Andrés Roca Rey, cabeza y corazón
► El peruano pierde los trofeos por la espada después de una emocionante faena a un toro manso de Fuente Ymbro
Un nuevo cartel de ‘No hay billetes’ y un ambiente de gran acontecimiento, con dos alicientes añadidos: el gran juego que dieron los novillos de Fuente Ymbro aporta la ilusión de que sus hermanos mayores ofrezcan parecidas oportunidades. El gesto torero de Ginés Marín, que se empeña en reaparecer solo diez días después de haber sufrido en este mismo coso una cornada grave, le hace subir muchos puntos, ante los más exigentes, y garantiza a todos la firmeza de su compromiso.
Como tantas veces, los pronósticos fallan: los toros de Fuente Ymbro dan mucho peor juego que los novillos, son mansos y deslucidos. Diego Urdiales tiene una actuación gris. Ginés Marín se justifica con su voluntad y sus buenas estocadas. Lo único importante es la faena de Roca Rey al quinto, un manso claro, en toriles, dándole la lidia adecuada, dominándolo y jugándose la vida. Me he acordado de grandes faenas semejantes del Niño de la Capea, de Fernando Lozano, de Antonio Ferrera... Aunque pierda los trofeos por la espada, igual que le sucedió a El Juli, sale de la Feria como lo que es, una auténtica primera figura.
Después de muchos años de lucha, el riojano Diego Urdiales ha conseguido ya un reconocimiento de la afición. Su estética, dentro de la línea clásica, no admite discusión.
La tarde ha sido gris, pesada, aburrida, pero la lidia de un toro manso de Roca Rey lo justifica todo
El primero flaquea un poco, queda aplomado. Diego lidia correctamente, logra algunos pases con estética pero la faena no cuaja. Prolonga sin fruto, como ahora es habitual. Y se le va la mano al matar –cosa rara en él, buen matador–, en un feo metisaca que basta.
El cuarto sale suelto, flaquea, se defiende, pega derrotes. Urdiales lo prueba con oficio pero sin dar el paso adelante y la gente se impacienta. Esta vez tampoco se confía con la espada. Se lo quita de encima con habilidad a la segunda ... y casi no hubo nada.
¿Se acuerdan muchos espectadores de si, en su anterior corrida, Roca Rey cortó algún trofeo? Creo que no. Lo que nadie mínimamente enterado duda es que Andrés volvió a ser ese torero arrollador, ese huracán que se mete al público en el bolsillo: esa es su fuerza en la taquilla. Queda siempre pendiente, eso sí, el gran debate de si lo logra por el camino más ortodoxo o recurriendo a efectismos populistas, como la repetición de muletazos cambiados.
Sin ligazón no hay emoción
En el segundo, pica bien Sergio Molina y saluda Javier Ambel. El toro es noble y tiene casta pero se para. Roca ha asustado al personal con manoletinas ceñidas. Comienza por estatuarios, estilo Manolete y José Tomás: eso impresiona al público pero así no se domina al toro. Logra buenos derechazos de mano baja pero el toro se para: sin ligazón –me lo decía Alfredito Corrochano– no surge la emoción. Mata con decisión pero desprendido.
El quinto mansea claramente, la lidia es un desastre. La tarde parece haberse despeñado. Roca Rey ve claro dónde hay que lidiar al toro: donde él quiera, como pedía Marcial Lalanda. En terrenos de sol, aguanta un gañafón sin inmutarse, clava los pies en la arena y traga. Al tercer muletazo, el público está ya totalmente metido en la faena. Aguantando mucho, sin una duda, encadena muletazos ceñidos, dejándole la muleta en la cara, para que no se escape. Algunos pases, incluso, son lentos y artísticos. Si la tensión baja un momento, intercala sus habituales pases cambiados. Y sabe utilizar la querencia hacia dentro del toro manso, que, como era de esperar, acaba en toriles. El público está de pie, enardecido. Las bernadinas finales culminan el entusiasmo. A la vez, surge la habitual polémica entre sombra y sol, cuando se presiente el triunfo grande: la oreja es segura; las dos, probables. ¡Qué hermoso es ver cómo la inteligencia y el valor se imponen a las dificultades de un toro manso! Pero, de nuevo, falla al matar. Hasta la tercera entrada no acierta de manera rotunda, como suele. ¿Qué le está pasando con la espada? No lo sé. Pero no me
importa demasiado: queda ahí la faena y la capacidad arrolladora de un gran torero.
La facilidad y el buen gusto natural del extremeño Ginés Marín son de sobra conocidos. Si a eso se añade su actitud de mayor compromiso, patente también en el reciente anuncio de que va a matar seis toros en la Feria de Santander, nos hace pensar que esta puede ser su temporada.
El tercero flaquea, la gente protesta pero no consigue la devolución. Tampoco parece que Ginés esté en las mejores condiciones físicas (no es de extrañar). Entre unas cosas y otras, casi nada. Ginés Marín mata con facilidad y todo queda a la espera del otro. Aunque es incierto, lo brinda al público, intenta ligar derechazos. El toro protesta con derrotes, queda corto, surge algún enganchón. Logra algunos naturales limpios: por la izquierda va algo más. Vuelve a matar muy bien: se ha justificado aunque el triunfo no llegue. Y queda el recuerdo de su gesto torero.
La tarde ha sido gris, pesada, aburrida, pero la emocionante lidia de un toro manso que ha hecho Andrés Roca Rey lo justifica todo. La gente sale comentando –y discutiendo– la faena. No ha cortado trofeo pero la gente habla de su faena y de las de El Juli. Cabeza y corazón, unidos, es una fórmula infalible. Cuando todo eso se hace a un toro manso y encastado, el espectáculo es único.