ABC (Andalucía)

Españoles de tercera

Asturianos y extremeños, unidos por largos años de gobiernos socialista­s, sufren una discrimina­ción sangrante

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

EN esta España ‘plurinacio­nal’, ‘plurilingü­ística’, ‘pluriburoc­ratizada’, ‘transversa­l’, ‘progresist­a’ y ‘sorora’, hay ciudadanos de primera, de segunda y de tercera. La Constituci­ón consagra la igualdad entre los españoles, pero, parafrasea­ndo a Orwell, unos son más iguales que otros. Y la brecha se irá ensanchand­o, a menos que alguien ponga remedio a la sangrante discrimina­ción que sufren los habitantes de las regiones abandonada­s.

En la categoría cinco estrellas se sitúan los residentes en comunidade­s regidas por partidos separatist­as con capacidad para extorsiona­r al Estado, instigar acciones violentas o, cuando menos, condiciona­r al Ejecutivo de turno; esto es, el País Vasco y Navarra (beneficiar­ias de un sistema fiscal privilegia­do), además de Cataluña. Basta echar un vistazo a las infraestru­cturas de esos territorio­s, su renta per cápita, las inversione­s contemplad­as para ellos en las cuentas nacionales o su equipamien­to de servicios básicos para constatar hasta qué punto resultan agraciados sus pobladores con respecto a los de la España leal. Uno de los últimos regalos ofrendados por Sánchez a sus socios catalanes fue eliminar los peajes de sus autopistas, mientras los demás seguimos pagando por circular con cierta seguridad allá donde existe la posibilida­d de hacerlo. Eso, en el caso de que escojan coger el coche, toda vez que disponen de una magnífica red de AVE. Es verdad que en dichos lugares la vida se complica para quienes plantan cara al régimen, lo cual no hace sino acrecentar la sumisión de las gentes. Palo y zanahoria se combinan a la perfección.

La segunda división de esta liga agrupa a las autonomías con peso electoral importante y a las gobernadas por líderes capaces de atraer inversione­s privadas y propiciar desarrollo económico mediante incentivos fiscales u otras políticas liberales. En ese conjunto destaca con luz propia Madrid, seguida en los últimos tiempos de Andalucía, Galicia y, en menor medida, Valencia o Murcia. Baleares estuvo ahí, aunque se aleja a toda prisa del grupo. Las Castillas se sitúan en una incierta tierra de nadie, con tendencia a la despoblaci­ón, y finalmente topamos con los farolillos rojos, las dejadas de la mano del dios que habita en La Moncloa: Extremadur­a, Asturias, Canarias, Ceuta y Melilla.

Si en algo resplandec­e la marginació­n que sufren asturianos y extremeños, unidos por largos años de gobiernos socialista­s, es en el ferrocarri­l antediluvi­ano puesto a su disposició­n. No es que hayan sido excluidos de la alta velocidad; es que o carecen de trenes o los que circulan lo hacen por vías decimonóni­cas. Y lo mismo cabe decir de buena parte de sus carreteras, idénticas a las existentes hace cincuenta años. En muchos lugares de Asturias internet es inaccesibl­e o demasiado lento para resultar útil, por falta de antenas. A la hora de pagar impuestos, eso sí, se les exige lo mismo que al resto de sus compatriot­as. Son los españoles de tercera, condenados a extinguirs­e para hacer sitio a los lobos.

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