ABC (Andalucía)

El bravo fue el torero

- ROSARIO PÉREZ

Todos hablan de libertad, pero ven un hombre libre y se echan a temblar. Sin ataduras Roca Rey, dueño y señor de una faena sideral. El sitio donde la embestida quema pisaba el peruano. Aquella torera arrogancia llenaba el escenario. Bramaba el noventa por ciento de la plaza y berreaba el otro sector. «En todas las camadas los hay protestone­s», espetaron en los bajos de sombra. «La democracia también es esto», afirmó otro. Y entre ovaciones emocionada­s y palmas de tango, el peruano seguía a lo suyo, que no es otra cosa que mandar. A Andrés le tocaron en suerte dos toros de la familia de las letras: un Hablador que dijo poco y un Escribient­e que echó un borrón ya en el primer muletazo, destrozánd­ole la franela. Repartía hachazos el fuenteymbr­o hasta que la todopodero­sa mano ‘roquista’ lo sometió por bajo. Una tanda le bastó. «Este tío es de otra planeta», se oyó antes de ese runrún de expectació­n tan único de Madrid. Soplaban los derrotes, silbaba el viento. Pero una Roca inamovible se asentaba en el ruedo. «Transmite el toro, qué pena que se raje», lamentó un aficionado. Cantaba cada vez más la gallina el manso, mientras el Jaguar del Perú embestía cada vez más bravo. «¡Ole tus huevos!», se desgañitó un aficionado. Toda su testostero­na derramaba por la arena el Rey de la taquilla: a su reclamo se colgó el cartel de ‘No hay billetes’ y algún detractor hasta acabó claudicand­o: «Pues me ha convencido esta tarde». En la grada del 3 pillaron a un ‘infiltrado’ que tocaba por Gardel: «Vete al 7 ‘embos

cao’, que eres un ‘emboscao’». El que no esquivó su obligación de capitán fue Roca: su guerra seguía en esa soledad frente a Escribient­e. A las puertas de la enfermería expuso las femorales. Don Máximo ya andaba preparado por si había que intervenir. «Se está jugando la cornada», dijo un aficionado. Y allá que seguía el valiente, por delante, por detrás, con su mirada desafiante. Faltaba el aire en las bernadinas. Del «¡ay!» al «¡uy!» pasaban las 23.000 bocas. Hasta que el «ooohh» de la decepción se apoderó del graderío en el fallo a espadas. «Si mata a la primera, era de dos orejas», se mojó Julio Martínez, expresiden­te de Las Ventas. Los pañuelos se guardaron dos aficionado­s de Acapulco que llegaron al coso en el taxi de Mario, hijo del popular Gregorio, abonado del sol. Aun sin orejas, mereció la pena el viaje. Como le mereció la pena a Carlos Morrison volar desde Estados Unidos y pagar 400 euros por dos entradas de poco más de un billete de color tabaco.

No habría en toda la tarde un capítulo tan apasionant­e como el quinto. Victoria Federica sonreía desde el tendido 2. En preferente, la

Infanta Elena aplaudía el gesto de Ginés de reaparecer con los puntos frescos. A Urdiales no le tocaron ni el traje: «¡Vas a ahorrar en tintorería!», exclamó un guasón. Cerca, otro lanzó un pullazo venezolano a Ricardo

Gallardo: «¡Vaya moruchada, ganadero! Pégate otra vuelta». A años luz estuvo la corrida de la lujosa novillada.

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// ABC Ortega Cano, en el callejón
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