Ha caído Francia
Saint-Denis es lo que le espera a España si no extirpamos a Colau y a Sánchez. París es la capital y el símbolo de un Estado fallido, arrodillados
ECHAR a Ada Colau y a Pedro Sánchez no es sólo una necesidad ideológica sino también física. El comunismo –que en España se entiende poco y mal– persigue, asfixia y mata. Y todo socialismo tiende al comunismo porque la izquierda es siempre totalitaria. La derecha lo es a veces. La izquierda, siempre. Lo visto en París el día de la decimocuarta no fue un accidente o un episodio aislado. Era un Estado caído a peso por la incompetencia, por la renuncia a imponer la autoridad, por la paguita a los colectivos marginales en lugar de reclamarles la libertad como un deber, y por esa excusa de fondo, permanente, insistente y atroz que siempre intentan los franceses para no trabajar. Tú creías, y yo, que era imposible acabar con la luz tan bella de París. Pero el sábado la vi rasgada por las navajas de negros y árabes al abordaje, y vendida luego a peso, ya como una burda imitación de lo que fue, por manteros y demás traficantes.
Ada Colau y Pedro Sánchez representan esta amenaza violenta y física contra nuestra supervivencia. También contra nuestra economía y el futuro de nuestros hijos; pero sobre todo contra nuestra vida, que es por lo que temimos los que acudimos a la final y fuimos brutalmente atacados por descontroladas bandas de unos chicos que ya se veía que no habían trabajado nunca y que nadie les había exigido nada. La libertad hay que cuidarla porque sin libertad te matan. El orden hay que protegerlo porque el principal aliado de la tiranía es el caos. Una policía paralizada miedosa de ser acusada por el delincuente deja en la más absoluta indefensión al ciudadano de buena voluntad.
El debate es político porque todo es político en un mundo civilizado, pero Sánchez y Colau, en su ignorancia no exenta de maldad, y en su populismo vergonzoso, resentido y contrario a los intereses de la Humanidad, no sólo causan atraso sino que destruyen los cimientos sobre los que nuestra convivencia descansa. No se trata de criminalizar a la inmigración sino de acoger a la que podamos asumir en condiciones razonables para todos, e incorporarla sin pretexto ni demora a nuestro modo de vida, precisamente para que no quede descolgada ni condenada a la criminalidad.
Saint-Denis es lo que le espera a España si no extirpamos a Colau y a Sánchez. París es la capital y el símbolo de un Estado fallido, arrodillado. El lujo encerrado en su gueto cada vez más absurdo y estrecho, que parece una burla de lo que dramáticamente le rodea; y lo que le rodea es cada día más bestia y está más cerca. España es bastante más eficiente y funcional que Francia. Barcelona y Madrid han aprendido a cocinar, a comer y a vivir mucho mejor que en París y sin robar. No robar es muy importante, no sólo para el Estado. Pero tenemos dentro el bicho de la aniquilación y no estamos ni tan resguardados ni tan lejos de la humillación. Nada es eterno si no se trata sin cuidado. Ni siquiera el Madrid lo es, como lo prueba el erial europeo entre los años de don Santiago Bernabéu y la era Florentino Pérez.