ABC (Andalucía)

Cuestión de confianza

En París, el sábado pasado, no podías fiarte de nada ni nadie. La única referencia fiable era la de Courtois bajo los palos

- LUIS HERRERO

SI yo fuera del Atleti también estaría enfadado con Courtois, aunque no hubiera ido al Paseo de las Leyendas del Wanda Metropolit­ano a arrancar su placa a martillazo­s. Segurament­e me hubiera dado en un pie. Y encima, para nada. La única manera de borrar a Courtois de la historia rojiblanca sería extirpando su recuerdo de la cabeza de cada colchonero, lo que supondría, a su vez, condenar al olvido los cuatro títulos que el equipo consiguio con él como cancerbero. No me parece a mí que esté el palmarés del club para cancelar tantas alegrías. En las horas previas a alcanzar su primera Champions, el belga dijo que al fin estaba en el lado bueno de la historia y Almeida lo interpretó, al igual que la mayoría de sus conmiliton­es, como un reproche global a la historia de los indios. Tal vez yo hubiera incurrido en el mismo error si bebiera los mismos vientos deportivos que el alcalde. El amor a los colores nubla el juicio. Tampoco Thibaut anduvo muy fino a la hora de expresarse. Era su segunda final y la jugaba con el equipo que le había derrotado en la primera. El Madrid ha ganado 14 de las 17 que ha disputado. El Atleti, cero de tres. En ese contexto, seamos francos, ¿cuál es el lado bueno de la historia? Si lo hubiera explicado mejor, no habría dejado margen para exégesis torticeras.

Lo que más me duele de los ataques a Courtois, sin embargo, tiene poco que ver con el fútbol. Él fue el único factor de confianza al que pude agarrarme durante el disparatad­o viaje a París del pasado fin de semana. Tardé casi tres horas en llegar al Estade de France. El autobús en el que viajaba, como un buque rompehielo­s, iba abriéndose camino penosament­e en medio de un atasco monumental. Saint-Denis era un barrio sin ley, con más pandillero­s que gendarmes, donde los hinchas eran atracados ante la pasividad policial o enjaulados en rediles de alambre como reses de un rebaño. No vi las cargas con gas pimienta pero oí los rugidos de indignació­n de los paganos que sufrieron sus consecuenc­ias. Suficiente para llegar a la conclusión de que Francia está echada a perder. No hay nadie al mando. Es un caos. Igual que la UEFA. Garci me había metido el miedo en el cuerpo con la teoría de que Ceferin iba a mangarnos el partido para vengarse de Florentino. Por un momento, el gol anulado a Benzemá me hizo temer lo peor. En París, el sábado pasado, no podías fiarte de nada ni nadie. Ni del Estado que presume de tener la mejor política europea de integració­n racial, ni de la eficacia policial, ni de la invulnerab­ilidad electrónic­a de las entradas, ni de los moros que te lanzaban miradas torvas por el rabillo del ojo, ni del Var.

La única referencia fiable era la de Courtois bajo los palos. Por eso me niego a jalear su linchamien­to. Pincho de tortilla y caña a que usted, si fuera madridista, pensaría lo mismo que yo.

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