Sin medios para vivir, evacuados del Donbass vuelven al hogar destruido El enorme volumen de desplazados provoca que la lista de espera para acceder a viviendas en zonas seguras sea cada vez más larga
∑Fueron conminados a escapar por la lluvia de bombas, pero no hay salida. Ahora prefieren morir en sus ciudades
Con el rostro rojo de frustración e ira, Annya deambulaba en la primera planta del centro médico que sirve como punto de acogida de desplazados en Sloviansk (Donetsk) a la espera de respuestas que no llegaban. «Llevamos dos días aquí esperando que nos acomoden», se atropellaba hablando. «Dos días sin que nos digan a dónde tenemos que ir o qué hacer. El Gobierno se da mucha prisa para sacarnos de nuestras ciudades por el riesgo de la guerra, pero luego no nos da un lugar donde vivir. Ahora dicen que no hay apartamentos disponibles en Dnipro, así que ¿qué se supone que debo hacer?», se desespera. «No nos dejan opción. Nos volvemos a Bajmut».
Dado que no tenía dónde deshacer su maleta, la mujer, con un hijo de ocho años de pelo ensortijado y su madre enferma a cargo, no tardó en estar lista para embarcar en el taxi que los llevaría de vuelta a la ciudad, donde la artillería y la aviación rusas se suelen emplear a fondo a la espera de la ofensiva terrestre que intentará someterla cuando caigan las ciudades de Severodonetsk y Lisichansk. Bajmut, a una hora de Sloviansk, es uno de los frentes de la guerra del Donbass, pero las batallas son tan omnipresentes en toda la provincia que Annya, sanitaria en una clínica de su Bajmut natal, no encuentra «diferencia entre Limán, Bajmut o Sloviansk. Nos están bombardeando a todos».
Su desesperación no es un caso aislado. Ella dice conocer a «una docena de personas, algunos con niños pequeños» que han regresado a sus localidades, aún bajo las bombas, tras ser evacuados a sitios supuestamente seguros. «Nos prometieron que nos buscarían alojamiento en ciudades del oeste del país, pero ni las enfermeras ni nosotros sabemos cuándo va a ser eso, y no podemos estar aquí para siempre compartiendo una habitación con otros desplazados». Sacha, uno de los voluntarios del centro, admite conocer cinco casos de familias que han decidido regresar a sus hogares. Y no es difícil encontrar a evacuados que reconsideran su huida ante las dificultades para mantenerse lejos de sus hogares.
Abandonar el infierno
Se trata de personas conminadas por las autoridades a salir de sus ciudades por la gravedad de los bombardeos y la urgencia humanitaria, y animadas por la posibilidad real de abandonar el infierno que, una vez en puntos de acogida del Donbass, se encuentran sin medios con los que sobrevivir ni un lugar donde dormir. «Mi hijo mayor se refugió con su familia en Uzhgorod», continúa Annya. «Vive acogido en una iglesia porque los alquileres más baratos son de 1.000 euros». Los responsables de los convoyes de rescate admiten que el enorme volumen de desplazados supone un reto ingente y que las listas de espera para acceder a viviendas en zonas seguras son cada vez más larga, pero se sienten incapaces de hacer nada más. Quienes pueden, buscan por sus propios medios alquileres que les permitan instalarse cuanto antes, pero la masiva demanda ha disparado los precios.
«Se han creado páginas web donde la gente publica los precios de los alquileres, y en muchas ciudades piden 1.500 euros por un apartamento de una habitación», detalla Annya. «La guerra nos ha dejado a todos sin trabajo, ¿cómo se supone que lo podemos pagar?».
Además existe la tendencia de ir a Leópolis u Odesa, grandes ciudades del seguro oeste ucraniano pero ya convertidas en enormes refugios: en total, se estima que la invasión rusa ha echado de sus casas a 14 millones de ucranianos y muchos de ellos, quienes salieron en febrero y marzo, ya se instalaron en esas localidades. Quien no tiene parientes en ciudades seguras o la posibilidad de refugiarse en Europa se ve condenado a permanecer viviendo de la caridad
en ciudades como Sloviansk, donde las sirenas antiaéreas suenan de forma casi permanente, cada vez más cerca de convertirse en primera línea de frente tras la caída de la vecina Limán, apenas a diez kilómetros, en manos rusas. Además, Kramatorsk y Sloviansk están viviendo, como Bajmut, problemas severos en el suministro eléctrico que afecta al agua corriente, y no hay gas desde hace una semana. Sloviansk dista de ser un lugar seguro. Ayer, un ataque con misiles balísticos de corto alcance Iskander mató al menos a tres personas e hirió a media decena de civiles cuando impactó en un barrio residencial, causando daños en un colegio, una guardería, ocho edificios residenciales y un garaje. Los fallecidos murieron en sus camas, mientras dormían.
En el Donbass se critica duramente la narrativa occidental según la cual esta guerra comenzó en invierno cuando, en realidad, se remonta a 2014, cuando milicias prorrusas desataron una oleada de violencia que derivó en la ocupación de buena parte de Lugansk y Donetsk, incluidas –aunque por breve tiempo– Sloviansk y la vecina Kramatorsk, esta última hoy considerada la capital administrativa del menguante Donetsk ucraniano.
Las autoridades intentan acomodar a los desplazados en viviendas particulares pero la ausencia de espacio físico se traduce en largas esperas que generan enorme frustración. En Sloviansk y Kramatorsk, autobuses y furgonetas trasladan a las familias por carretera rumbo a Pokrovsk, donde los trenes les trasladan a Dnipro, alejándolos del Donbass. La mayoría viaja confiando en la ayuda de familiares o amigos y unos pocos más en los pocos ahorros que les ha dejado la guerra, pero una minoría no tiene ninguna de las dos cosas.
Vivir de la caridad
«Aquí no puedo cobrar mi pensión, no tengo donde dormir y el dinero no me llega ni para una barra de pan. ¿De qué se supone que debo vivir», gimotea Victoria, 49 años y llegada hace cuatro días de Severodonetsk, también acogida en el centro de Sloviansk. «En Dnipro no hay lugar para mi madre y para mí, y aquí nadie nos ayuda. Sólo nos queda vivir de la caridad, pero ¿por cuánto tiempo? Si pudiera volver a mi casa, si tuviera un medio para hacerlo, no dude de que lo haría», añade con la mirada desafiante.
Su casa está en la ciudad de la provincia de Lugansk considerada por las autoridades ucranianas la nueva Mariúpol. Se trata de Severodonetsk, donde ayer se libraban duros combates callejeros y las tropas rusas avanzaban con determinación. Si la víspera los hombres del Kremlin controlaban sólo un tercio de la ciudad, ayer ya tenían bajo su control la mitad de la localidad, según confirmó el jefe de la administración local, Alexander Stryuk, y los combates casa por casa amenazaban con extenderse por el sector que aún se les resiste. La ciudad es considerada la más importante de la provincia de Lugansk bajo control ucraniano, y su más que probable capitulación generará un movimiento simpatía que afectará a los villorrios colindantes para alcanzar la vecina Lisichansk, completando así el control de Moscú sobre Lugansk y permitiendo al Kremlin declarar su victoria sobre la reclamada provincia.
Según medios ucranianos que citaban fuentes de Seguridad, el presidente ruso habría dado la orden de apoderarse de Lugansk antes del 1 de julio, un plazo que parece asumible dada la evolución militar sobre el terreno. Una vez tomada Severodonetsk, el acceso a la vecina Donetsk resultaría muy sencillo poniendo Bajmut, Kramatorsk y Sloviansk en bandeja para Putin. Según el gobernador ucraniano Serguéi Gaidai, Kiev sólo controla hoy un 5% de la región, lo que implica una pérdida del 3% respecto a hace dos semanas. El masivo reforzamiento de las posiciones rusas, el envío de tropas especiales y de combatientes chechenos y el cambio de estrategia, que ahora se centra en la sumisión de zonas pequeñas con intensos bombardeos en lugar de ofensivas dispersas en frentes más amplios, habría facilitado el cambio que amenaza con convertirse en permanente.