Las ventanas rotas del secesionismo
FUNDADO EN 1903 POR DON TORCUATO LUCA DE TENA
«La batalla de las ideas y el coraje frente el desafío secesionista son tan necesarias para la democracia y el Estado de derecho como necesario es cambiar las ventanas rotas para evitar el incremento de la delincuencia y el aumento del comportamiento desviado en la ciudad. A quien diga que el secesionismo catalán es lo más parecido al boxeador sonado, golpeado por la realidad, que da puñetazos al aire y está tendido en la lona, le recuerdo que después de un asalto viene otro»
Aprincipios de los 80 del siglo pasado, la sociedad estadounidense, pese a los esfuerzos y recursos invertidos en la prevención del delito, seguía teniendo los índices de violencia más altos de su historia. Por ello, el politólogo James Q. Wilson y el criminólogo George Kelling diseñan la teoría de las ventanas rotas (‘Broken Windows: The Police and Neighborhood Safety’, 1982). Objetivo: intervenciones efectivas y eficientes a corto plazo contra la criminalidad.
La teoría de las ventanas rotas establece una correlación estrecha entre el desorden urbano y la criminalidad, así como los comportamientos indeseados o desviados, y el deterioro de la convivencia y el orden y el control público y social. Finalmente, el cómo de la teoría de las ventanas rotas acabó inspirándose en un experimento que el psicólogo Philip Zimbardo –conocido sobre todo por su trabajo ‘El efecto Lucifer. El porqué de la maldad’, 2012– implementó en Estados Unidos. Nuestro psicólogo aparcó y abandonó un par de coches. Uno, en el conflictivo Bronx de Nueva York; otro, en la elitista Palo Alto de California. En diez minutos, el coche del Bronx fue víctima de unos ladrones que se apropiaron de la batería y la radio. Posteriormente, el coche fue vandalizado en su totalidad. Por su parte, el coche de Palo Alto quedó intacto durante una semana. Fue entonces cuando Philip Zimbardo decidió participar en el experimento rompiendo uno de los cristales del coche. De inmediato, el coche fue también vandalizado. Del experimento, los ya citados James Q. Wilson y George Kelling extraen la siguiente conclusión: el desorden, el disturbio, el caos generado por la ventana rota conduce a un círculo vicioso que culmina con la vandalización del coche. Corolario: hay que cortar, pronto y de raíz, el comportamiento delictivo. Tolerancia cero.
Así las cosas, ¿por qué no aplicar la teoría de las ventanas rotas al desafío secesionista en Cataluña? Vayamos a los hechos por la vía de la analogía, ese ‘procedimiento por semejanza’ (Aristóteles) que hace posible la extensión del conocimiento vinculando hechos o situaciones distintas que guardan una cierta relación. «Una igualdad de proporciones», concluye el filósofo.
En el ‘proceso’ secesionista se perciben –recurriendo al experimento de Philip Zimbardo– el Bronx y Palo Alto. La Cataluña Bronx –la fiel infantería secesionista– que ha sido vandalizada –política, ideología y economía– por un secesionismo desleal que ha golpeado la legalidad democrática y el Estado de derecho, que ha incumplido sistemáticamente las resoluciones de los Altos Tribunales, que ha menospreciado la Justicia, que ha confundido el cumplimento de la ley con la represión, que ha quebrado la convivencia, que se ha apropiado impunemente del espacio público, que ha convertido el adversario en enemigo, que ha propiciado la fuga de miles de empresas, inversores y ahorradores. Y, ya que hablamos de ventanas rotas, no podemos olvidarnos de la ‘kale borroka’ secesionista –«las calles serán siempre nuestras», decían los secesionistas– que durante semanas se apoderó del espacio público. Una suerte de insurgencia civil que quería cambiar violentamente el orden político establecido.
La Cataluña Palo Alto –la élite secesionista– ha visto cómo el Gobierno –¿pusilanimidad? ¿tacticismo? ¿estrategia?– ha favorecido la vandalización política secesionista al levantar sospechas sobre los Altos Tribunales, al cuestionar implícitamente –presiones e injerencias– la división de poderes, al indultar a los presos sin tener en cuenta el informe negativo del Tribunal Supremo, al desacreditar el CNI o al abstenerse frente a acciones al parecer insignificantes como la quema de la bandera nacional, la política lingüística contemporizadora con el monolingüismo, el hostigamiento a la Jefatura Superior de Policía de Barcelona o el escaso interés por la devolución del prófugo de la Justicia Carles Puigdemont. A lo que deberían añadirse los acuerdos de la ‘agenda del reencuentro’ que blanquearían al secesionismo. Una manera de alimentar un secesionismo que está en la fase de acumulación de fuerzas –del secesionismo de choque al de colisión controlada: ¿un nuevo golpe? ¿un proceso deconstituyente con la aquiescencia de algunos partidos?– para ‘volverlo a hacer’ cuando se den las concesiones y condiciones para ello.
Tolerancia cero, proponen James Q. Wilson y George Kelling para acabar con el círculo vicioso que culmina en la vandalización del coche y la ciudad. En nuestro caso, no se trata únicamente de una cuestión estrictamente policial como ocurrió en Nueva York y México D.F. con la llamada ‘estrategia Giuliani’ que buscaba el restablecimiento del orden, el tratamiento de la conducta desviada, la sanción de los delitos y el impulso de una ciudad limpia y segura sin ninguna ventana rota que invite al delito.
Más allá de Rudolph Giuliani –claro que hay que consolidar el orden público y sancionar los delitos: el Estado detenta «el monopolio de la violencia legítima como fuente de derecho», señala Max Weber en ‘La política como vocación’–, con el secesionismo hay que conjugar, en el marco de la legalidad, la batalla de las ideas con el coraje político para reponer las ventanas rotas secesionistas.
La batalla de las ideas que refute los lugares comunes de un secesionismo que combina deslealtad y engaño: Cataluña no es una nación, Cataluña es una autonomía del Reino de España, Cataluña no es sujeto del derecho de autodeterminación, el llamado derecho a decidir no existe en el derecho internacional, en una democracia se cumple la ley y se acatan las resoluciones judiciales, en una democracia no se persiguen las ideas y sí los delitos, los políticos condenados lo fueron por el delito de sedición y malversación, en una democracia no existen presos políticos ni exiliados sino políticos presos y prófugos de la Justicia. Y a las tres mil víctimas del ‘proceso’ que vindica el secesionismo les sucede lo mismo que a las vírgenes de Enrique Jardiel Poncela, nunca existieron.
El coraje de quien apuesta por la democracia y el Estado de derecho. El coraje –término medio entre el miedo y la imprudencia, decía Aristóteles– o el arrojo y firmeza necesarios para cumplir el compromiso con la ley y la ciudadanía. El coraje o esa forma o parte del alma –diría Platón– indispensable para el mantenimiento del orden. El coraje de quien no rehúye la responsabilidad y protege el proyecto nacional y el Estado frente a las identidades ‘propias’ que rompen el demos. Bienvenida sea la defensa categórica de la Constitución.
La batalla de las ideas y el coraje frente el desafío secesionista son tan necesarias para la democracia y el Estado de derecho como necesario es cambiar las ventana rotas para evitar el incremento de la delincuencia y el aumento del comportamiento desviado en la ciudad.
A quien diga que el secesionismo catalán es lo más parecido al boxeador sonado, golpeado por la realidad, que da puñetazos al aire y está tendido en la lona, le recuerdo que después de un asalto viene otro. ¿Quién ha dicho que el combate ha terminado?
Thomas Jefferson: «Los dos enemigos del pueblo son los criminales y el Gobierno, así que atemos al segundo con las cadenas de la Constitución para que no se convierta en la versión legalizada del primero».