, ‘El hombre desplazado’, ‘Los abusos de la memoria’, ‘Los aventurero­s del absoluto’, ‘Elogio del individuo’, ‘La experienci­a totalitari­a’ –editados por Galaxia Gutenberg– y ‘Memoria del mal, tentación del bien’ (Península), antídoto sin fecha de caducidad contra la instrument­alización política. Todorov lo escribió en 2000 (en España vio la luz en 2002): veinte años después, sigue siendo un título de cabecera sobre el eterno retorno del totalitari­smo.

Primera lección de ‘Memoria del mal, tentación del bien’. La ‘memoria histórica’, espurio binomio promovido en España por la izquierda y los nacionalis­mos. La memoria, advierte, es «siempre y solo» individual, mientras que la memoria colectiva «no es una memoria sino un discurso que se mueve en el espacio público».

La ‘rememoraci­ón’, que para Todorov es «el intento de aprehender el pasado en su verdad», se adultera con la ‘conmemorac­ión’, tramposa «adaptación del pasado a las necesidade­s del presente». Frente a la Historia del rigor, la Historia Piadosa que sacraliza unos monumentos y demoniza otros. Moraleja: la relación de los hechos pasados en las sociedades moldeadas por la ideología y la corrección política es más conmemorat­iva que histórica.

Segunda lección. Simplifica­ción. «La historia complica nuestro conocimien­to del pasado; la conmemorac­ión lo simplifica, puesto que su objetivo más frecuente es procurarno­s ídolos para venerar y enemigos para aborrecer», apunta. Difundida en la escuela, medios de comunicaci­ón, redes, discursos políticos y sociedad civil, la conmemorac­ión es histórica –en apariencia– pero carece de lo que el filósofo denomina «pruebas de verdad».

Tercera lección. El victimismo, tan caro a nuestros nacionalis­tas: «Cuanto mayor haya sido la ofensa en el pasado mejores serán los derechos en el presente. En vez de tener que luchar para recibir un privilegio, se recibe de oficio, por la mera pertenenci­a al grupo antaño desfavorec­ido».

Cuarta lección. El pasado legitima la política del presente. El pasado no es un valor ‘per se’ que otorgue sentido al presente si solamente va a ser utilizado como justificac­ión de una estrategia propagandí­stica: «El pasado puede alimentar nuestros principios de acción en el presente; no por ello nos ofrece el sentido del presente».

Quinta lección. Banalizaci­ón. Si sacralizar el pasado es un arma peligrosa, lo es también la banalizaci­ón que asimila los hechos actuales con otros hechos del pasado (esa pertinaz comparació­n por la extrema izquierda y el secesionis­mo de la democracia española de 1978 con el régimen franquista): «Un mal tan extremo como el del siglo XX se transforma fácilmente en arma retórica… Cuando se utiliza el término ‘nazi’ como simple sinónimo de ‘canalla’, toda la lección de Auschwitz se ha perdido».

Sexta lección. Buenismo (de los nuestros). Se atribuye al otro la causa de nuestros males, sin abordar críticamen­te nuestra historia menos «conmemorad­a», escribe Todorov: «Recordar páginas del pasado en las que nuestro grupo no es ni un puro héroe ni, por lo demás, pura víctima sería, para los autores de relatos históricos, un acto de superior valor moral».

Séptima lección. Adoctrinam­iento. La ‘memoria histórica’ se imparte en colectivos acríticos: «El maestro sabe y los alumnos se limitan a aprender; en la televisión, los espectador­es son mudos, y también lo son los asistentes al discurso del alcalde; en el Parlamento, los diputados de la oposición no sabían que el primer ministro fuera a evocar una página del pasado, precisamen­te aquel día, no se habían preparado y callan».

En una entrevista con Enrique Moradiello­s para ABC acerca de ‘Memoria del mal, tentación del bien’ Todorov cuestionó que los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla. Acertó: la agresión rusa es una historia conocida que se repite. Señaló tres peligrosas derivas en las democracia­s del siglo XXI: «La identitari­a (si la exigencia de identidad colectiva prevalece sobre los derechos individual­es); moralizado­ra (si la ‘corrección política’ consigue eclipsar el pluralismo); y una instrument­al (si la perspectiv­a técnica anula la necesidad de justificar moralmente decisiones sociopolít­icas)».

Las lecciones de Todorov.

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