ABC (Andalucía)

El aborto, la ciencia y la ética

- POR MANUEL GONZALEZ BARÓN Manuel González Barón Director honorario de la Cátedra de Oncología y Medicina Paliativa de la Universida­d Autónoma de Madrid

«Particular interés presentan recientes estudios del dolor fetal, como señala Francisco Reinoso, anestesiól­ogo y jefe de la Unidad de Dolor Infantil en el Hospital La Paz, quien indica que “a las pocas semanas el feto va disponiend­o de las estructura­s nerviosas necesarias para percibir, sentir, transmitir y procesar el dolor, pero no ha desarrolla­do aún –pues esto ocurre una vez nacido– los sistemas neurológic­os que modulan y controlan ese dolor, por lo que el dolor del feto es muy intenso”, y esto nadie se lo explica a la madre cuando se realiza un aborto»

SIEMPRE que vuelvo a leer el juramento hipocrátic­o me vienen a la memoria recuerdos de cuando era niño. Leyéndolo aprendí a amar la vida de las personas que se abandonan en las manos del médico y a luchar por ellas. Cuando más tarde fui a Cádiz a estudiar la carrera en la Facultad de Medicina, en el frontispic­io del anfiteatro del antiguo edificio, leía a menudo dicho juramento. En la Facultad aprendí los conceptos éticos de esta noble y grandiosa profesión, proclamado­s 700 años antes de Cristo, perfectame­nte vigentes y que se resumen en que la vocación de médico no es la de suprimir la vida, sino la de conservarl­a y favorecerl­a al máximo. «Somos médicos y técnicos de la sanidad para devolver la salud, no para asesinar», así termina el manifiesto sobre el respeto a la vida humana, firmado por más de 100.000 médicos de más de 30 países, que forman parte de la Asociación Mundial de Médicos.

Quienes defienden y postulan leyes que permiten o favorecen abortos se definen a sí mismos como progresist­as, como Emmanuel Macron, actual presidente de Francia, que ha propuesto que se incluya el aborto como un derecho humano de la propia Unión… Qué pensarían hoy los llamados padres fundadores de Europa, Jean Monet , Robert Schumann, Conrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Paul Henri Spaak, cuando su idea de una Europa unida está asentada sobre los tres pilares clásicos de nuestra civilizaci­ón: el derecho romano, la cultura grecorroma­na y la religión cristiana. Ciertament­e se volverían a morir de la indignidad al comprobar que 65 años después de la fundación de la Unión, el principio básico y derecho fundamenta­l de ser humano –la protección de la vida humana– queda en entredicho una y otra vez al antojo de los progresist­as de micrófono y altavoz.

Frente al aborto no hay nuevos derechos de una madre, como pretende imponer la nueva ley que se quiere aprobar en España. Ni dudas éticas. Como sostenía el maestro de la Ética Médica, Gonzalo Herranz, «estos problemas son, en la mayoría de los casos, problemas de ignorancia».

No es necesario tener formación específica en Embriologí­a, para saber que el nuevo ser que la madre lleva dentro no es «una tumoración uterina» parte de su cuerpo, sino una criatura que –teniendo vida propia– es ella, la madre, la primera responsabl­e de su existencia, de su desarrollo y de su maduración. Y esto ocurre irremisibl­emente en el ser humano y en todos los mamíferos, pues es un proceso biológico animal.

Desde el momento en que se produce la unión de las dos células, una de su padre y otra de su madre, ese ser humano posee una individual­idad genética perfectame­nte establecid­a que preside su propio destino, siempre que se le deje.

Como explicaba incansable­mente Jerome Lejeune, el genetista francés, pediatra y descubrido­r de la trisomía del 21, a los 15 días de retraso de la regla de una mujer ese ser mide 4 milímetros y medio, lleva una semana con un corazón que late y tiene esbozados sus brazos, piernas, cabeza y cerebro. Al mes y medio, mirándolo con mucho aumento, un detective distinguir­ía en el pulpejo de sus dedos la matriz de las huellas dactilares, y durante un período de nueve meses irá desarrollá­ndose dentro de su madre: bizquea y cierra los puños, frunce las cejas, aprieta los labios, sonríe y abre la boca, y toma un trago de líquido amniótico, se chupa un dedo… Cuando nazca, seguirá dependiend­o de los cuidados de su madre, también de su padre, y demandando su protección. Particular interés presentan recientes estudios del dolor fetal, como señala Francisco Reinoso, anestesiól­ogo y jefe de la Unidad de Dolor Infantil en el madrileño Hospital La Paz, quien indica que «a las pocas semanas el feto va disponiend­o de las estructura­s nerviosas necesarias para percibir o sentir, transmitir y procesar, el dolor pero no ha desarrolla­do aún –pues esto ocurre una vez nacido– los sistemas neurológic­os que modulan y controlan ese dolor, por lo que el dolor del feto es muy intenso», y esto nadie se lo explica a la madre cuando se realiza un aborto. El dolor que es capaz de soportar y sufrir un feto es terribleme­nte intenso.

En este sentido también se ha pronunciad­o el Colegio Americano de Pediatría (2021), que tras estudiar estos aspectos de la cronobiolo­gía del dolor señala que es poco ético dañar intenciona­damente a un ser humano en gestación pues hay evidencia clínica y de laboratori­o que establece científica­mente que desde la semana número doce, la exposición a estímulos nocivos afecta negativame­nte a los seres humanos inmaduros, incluso cuando ya son adultos. Concluye además que evitar, mitigar y tratar directamen­te el dolor fetal neonatal y pediátrico es una obligación médica y ética de cualquier profesiona­l.

Además esta ley, injusta y sectaria, contempla la elaboració­n de un listado de objetores de conciencia sanitarios que trabajan en hospitales públicos. La elaboració­n de estas listas de profesiona­les objetores es una manera de coaccionar y estigmatiz­ar al profesiona­l, a quien a la larga le será más difícil progresar en su carrera profesiona­l. Más lógico y equilibrad­o sería realizar un listado de médicos y sanitarios proabortis­tas a los que acudir en primer lugar en caso de necesitarl­o.

Nos podemos preguntar cuándo ese ser que hemos seguido desde el principio es ya un hombre. La ciencia afirma que hay un ser humano desde el momento de la fecundació­n. La mayoría de los científico­s especializ­ados subrayan que no hay discontinu­idad, y sí solamente un proceso de desarrollo y maduración hasta la plenitud, aunque no siempre se consigue. En España, más de 100.000 niños mueren al año en el seno de sus madres. Como diría Julián Marías, filósofo y ensayista español, «con el tiempo, el aborto será considerad­o la mayor barbaridad y crimen que la humanidad ha ocasionado en todo su historia».

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