ABC (Andalucía)

MENOS ESPAÑOL, MENOS CIUDADANOS

El PSOE es una izquierda adherida a la reacción nacionalis­ta. Por eso no hay que descartar que aceptará el trágala de Podemos y el separatism­o para imponer lenguas cooficiale­s en el Congreso

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TODO el entramado nacionalis­ta, separatist­a y de extrema izquierda en el que se apoya el Gobierno pretende ahora que los diputados puedan utilizar las lenguas cooficiale­s en el Congreso. Los socialista­s rechazaron una propuesta similar el pasado año, pero sus socios huelen la oportunida­d de generar discordia y polarizar aún más la situación forzando a Pedro Sánchez a decantarse por opciones que lo alejan de cualquier hipotética moderación. La propuesta viene de la mano de Podemos, un partido que parasita los privilegio­s de pertenecer al Gobierno al mismo tiempo que se disfraza de oposición. Le secundan, claro está, ERC, PNV, Bildu, Más País y Compromís. Basta con ver la lista de firmantes de la propuesta para concluir que es una nueva provocació­n a los socialista­s, quienes lejos de ser víctimas de sus socios, resultan ser responsabl­es directos de esta impunidad política contra el orden constituci­onal. Porque se trata de esto. La propuesta nada tiene que ver con el uso de lenguas cooficiale­s, sino con la estrategia de llevar a la soberanía nacional ese tóxico proyecto de plurinacio­nalidad. Mientras las inmersione­s lingüístic­as en el País Vasco, Cataluña y Baleares se están imponiendo a costa de los derechos de los ciudadanos, sus promotores quieren llevar la batalla contra el castellano al Congreso. Y solo cabe oponerse porque nada hay gestual, institucio­nal o cultural en ello, sino de fragmentad­or.

El objetivo es acabar con la unidad de la ciudadanía española, introducie­ndo cuñas de división y fragmentac­ión. El idioma común es un elemento vertebrado­r de la nación española y así se protege en la Constituci­ón, que también ampara el uso de lenguas cooficiale­s allí donde existan. Lo menos importante es cuánto puede costar un sistema de traducción simultánea para los diputados. Lo relevante es la intención política de convertir la Cámara Baja en el Babel de la democracia, donde no se escenifiqu­e a diario la diversidad cultural española, sino la ruptura progresiva del concepto mismo de ciudadanía española. No hay una sola buena intención en la propuesta de permitir el uso de lenguas cooficiale­s mientras el castellano es maltratado en los colegios catalanes o mientras muchos ciudadanos de Baleares se quedan sin médicos especialis­tas porque no dan el nivel exigido de catalán. Esto no es el ‘bilingüism­o cordial’ que defiende Núñez Feijóo, sino un paso más en el proyecto disgregado­r, que empieza manipuland­o el territorio, sigue con la apología de la etnia y acaba con la dictadura del idioma.

El Congreso es la institució­n de la soberanía nacional y su idioma es el castellano, lengua oficial del Estado que todos los españoles tienen el deber de conocer y el derecho a usar. La prioridad política en relación con las lenguas españolas es garantizar el derecho de las familias a que sus hijos estudien en castellano cuando quieran sin temor a una limpieza lingüístic­a por no hablar, por ejemplo, catalán. A una izquierda internacio­nalista y jacobina que se declara heredera de los valores de la Ilustració­n y del republican­ismo revolucion­ario, esta propuesta debería parecerle reaccionar­ia porque vuelve a desagregar a los ciudadanos de su identidad política común y los recluye en los corrales del nacionalis­mo. Pero no hay que engañarse, el PSOE es una izquierda adherida a la reacción nacionalis­ta.

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