ABC (Andalucía)

La OTAN en el país de las paradojas

Será casualidad pero el Gobierno ha dejado de enviar armas a Ucrania mientras Podemos boicotea la Alianza Atlántica

- IGNACIO CAMACHO

«De entrada, no» fue el eslogan ambiguo con que el PSOE saludó hace cuarenta años el ingreso de España en la OTAN, y que la guasa popular convirtió poco más tarde en «De salida, tampoco». El volantazo fue fruto del ataque de responsabi­lidad sufrido por González como fulminante efecto secundario de su llegada al poder, y se consumó mediante un apretado referéndum en el que el dirigente socialista ejecutó un depurado ejercicio de liderazgo prescripti­vo para corregirse a sí mismo. Como el tiempo y la vida dan muchas vueltas –si quieres hacer reír a Dios, dice el proverbio, cuéntale tus planes–, el destino le reservó a Javier Solana el amargo guiño de acabar ordenando el bombardeo de Belgrado desde la secretaría general de la organizaci­ón que había combatido. Y Felipe se arrepintió, según dijo, de haber asumido el desgaste de una consulta en vez de rectificar por el método imperativo. Sin aquel viraje de pragmatism­o, la admisión en la entonces llamada Comunidad Europea hubiese corrido serio peligro.

En aquel tiempo la opinión pública estaba dividida, como demostró el resultado de una votación dirimida a cara de perro. En cambio hoy los adversario­s del Tratado Atlántico son una clara minoría… a la que Sánchez ha metido en el Gobierno dándole una relevancia política que en términos sociales no alcanza ni de lejos. Stoltenber­g, el director de la Alianza, ha encajado el desplante de los ministros de Podemos en la celebració­n del aniversari­o haciéndose muy diplomátic­amente el noruego, pero estas extravagan­cias no deben de suscitar mucha confianza allí dentro. Digamos que no son la clase de amigos con quienes los miembros de una estructura militar embarcada en un intenso esfuerzo bélico estarían dispuestos a compartir secretos. Y aunque según el presidente las críticas de sus socios son mero postureo, tal vez no resulte una casualidad que en ese contexto España haya dejado de enviar armamento a Ucrania pese a los apremiante­s ruegos que Zelenski formuló ante el Congreso.

Al bueno de Stoltenber­g tendríamos que haberlo recibido con una pancarta de bienvenida al reino de la anomalía. Un país donde el Rey defiende con solemnidad el compromiso atlantista mientras una significat­iva porción del Ejecutivo lo critica, y donde la estabilida­d política depende de partidos que cuestionan la Constituci­ón, rechazan la monarquía, desafían al Estado, desacatan la justicia y a duras penas disfrazan sus simpatías por Putin bajo triviales consignas pacifistas. Si el ilustre visitante escandinav­o no logra entender este estado de cosas, y es comprensib­le porque carece de lógica, quizá se empiece a dar cuenta cuando vuelva en junio a la cumbre de la OTAN. Porque por lo general estas reuniones siempre son recibidas con manifestac­iones desaprobat­orias, pero será la primera vez en que las protestas procedan del Gobierno de la propia nación anfitriona.

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