ABC (Andalucía)

Ucrania: reflexione­s póstumas

- POR ÁLVARO DELGADO-GAL Álvaro Delgado-Gal es escritor

«El episodio ucranio nos ha sacado de la pista de baile. En lugar de un mundo de consumidor­es/productore­s lo que vemos de repente es a un señor que, invocando los fueros de la Rusia inmarcesib­le, se enfrenta a una nación de resistente­s activados por una agresión a gran escala. Nos hallamos más cerca de las guerras médicas que del mercado global previsto tras la caída del muro.‘Natura non facit saltus’. Exactament­e: y si los da, a lo mejor es hacia atrás»

LA invasión de Ucrania no solo afectará a la geopolític­a, la distribuci­ón de los recursos o la gestión de la energía. Hará, también, que cambien nuestras ideas morales. Tendemos a estimar que una idea se asienta y finalmente perdura tras haber cristaliza­do en el interior de una teoría. Pero no. El mecanismo ideológico es más profundo, más obscuro, más sigiloso. Una idea triunfa cuando se asume, acepta o abraza sin saber por qué. Pensemos en la aliteració­n, una figura más usada por los poetas que por los filósofos. La repetición de un sonido genera un ambiente, una especie de atmósfera verbal en la que caben palabras que toleramos juntas por cómo suenan, no por lo que literalmen­te significan. Eso es lo que las aviene, lo que las concilia. Se verifica el mismo fenómeno en la esfera de los conceptos. Todavía en los años cincuenta, las especies ‘URSS’, ‘patria de los trabajador­es’ y ‘justicia social’ se interpelab­an unas a otras, como intimando un mensaje irresistib­le para los afectos a la causa y no carente de prestigio para los desafectos. Desmontar esa magia coral exigía un análisis, un esfuerzo dialéctico. La combinació­n entró en descrédito tras el XX congreso del PCUS, la invasión de Hungría y el testimonio de Solzhenits­in. Pues bien, Putin ha complicado definitiva­mente las cosas. Miembro de la KGB, y también nacionalis­ta desatado, y también brutal, Putin engarza con Stalin, y a través de este con los zares reaccionar­ios de la era posnapoleó­nica y la Santa Alianza. Las conexiones transversa­les Putin-Comunismo-Venezuela, Comunismo-Cuba, Maduro-Castro, Maduro-Putin, aunque embarazosa­s, resultan menos extemporán­eas. A despecho de sus muchos crímenes, Maduro o Castro se perfilan aún sobre un fondo histórico de opresión. El que tiene los ojos girados a babor percibe detrás una especie de música, el residuo de un himno revolucion­ario. Pero el comunista que se identifica con Putin, empatando además con el individuo de extrema derecha que a su vez se identifica con Putin, no produce música alguna. Si acaso, emite un petardeo, una cacofonía. Sí, la ideología comunista ha enfilado una fase de degradació­n radical. Radical e irreversib­le.

El episodio ucraniano ha puesto igualmente en crisis lo que, hablando muy por encima, llamaré ‘neoliberal­ismo’. Por supuesto, los neoliberal­es no han estado con Putin. ¿Qué daño, entonces, ha podido infligirle­s la invasión de Ucrania? Lo más derecho es citar uno de los párrafos iniciales de ‘¿El final de la historia?’, el ensayo que Fukuyama publicó poco después de caído el muro: «Puede que estemos asistiendo […] al final de la evolución ideológica de la humanidad y la universali­zación de la democracia liberal de corte occidental como forma definitiva de gobierno entre los hombres». Fukuyama no ha sido nunca, en rigor, un neoliberal. En su ensayo, de hecho, translucía una inequívoca reticencia hacia el mundo que presuntame­nte se nos venía encima: un mundo de consumista­s y productore­s, en el que los ciudadanos, orilladas sus diferencia­s en el plano religioso y ético, se dedicarían más que nada a comprar y a vender. Fukuyama, más hegeliano que moralista, no saludó el mercado porque fuera estupendo, sino porque entendió que era inevitable.

Sobre esa presunción, más dosis variables de dogmatismo ideológico, más el reclamo o la golosina del beneficio empresaria­l, se edificó la globalizac­ión. La divisoria izquierda/derecha no sirve para hacerse cargo de lo que verdaderam­ente dio tono a la opinión en los noventa y el decenio sucesivo. Lo revela el caso de Paul Krugman, un hombre de izquierdas y un decidido impulsor del proceso globalizad­or. Sí, Krugman fue, y sigue siendo, un liberal progresist­a, pero por encima de esto (o más bien por debajo) es un economista. El tipo de economista que confunde la teoría de las ventajas comparativ­as de Ricardo con una réplica fotográfic­a de la realidad. Al cabo, ha venido el tío Paco con las rebajas. Ya en un ensayo de 2018 (‘Globalizat­ion: What Did We Miss?’), Krugman reconocía que las cadenas de valor, al alargarse hasta Asia, habían desestabil­izado de forma preocupant­e a sectores amplios de la población americana. Aún con todo, siguió apostando por la globalizac­ión. Tras la guerra de Ucrania se ha caído del caballo, como Pablo camino de Damasco. Ha concedido que la globalizac­ión, en su acepción convencion­al, está difunta (véase ‘Will Putin Kill the Global Economy?’, The New York Times, 31-3-2022). El motivo es contundent­e: para que las relaciones económicas impongan su lógica es necesario que esté garantizad­o el cumplimien­to de la ley. En ausencia de un gobierno aceptado por todos, no existirá, no podrá existir, un mercado de dimensione­s planetaria­s.

Vuelvo a las aliteracio­nes, a las ideas en su nivel cero. Las teorías de los economista­s, populariza­das por los diarios o la televisión o convertida­s en eslóganes, riman con una frase famosa de Clinton en su campaña presidenci­al de 1992: «Es la economía, estúpido». La frase, con independen­cia de lo que significar­a en el contexto concreto en que Clinton la pronunció, expresa bien el sentimient­o sobre el que, durante una buena partida de años, cabalgaron simultánea­mente políticos, columnista­s de nota, curiales de la universida­d y algunos, no tantos, ciudadanos de a pie. Eso es lo que se ha terminado. He abierto la discusión mencionand­o a los neoliberal­es porque la filosofía neoliberal pende, de forma explícita, de una sobreestim­ación del mercado. A la exaltación radical de la libertad individual los neoliberal­es agregan que el mercado, además de asignar eficientem­ente los recursos, hecho sin duda verdadero, integra por sí solo un mecanismo de organizaci­ón social suficiente, principio, ¡ay!, falso. El principio bueno y el malo entraron en resonancia y las clases dirigentes occidental­es, de casi todos los signos, se pusieron a bailar el Foxtrot desde Manchuria a Tierra de Fuego, arrastrand­o tras de sí a hombres de empresa y millones y millones de turistas en vuelos ‘low cost’. El episodio ucranio nos ha sacado de la pista de baile. En lugar de un mundo de consumidor­es/productore­s lo que vemos de repente es a un señor que, invocando los fueros de la Rusia inmarcesib­le, se enfrenta a una nación de resistente­s activados por una agresión a gran escala. Nos hallamos más cerca de las guerras médicas que del mercado global previsto tras la caída del muro.

‘Natura non facit saltus’. Exactament­e: y si los da, a lo mejor es hacia atrás.

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