La afición salió embistiendo
Se quejan los taurinos de los gritos de los tendidos, pero, ojo, que el pabellón auditivo no pierda la onda del vocerío en el callejón. «Bieen, bieeen», se desgañitaban desde las tablas. El aprobado era para Manuel Diosleguarde. Pues que Dios le conserve la garganta al vociferador, que en la ‘Monumental Pachá’ buscan solista para sus conciertos nocturnos. Del «bieeen» pasó al «siiigue, siiigue». Y allá que seguía el salmantino con un excelente fuenteymbro. Amargado se llamaba, pero guardaba la alegría bajo su capa chorreada. No hubo ni media protesta para este ejemplar, tan alejado de esos pedazos de toros que tantas veces Madrid ha echado a los chavales. Nadie con dos dedos de afición quiere que suelten de la jaula a los elefantes, aunque una expresión se extendió en el 2: «Ni tanto ni tan calvo». La cosa es que Amargado, una máquina de embestir, fue el preludio de la gran novillada que se avecinaba.
Nada que ver tuvo el siguiente, que se vencía en las telas de Jorge Martínez. «Está a merced, lo va a coger», advertían en preferente. Y lo cogió, por fortuna, sin consecuencias. Nada que lamentar tampoco en el percance de la acompañante de Luis Miguel
Rodríguez: tan embelesada andaba, que se puso a fumar el puro por la culata. De quemazón no pasó el parte.
Pronto se adivinó el viaje ‘enclasado’ de Volante. Y qué ilusión despertó
Alarcón. «Cómo emocionan las distancias», expresó un abonado mientras lucía al novillo. «Tan pequeñito y cómo alarga la embestida». Largura y temple, con detalles del gusto que cala en la catedral, hasta ganarse el trofeo.
Subieron el trapío y la tensión en la segunda parte. Otra vez con Martínez, valiente de verdad hasta llevarse varias tarascadas ante el lote más difícil. «Este sí merece una oreja de ley», señaló un aficionado de Jerez que lo vio triunfar en el circuito andaluz. Aplaudía El Rosco su pureza a la vera del 7 y pedía el paseo al anillo tras negarle el presidente el trofeo. La vara de medir del palco cambió ahora: «¡Fuera, fuera!», coreó la plaza. Ninguna palabra bonita ni reproducible en horario infantil regalaron a Víctor
Oliver. La pitada llegó a Totana.
Y de la bronca al usía a los elogios a
Ricardo Gallardo: «¡Enhorabuena, ganadero!», gritaron en sol y sombra. Apoteósico el cierre, con el público tan Embriagado como el bautismo de un sexto de bandera. Dos orejas otorgaron a Alarcón –«la segunda, generosa», puntualizó Alfonso
Zurita–. La arena se bañó de juventud para sacarlo en volandas. Alguno también quería aupar a hombros al mayoral. Los que reniegan de los festejos menores se perdieron una tarde mayor en la que la afición salió embistiendo. Qué lujo de novillada.