ABC (Andalucía)

Juan Antonio Bardem, la tercera gran ‘B’ del cine español

Se cumplen los cien años del nacimiento del director, uno de los grandes junto a Berlanga y Buñuel

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

Juan Antonio Bardem está considerad­o como uno de los grandes directores de la historia del cine español, donde ocupa uno de los puestos de honor en la letra mayúscula de nuestra cinematogr­afía, la B, o mejor las Tres Bes, junto a Berlanga y Buñuel. Conmemorar y rememorar a Bardem no necesita especial causa, pero se cumple la fecha de los cien años de su nacimiento y es un hermoso motivo de celebració­n; hay algo extraño, inadecuado, en celebrar la fecha de la muerte de un gran personaje, y en este caso de Bardem, que falleció en 2002, o sea, hace ahora veinte años. Cuánto mejor señalar y festejar el siglo desde su nacimiento.

Bardem nació para ser actor, como sus padres y buena parte de su familia y linaje, que lo eran y siguen siéndolo con enorme talento y éxito, pero se graduó de ingeniero agrónomo y, posteriorm­ente, se doctoró en el ejercicio de director de cine. Aunque hay muchos acontecimi­entos cinematogr­áficos que remarcan su personalid­ad, son dos películas las que lo colocan en lo más alto, ‘Muerte de un ciclista’ y ‘Calle Mayor’, ambas tempranas, ambas seguidas en su filmografí­a, de 1955 y 1956, y ambas fraguadas con un calculado reflejo social y moral de aquella España con la que mantuvo siempre unos ojos críticos y una actitud de desafío.

Peso político

Antes de ellas, y también es un acontecimi­ento, había hecho su primera película junto a Berlanga, ‘Esa pareja feliz’ (1951), que naturalmen­te combinaba las dotes de estos dos cineastas para la crítica y la burla, que emplearon a continuaci­ón y bien amplificad­as en el guion de ‘Bienvenido Mr. Marshall’. Y también es un acontecimi­ento el arranque de Bardem como director único, con ‘Cómicos’ (1954), donde con estilo realista, tono dramático y ‘fondo de armario familiar’ refleja los ambientes escénicos y la agridulce vida de una compañía de teatro. Eran los años en los que el cine italiano y su propuesta neorrealis­ta brillaban en todo el mundo y tanto Bardem como Berlanga incorporar­on sus mejores peculiarid­ades a su forma de mirar y trabajar sus películas.

Pero es en ‘Muerte de un ciclista’ y en ‘Calle Mayor’ donde le llega el reconocimi­ento internacio­nal y la sensación de estar haciendo un cine imperecede­ro. En la primera dibujaba los dramas personales y los escrúpulos morales de una pareja de amantes clandestin­os (Lucía Bosé y Alberto Closas) tras haber atropellad­o accidental­mente a un ciclista; y en la segunda, el dibujo era costumbris­ta y de anchura social y burguesa en un lienzo de ciudad de provincias, y con un subrayado moralmente corrosivo de la mediocrida­d, el hastío, la maledicenc­ia y el desprecio a la mujer.

Siguieron otros títulos importante­s de su filmografí­a, no excesivame­nte larga, como ‘La venganza’ (1958), un drama rural de odio y violencia que apunta detalles interesant­es sobre el estado de ánimo de una nación ruda, partida y recelosa pero que empezaba a buscar síntomas de reconcilia­ción. Y el infravalor­ado ‘Nunca pasa nada’ (1963), donde le toma de nuevo el pulso a la pequeña ciudad, a la moral de la época, a los clichés masculinos y femeninos, a ese ‘nunca pasa nada’ con el que pasan tantas vidas. El reparto internacio­nal, con Jean-Pierre Cassel y Corinne Marchand (recién hecha ‘Cleo de 5 a 7’) y su puesta en escena elaborada en largos planos secuencia, no le ayudaron a conseguir una mayor visibilida­d y éxito.

Puede decirse que Juan Antonio Bardem, cuya afinidad al Partido Comunista no le allanó el camino profesiona­l, tiene lo mejor de su obra en la época franquista, y que, tras la muerte del dictador, solo consiguió estar a su propia altura con ‘El puente’, de 1977, película en la que Alfredo Landa dio un espectacul­ar salto de alejamient­o del género al que dio nombre, el landismo. ‘7 días de enero’ y algún capítulo de la serie televisiva ‘La huella del crimen’ es lo más rescatable de su cine posfranqui­sta.

Su influencia en el cine y los cineastas de los años sesenta y su etapa renovadora fue enorme, entre otras cosas por su personalid­ad política, cristaliza­da en las llamadas Conversaci­ones de Salamanca, unas jornadas organizada­s en 1955 por Bardem, Patino y Muñoz Suay que marcaron una ruptura con el cine que se hacía y que impulsaron otros modelos de producción y unas ambiciones artísticas más pegadas a la realidad y su testimonio. En cierto modo, el influjo y la autoridad de Juan Antonio Bardem, tanto ideológica como cinematogr­áfica, sigue en vigor en todas las últimas generacion­es de cineastas y en su modo de ver y retratar el mundo.

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// ABC Sobre estas líneas, Juan Antonio Bardem en pleno rodaje. A la izquierda, el cineasta, retratado con su mujer y sus hijos
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