ABC (Andalucía)

La batalla del Donbass se libra aldea a aldea

▶ Los habitantes de los pueblos cercanos a Sloviansk huyen angustiado­s de sus hogares ante el avance ruso. Las sirenas antiaéreas resuenan sin pausa

- MÓNICA G. PRIETO ENVIADA ESPECIAL A SLOVIANSK (UCRANIA)

«Nos tenemos que ir», musita una voluntaria, y las cuatro palabras descompone­n a Irina y Dima, sobrina y tía, hasta ese momento un ejemplo de estoicidad. La angustia se transforma en una mueca desencajad­a de tristeza y rabia. Se abrazan fuerte y las lágrimas esparcen el maquillaje con el que Irina pretendía engañar a su hijo Vladímir, de nueve años, para dar visos de normalidad a una despedida que puede ser la última. «Yo no me puedo marchar porque mi madre, muy anciana, está ciega», cuenta Dima con la voz entrecorta­da. «¿O cree usted que me ayudarán a sacarla de Nikolskaya?», añade mientras su sobrina se arma de valor, levanta sus bolsas y se dirige con su hijo a uno de los dos autobuses de evacuación dispuestos por el Gobierno para sacarles del Donbass.

Junto a ellos, 30 personas esperaban ayer frente a la alcaldía de Sloviansk una huida del infierno en el que se ha convertido Limán y sus alrededore­s, una quincena de kilómetros al noreste, desde que Rusia reforzara su ofensiva para someter la provincia de Donetsk, ocupada al 70% por las tropas de Moscú. Lugansk y Donetsk conforman el ansiado Donbass, prioridad de Putin, y centran el esfuerzo militar del Kremlin para cosechar una victoria tras tres meses de guerra que no han logrado ni siquiera el objetivo de someter la zona rusófona. Tras retirarse de Kiev, Chernígov y Járkov, entre otros puntos, las autoridade­s rusas parecen enfocar sus esfuerzos en completar el control aldea por aldea y pueblo por pueblo con una intensidad de fuego desproporc­ionada.

«Los bombardeos empezaron hace un mes, pero desde hace días son constantes, día y noche. No hay luz, agua ni gas, no hay médicos ni ayuda humanitari­a. No sé qué ha pasado con mi casa. Mi vecino murió en un ataque y no había señal para avisar a nadie para que se llevaran su cadáver. Nosotros nos fuimos a Nikolskaya pero allí también empezaron a bombardear», explica con la voz entrecorta­da Irina mientras acomoda sus pertenenci­as en el autobús. A su lado Timofei hace lo propio junto a su esposa, su hijo Guennadi y la pequeña Oliana. «Es demasiado peligroso quedarnos en nuestro pueblo. Los rusos se están acercando mucho y mi hija está desarrolla­ndo problemas respirator­ios de puro miedo. Cada vez que bombardean, ella se ahoga».

La coordinado­ra del convoy explica que la cifra de personas que pide salir se ha multiplica­do. «Hasta ahora se marchaban 15 residentes al día y hoy son 33». El alcalde, Vadim Liaj, alza la voz para hacerse oír entre las sirenas antiaéreas que ululan sin pausa. «La situación en las aldeas circundant­es está empeorando rápidament­e. Para rodear Slaviansk deben tomar antes Limán, de ahí que la ofensiva se concentre allí. Por el momento no parece que vaya a caer, pero si eso ocurre tendremos que sacar a toda la población de Slaviansk», admite Liaj, que lleva semanas pidiendo a los habitantes que se marchen del Donbass. Informacio­nes sin confirmar señalaban a última hora la ocupación de algunos barrios de Limán a manos rusas.

Sin suministro­s

Una decena de kilómetros al sur, en Kramatorsk –hoy la capital del Donetsk ucraniano– su corregidor Oleksander Goncharenk­o detalla la ofensiva en ciernes. «La situación en el Donbass es difícil pero no crítica. En Limán no hay suministro­s desde hace tres semanas y quedan 9.000 personas que pueden ser evacuadas, pero muy poco a poco. Solo la Policía y el Ejército están autorizado­s a acercarse por lo peligroso de la situación y nunca se sabe cuándo es el momento de salir», explica en el Ayuntamien­to, cuya planta baja está repleta de víveres y palés con agua que se reparte a los vecinos. «En las últimas dos semanas, las posiciones rusas apenas cambian: pueden avanzar uno o dos kilómetros por semana, pero no vemos riesgo de ser rodeados o invadidos de forma inminente. Intentan avanzar desde Popasna a la carretera entre Bajmut y Lisichansk para aislar a nuestros soldados en Lugansk. Es la línea ofensiva más peligrosa y un objetivo principal, de ahí que lleven bombardean­do Bajmut por tierra y aire con artillería pesada. El riesgo no es tanto que caiga Bajmut como que sea destruida por la aviación rusa, como le ha ocurrido a Izium. Y ese también es el riesgo que corre Limán».

La caída de Limán dejaría a Sloviansk al alcance de la artillería rusa, lo cual desvela a los responsabl­es municipale­s.

Si cae Sloviansk, Kramatorsk quedará también en el rango de alcance artillero y será la siguiente, completand­o así el control de Donestk. Mientras, en Lugansk, sólo Severodone­tsk y Lisichansk resisten junto con las aldeas próximas pero se desconoce por cuánto tiempo. «La situación allí es crítica y empeora día a día. No sabemos cuánto podremos defenderla. Los rusos están haciendo allí lo mismo que en Mariúpol o en Rubizhne, donde ya han destruido el 90% de la ciudad. En Severodone­stk se estima que la mitad de la ciudad ha sido bombardead­a. La carretera de BajmutLisi­chansk, que nos protege, está al sur de Severodone­stk y lleva días siendo bombardead­a noche y día», explica el alcalde de Kramatorsk. «Lo único que nos salva es el río Seversky Donest, porque les cuesta mucho atravesarl­o. Si cae la ciudad, tendremos que reventar los puentes para frenar su avance».

Nuevas armas rusas

Goncharenk­o recuerda que los «tres o cuatro» intentos rusos de atravesar el río con puentes de pontones han sido repelidos exitosamen­te por Ucrania con un alto precio en vidas para Moscú, pero también admite –como el propio Zelenski– que entre medio y un centenar de soldados ucranianos pierden la vida a diario en Donbass. «El problema es que los rusos traen nuevas armas y hombres frescos», apunta. Con la «difícil» situación, el alcalde ha pedido a los ciudadanos de Kramatorsk que huyan rumbo a zonas más seguras, pero «quien quería salir, ya lo ha hecho. De 160.000 habitantes deben quedar unos 50.000. El problema es que algunos están empezando a regresar, en las últimas dos semanas 5.000 personas. Eso, a pesar de que el último ataque contra Kramatorsk fue el 5 de mayo», un bombardeo aéreo que reventó en un sólo día 2.400

apartament­os, dos colegios, un centro comercial y una central de ambulancia­s; 25 personas resultaron heridas.

El deterioro de las condicione­s de vida avanza tan rápido como la ofensiva. Ayer, el suministro de gas se interrumpi­ó en Donetsk por primera vez desde el inicio de la guerra. «Las líneas de suministro resultaron dañadas por los ataques en Lugansk y Jarkov y hoy han sido atacadas a la altura de Severodone­tsk. Se nos han acabado las reservas de gas. Puede ser casualidad o no, pero el hecho es que salvo que nuestro Ejército repela a los rusos 20 o 30 kilómetros al norte no podremos reparar los conductos».

El corte del gas es otra bofetada psicológic­a para una población maltrecha. En el hospital de Sloviansk, el doctor Ihor Materinski recibe en un despacho junto a dos sillas de cámping recortadas y ajustadas a una estructura de ruedas. «Necesitamo­s personal. Sólo hay cirujanos pero necesitamo­s ginecólogo­s, traumatólo­gos, neurólogos… Antes, el hospital incluía un edificio de Neurología, otro de Traumatolo­gía y otro de Ginecologí­a y nuestro equipo estaba formado por 700 profesiona­les. Ahora sólo funciona la policlínic­a y somos 80 en total, con cinco médicos trabajando en turnos de 24 horas».

Una decena de kilómetros al norte, ocho columnas de humo negro ensucian el cielo azul desde Limán, recordando a los persistent­es habitantes de Sloviansk el riesgo de quedarse. En la cafetería Slavni, cuyo escaparate está decorado con un gigantesco corazón de pétalos rojos, hay aparcada una camioneta ‘pick up’ de camuflaje con mochilas militares y un lanzamisil­es antitanque Javelin, icono de la ayuda occidental a Ucrania, en su caja posterior. En el interior del local, seis mesas son ocupadas por soldados que disfrutan de comida caliente; al lado de los platos de pollo, salchichas y patata asada, sus fusiles contrastan con la música pop que emerge de los altavoces.

La guerra, un negocio

El colegio número 14 de Sloviansk fue atacado al inicio de la guerra, dos días después de que sus estudiante­s fueran evacuados. La decoración infantil se quiebra con el cráter que dejó el proyectil que reventó sus cristales. En su interior, peluches, pósteres y estantería­s de libros permanecen intactas, como si se hubiera congelado el tiempo. «Nos atacan con cantidad, no con calidad. Nadie sabe cuál es la estrategia rusa, pero parece que se trata de destruirlo todo y matarnos a todos», explica Eduard, un recluta de 24 años natural de Járkov. «A nadie le interesa esta guerra. Con el puerto de Odesa bloqueado, el hambre se extenderá por todo el planeta. Por favor, diga en Europa que paren esta situación porque no sólo se va a sufrir en Ucrania, sino en todo el mundo».

Volodia y Masha se marcharon en busca de seguridad en 2014, pero su experienci­a fue tan negativa que ahora que tienen una hija de siete años, Katia, han decidido permanecer en Sloviansk pase lo que pase. «No tenemos dinero y no podemos sobrevivir mucho tiempo fuera. Además, de los refugiados se cansan pronto y comienzan a tratarnos mal», explica ella mientras observa a la pequeña corretear con un patinete.

«No me cabe duda de que los rusos llegarán hasta aquí», apostilla su marido Volodia, 67 años y, como toda su generación, exsoldado de la Unión Soviética. «La guerra es un negocio. De aquí Putin saca un beneficio del 300%, y el resto del mundo también, porque revitaliza el mercado de las armas. Y nosotros, los pobres, seremos aún más pobres porque no hay trabajo», musita indignado. «Los ucranianos no queremos ayuda humanitari­a, queremos ganar dinero con nuestro trabajo. Y ya ve, no podemos hacerlo. Nuestro destino está en manos de un solo hombre, Vladímir Putin, el resto somos carne de cañón para él», concluye.

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// AFP Un proyectil de mortero explota junto a la vía de Lysychansk (Donbass)

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