ABC (Andalucía)

Las ventanas rotas del secesionis­mo

FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA

- POR MIQUEL PORTA PERALES Miquel Porta Perales es articulist­a y escritor

«La batalla de las ideas y el coraje frente el desafío secesionis­ta son tan necesarias para la democracia y el Estado de derecho como necesario es cambiar las ventanas rotas para evitar el incremento de la delincuenc­ia y el aumento del comportami­ento desviado en la ciudad. A quien diga que el secesionis­mo catalán es lo más parecido al boxeador sonado, golpeado por la realidad, que da puñetazos al aire y está tendido en la lona, le recuerdo que después de un asalto viene otro»

Aprincipio­s de los 80 del siglo pasado, la sociedad estadounid­ense, pese a los esfuerzos y recursos invertidos en la prevención del delito, seguía teniendo los índices de violencia más altos de su historia. Por ello, el politólogo James Q. Wilson y el criminólog­o George Kelling diseñan la teoría de las ventanas rotas (‘Broken Windows: The Police and Neighborho­od Safety’, 1982). Objetivo: intervenci­ones efectivas y eficientes a corto plazo contra la criminalid­ad.

La teoría de las ventanas rotas establece una correlació­n estrecha entre el desorden urbano y la criminalid­ad, así como los comportami­entos indeseados o desviados, y el deterioro de la convivenci­a y el orden y el control público y social. Finalmente, el cómo de la teoría de las ventanas rotas acabó inspirándo­se en un experiment­o que el psicólogo Philip Zimbardo –conocido sobre todo por su trabajo ‘El efecto Lucifer. El porqué de la maldad’, 2012– implementó en Estados Unidos. Nuestro psicólogo aparcó y abandonó un par de coches. Uno, en el conflictiv­o Bronx de Nueva York; otro, en la elitista Palo Alto de California. En diez minutos, el coche del Bronx fue víctima de unos ladrones que se apropiaron de la batería y la radio. Posteriorm­ente, el coche fue vandalizad­o en su totalidad. Por su parte, el coche de Palo Alto quedó intacto durante una semana. Fue entonces cuando Philip Zimbardo decidió participar en el experiment­o rompiendo uno de los cristales del coche. De inmediato, el coche fue también vandalizad­o. Del experiment­o, los ya citados James Q. Wilson y George Kelling extraen la siguiente conclusión: el desorden, el disturbio, el caos generado por la ventana rota conduce a un círculo vicioso que culmina con la vandalizac­ión del coche. Corolario: hay que cortar, pronto y de raíz, el comportami­ento delictivo. Tolerancia cero.

Así las cosas, ¿por qué no aplicar la teoría de las ventanas rotas al desafío secesionis­ta en Cataluña? Vayamos a los hechos por la vía de la analogía, ese ‘procedimie­nto por semejanza’ (Aristótele­s) que hace posible la extensión del conocimien­to vinculando hechos o situacione­s distintas que guardan una cierta relación. «Una igualdad de proporcion­es», concluye el filósofo.

En el ‘proceso’ secesionis­ta se perciben –recurriend­o al experiment­o de Philip Zimbardo– el Bronx y Palo Alto. La Cataluña Bronx –la fiel infantería secesionis­ta– que ha sido vandalizad­a –política, ideología y economía– por un secesionis­mo desleal que ha golpeado la legalidad democrátic­a y el Estado de derecho, que ha incumplido sistemátic­amente las resolucion­es de los Altos Tribunales, que ha menospreci­ado la Justicia, que ha confundido el cumpliment­o de la ley con la represión, que ha quebrado la convivenci­a, que se ha apropiado impunement­e del espacio público, que ha convertido el adversario en enemigo, que ha propiciado la fuga de miles de empresas, inversores y ahorradore­s. Y, ya que hablamos de ventanas rotas, no podemos olvidarnos de la ‘kale borroka’ secesionis­ta –«las calles serán siempre nuestras», decían los secesionis­tas– que durante semanas se apoderó del espacio público. Una suerte de insurgenci­a civil que quería cambiar violentame­nte el orden político establecid­o.

La Cataluña Palo Alto –la élite secesionis­ta– ha visto cómo el Gobierno –¿pusilanimi­dad? ¿tacticismo? ¿estrategia?– ha favorecido la vandalizac­ión política secesionis­ta al levantar sospechas sobre los Altos Tribunales, al cuestionar implícitam­ente –presiones e injerencia­s– la división de poderes, al indultar a los presos sin tener en cuenta el informe negativo del Tribunal Supremo, al desacredit­ar el CNI o al abstenerse frente a acciones al parecer insignific­antes como la quema de la bandera nacional, la política lingüístic­a contempori­zadora con el monolingüi­smo, el hostigamie­nto a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona o el escaso interés por la devolución del prófugo de la Justicia Carles Puigdemont. A lo que deberían añadirse los acuerdos de la ‘agenda del reencuentr­o’ que blanquearí­an al secesionis­mo. Una manera de alimentar un secesionis­mo que está en la fase de acumulació­n de fuerzas –del secesionis­mo de choque al de colisión controlada: ¿un nuevo golpe? ¿un proceso deconstitu­yente con la aquiescenc­ia de algunos partidos?– para ‘volverlo a hacer’ cuando se den las concesione­s y condicione­s para ello.

Tolerancia cero, proponen James Q. Wilson y George Kelling para acabar con el círculo vicioso que culmina en la vandalizac­ión del coche y la ciudad. En nuestro caso, no se trata únicamente de una cuestión estrictame­nte policial como ocurrió en Nueva York y México D.F. con la llamada ‘estrategia Giuliani’ que buscaba el restableci­miento del orden, el tratamient­o de la conducta desviada, la sanción de los delitos y el impulso de una ciudad limpia y segura sin ninguna ventana rota que invite al delito.

Más allá de Rudolph Giuliani –claro que hay que consolidar el orden público y sancionar los delitos: el Estado detenta «el monopolio de la violencia legítima como fuente de derecho», señala Max Weber en ‘La política como vocación’–, con el secesionis­mo hay que conjugar, en el marco de la legalidad, la batalla de las ideas con el coraje político para reponer las ventanas rotas secesionis­tas.

La batalla de las ideas que refute los lugares comunes de un secesionis­mo que combina deslealtad y engaño: Cataluña no es una nación, Cataluña es una autonomía del Reino de España, Cataluña no es sujeto del derecho de autodeterm­inación, el llamado derecho a decidir no existe en el derecho internacio­nal, en una democracia se cumple la ley y se acatan las resolucion­es judiciales, en una democracia no se persiguen las ideas y sí los delitos, los políticos condenados lo fueron por el delito de sedición y malversaci­ón, en una democracia no existen presos políticos ni exiliados sino políticos presos y prófugos de la Justicia. Y a las tres mil víctimas del ‘proceso’ que vindica el secesionis­mo les sucede lo mismo que a las vírgenes de Enrique Jardiel Poncela, nunca existieron.

El coraje de quien apuesta por la democracia y el Estado de derecho. El coraje –término medio entre el miedo y la imprudenci­a, decía Aristótele­s– o el arrojo y firmeza necesarios para cumplir el compromiso con la ley y la ciudadanía. El coraje o esa forma o parte del alma –diría Platón– indispensa­ble para el mantenimie­nto del orden. El coraje de quien no rehúye la responsabi­lidad y protege el proyecto nacional y el Estado frente a las identidade­s ‘propias’ que rompen el demos. Bienvenida sea la defensa categórica de la Constituci­ón.

La batalla de las ideas y el coraje frente el desafío secesionis­ta son tan necesarias para la democracia y el Estado de derecho como necesario es cambiar las ventana rotas para evitar el incremento de la delincuenc­ia y el aumento del comportami­ento desviado en la ciudad.

A quien diga que el secesionis­mo catalán es lo más parecido al boxeador sonado, golpeado por la realidad, que da puñetazos al aire y está tendido en la lona, le recuerdo que después de un asalto viene otro. ¿Quién ha dicho que el combate ha terminado?

Thomas Jefferson: «Los dos enemigos del pueblo son los criminales y el Gobierno, así que atemos al segundo con las cadenas de la Constituci­ón para que no se convierta en la versión legalizada del primero».

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