Pacto de Estado
Hace dos años ya que no hay en España un gobierno. Hay dos. Esto es, ninguno
¿ Ysi fuera ahora la hora de retomar todo desde el principio? El modelo de 1978 se ha ido royendo por su eslabón más débil: la imposible coexistencia entre nación y nacionalidades. Parecía una ocurrencia brillante, sin embargo: en la nación, bipartidismo; en las nacionalidades, caudillos corruptos. Juego de prestidigitaciones.
La crisis de 2008 dio al traste con el equitativo mercadeo: escaseaba el dinero imprescindible para pagarlo. Hasta la irrupción del alunado Zapatero, el independentismo era retórica. Que los Pujol o sus iguales vascos sabían trocar bien en ventaja contable. Agrietada la credibilidad del trueque, las criaturas que había creado esa retórica tomaron vida. Los donnadies que fueran carne de cañón para el chantaje pasaron al proscenio. Cabreados. Y, de aquello que fue sólo la coartada que enriqueció a los más corruptos, hicieron altar mayor de los dioses patrios.
A la venal CiU, vinieron a suplirla bandas de alucinados, que tal vez hayan llegado a creerse seriamente sus monsergas sobre el destino histórico que los transubstanciaba en constructores de la nueva patria y mártires de su gloria. A un corrupto, siempre es posible comprárselo; aun a precio excesivo. Un iluminado es garantía de destrucción: ajena, propia... Ambas, con la mayor frecuencia. Esquerra y, en aún mayor medida, la CUP no son partidos; son sectas de creyentes. Puros. Ninguna negociación podrá sacarlos de la profética certeza de haber sido ungidos para aportar la luz a un mundo nuevo. No va a ser, en los meses que vienen, muy diferente el vuelco entre PNV y Bildu.
El Gobierno de Madrid, en tanto, se ha ido tangiblemente desliendo. Hace dos años ya que no hay en España un gobierno. Hay dos. Esto es, ninguno. Y el armisticio entre el gobierno-PSOE y el gobierno-Podemos duró aún menos de lo que previmos los más agoreros. Las balas silban en los consejos de ministros. Nada parece más importante para Montero o Belarra que cobrarse la cabeza de Calviño o Robles. Y, ya puestas a ello, pasar la trilladora sobre el cogote de la renegada Díaz. Una sola cosa tienen todos en común, por el momento: el sueldo. También, ese pringoso pegamento que exudan los fastos públicos. Los hay –más en Podemos– para quienes salir del ministerio es asomarse sin opción al paro. Los hay –Sánchez, el primero– que matarían antes de perder la reverencial unción que los adhiere al cargo.
No es prolongable esto. Sin un gobierno, casi ya sin una nación, todos los riesgos se ciernen sobre esta España hoy exhausta: los económicos como los institucionales, los materiales como los simbólicos. ¿Y si fuera ahora la hora de retomar todo desde el principio? La hora de decir que dos partidos alternantes están forzados a trabajar juntos cuando no existe otra vía de gobierno. Porque, si la nación se extingue, con ella se extinguen ellos.