EN BUSCA DE UN FINAL PARA LA GUERRA DE UCRANIA
El estancamiento militar de la agresión de Rusia, con enorme impacto sobre la economía, provoca un debate geopolítico entre paz o justicia
Durante las dos últimas semanas, la búsqueda de un final a la tragedia de Ucrania se ha acelerado conforme la guerra se ha ralentizado. Cuando la invasión de Rusia va a cumplir cien días, sobre el terreno resulta tan inviable una victoria total del Kremlin como una rendición incondicional del gobierno de Kiev. Por eso se empieza a insistir en retornar a la vía diplomática en búsqueda de un final para un conflicto «cronificado», en el que ninguna de las partes tiene realmente capacidad para ganar a un coste aceptable.
Desde Henry Kissinger en el foro de Davos hasta la opinión del consejo editorial del ‘New York Times’ pasando por altos cargos europeos, proliferan en Occidente los argumentos a favor de un desenlace negociado para una guerra que entra ya en su cuarto mes con demostrada capacidad para generar un mundo mucho peor. El deseo de encontrar una solución –impulsado por el agravamiento de las crisis alimentaria y energética y los indicios de que las sanciones pueden haber llegado a su límite– supondría, en la práctica, dolorosas concesiones a costa del territorio de Ucrania.
Mientras las fuerzas ucranianas con su sacrificado heroísmo y el decisivo suministro de material militar acelerado desde el 24 de febrero mantienen más o menos sus posiciones, el gobierno de Kiev ha recibido con desánimo las sugerencias de que Ucrania debe ceder parte de su territorio para poner fin a la guerra. El presidente Zelenski insiste en que cualquier concesión para satisfacer temporalmente a Putin solo permitirá que Rusia se reagrupe y lance en el futuro una guerra mucho más feroz contra Ucrania y otros posibles objetivos.
No obstante, el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, han empezado a impulsar estas conversaciones de paz. Mientras, altos funcionarios de Italia han presentado un plan de paz ante la Organización de Naciones Unidas que conge
laría las actuales líneas del frente, lo que supondría una importante pérdida de territorio para Ucrania tanto en el sur como en el este.
Estas iniciativas de paz coinciden con la opinión de que militarmente resulta imposible que Ucrania vuelva a recuperar su integridad territorial en todo el Donbass y la franja de 300 kilómetros que conecta con Crimea. Además, seguir facilitando a Kiev material militar cada vez más letal y sofisticado aumenta de manera inaceptable las probabilidades de una escalada por parte de Rusia.
En vísperas de su 99 cumpleaños, Henry Kissinger ha insistido, en una comentada intervención por remoto en Davos, en que ha llegado la hora de intentar infligir una derrota aplastante a las fuerzas de Rusia en Ucrania, advirtiendo de que ello tendría consecuencias desastrosas para la estabilidad de Europa a largo plazo.
EL COSTE INACEPTABLE DE CIEN DÍAS DE GUERRA
El oráculo de la política exterior de Estados Unidos ha advertido de que puede resultar fatal dejarse llevar por el estado de ánimo del momento y empujar a Rusia hacia una alianza permanente con China con resultados desastrosos para Occidente.
Fiel hasta el final a su ‘realpolitik’, Kissinger ha sentenciado que la guerra no debe prolongarse mucho más: «Las negociaciones deben comenzar en los próximos dos meses, antes de que se generen trastornos y tensiones que no serán fáciles de superar. Lo ideal sería que la línea divisoria fuera la vuelta al statu quo anterior. Llevar la guerra más allá de ese punto no tendría que ver con la libertad de Ucrania, sino con una nueva guerra contra la propia Rusia».
En su libro ‘Orden Mundial’, Kissinger explica que Rusia «ha comenzado más guerras que cualquier otra gran potencia contemporánea», pero al mismo tiempo ha evitado la completa dominación de Europa bajo un solo poder al resistir a Napoleón y Hitler. Desde esta perspectiva, Rusia se mueve en ciclos de expansionismo que le han hecho añadir 100.000 kilómetros cuadrados anuales a su territorio entre 1552 y 1917. Es una tendencia que, según recuerda el ex secretario de Estado, se ha mantenido de forma llamativamente consistente «desde Pedro el Grande hasta Vladímir Putin».
Decisiones difíciles
El planteamiento de Big K forma parte de una larga tradición de realismo político que se remonta 2.500 años hasta Tucídides, el historiador griego que en su diálogo de los melios sentenciaba: «Los fuertes imponen su poder, y a los débiles les toca padecer lo que haya que padecer». Receta de ‘aguantoformo’ repetida el mes pasado por el consejo editorial del ‘New York Times’: «No forma parte del mejor interés de Estados Unidos implicarse en una guerra total con Rusia, aunque una paz negociada pueda requerir que Ucrania tenga que tomar algunas decisiones difíciles».
Con todo, estas expresiones a favor del pragmatismo en la guerra de Ucrania están todavía lejos de ser unánimes. Estados Unidos, Reino Unido y una serie de países del centro y este de Europa insisten en que Rusia debe pagar el mayor precio posible por su agresión. Y repiten el argumento de no tropezar dos veces en la misma piedra de la pasividad que caracterizó la respuesta occidental ante la anexión de Crimea en 2014. A su juicio, apaciguar ahora a Putin no producirá una paz duradera.
Para estas voces críticas, se han cruzado todas las líneas rojas posibles, empezando por los 419 asesinatos perpetrados en la localidad de Bucha. En este sentido, la ofensiva de Putin contra Ucrania ha destruido la mínima confianza requerida para incorporar de nuevo a Rusia a cualquier sistema de seguridad de Europa.
Efectos económicos
La prolongación de la guerra va a agravar las consecuencias económicas que ya se están produciendo en todo el mundo, no solo por la disrupción propia de la confrontación bélica, sino porque el enquistamiento de ese conflicto está llevando a un «fuerte aumento de la fragmentación geoeconómica», como ha señalado Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI).
El riesgo realmente duradero es que, a raíz del choque geopolítico, las placas tectónicas del sistema internacional se separen, generando dos bloques económicos divergentes, con estándares tecnológicos, sistemas de pagos transfronterizos y divisas de reserva distintos. Si en las tres últimas décadas, la globalización ha triplicado el tamaño de la economía global, sacando de la pobreza a 1.300 millones de personas, una radical fragmentación tendría un profundo efecto contrario. Solo la división tecnológica, que limitará los flujos de innovación en el mundo desarrollado y privará del ‘know how’ a las naciones emergentes, puede llegar a pérdidas del 5% del PIB para muchos países, apunta el FMI.
Esta institución advierte de que estamos bajo una «larga tormenta perfecta». De entrada, en lo que queda de 2022 la situación económica seguirá empeorando. El FMI considera que el precio internacional del petróleo puede quedar este año en una media de 107 dólares por barril, por debajo del máximo de 130 dólares que se registró justo después de la invasión de Ucrania, pero casi triplica el precio medio de 2021, que fue de 38 dólares por barril.
Por su parte, los precios de los alimentos, que ya en 2020 subieron un 28% y en 2021 lo hicieron un 23% (inicialmente por los confinamientos de la pandemia, y luego por los costes de la energía y condiciones climáticas adversas), en 2022 lo harán en un 14%, de acuerdo con el Food Policy Research Institute. Este estima que los precios probablemente seguirán marcando nuevos récords históricos en 2023 porque la producción agrícola se reducirá por un menor uso de fertilizantes (menos abundantes y más caros).
La perspectiva de escasez o de encarecimiento de los alimentos, de la energía y de otras materias primas ha motivado que alrededor de treinta países hayan establecido restricciones para limitar o impedir la exportación de esos bienes. Si las trabas al comercio de 2019, en el marco de la pugna sobre aranceles entre Washington y Pekín, redujo el producto doméstico global cerca de un 1%, como advierte el FMI, ahora el impacto podría ser mayor.
Los países con peores perspectivas son Ucrania, con una caída del PIB estimada para 2022 de un 35%, y Rusia, dañada además por las sanciones que aplican 38 países, con un descenso del 8,5%, por más que el rublo se haya recuperado del desplome momentáneo tras la invasión. Los siguientes países más afectados serán los que más comercian con las dos naciones en guerra, singularmente los del Cáucaso, Asia Central y Este de Europa. Tampoco hay que olvidar la enorme dependencia que varias naciones del Norte de África y Oriente Medio tienen de las importaciones de comida (el 20% de sus importaciones son alimentos). El hambre generada en muchos lugares podría derivar en protestas sociales y acentuar la presión migratoria.
Riesgo de estanflación
Pero la onda expansiva llega al resto del mundo. La alta inflación amenaza con no ser un episodio limitado a los primeros meses del año, y numerosos países entrarán en 2023 con una inflación de dos dígitos. El FMI calcula además que diversos bancos centrales llegarán a subir los tipos hasta el 7%, sin que eso elimine del todo el riesgo de estanflación (alta inflación con crecimiento económico estancado).
La fragmentación de las redes bancarias como consecuencia de las sanciones occidentales a bancos rusos ha llevado a una desconfianza internacional que puede incrementar los costos de las transacciones. Si hasta ahora el 6,3% del valor de las transferencias internaciones era cobrado por los intermediarios (unos 45.000 millones de dólares al año), el riesgo de que los bancos sufran sanciones por usar según qué conexiones puede llevarlos a incrementar el volumen de ese peaje.
Todo esto agrava las situaciones financieras de muchas naciones, ya sin músculo presupuestario por la pandemia. Alrededor del 60% de los países con bajos ingresos tienen significativas vulnerabilidades en términos de deuda pública, lo que aboca a una reestructuración de obligaciones que tendrá que ser sufragado por los países desarrollados, cuyas finanzas están igualmente muy dañadas.
Los expertos alertan de una gran desmoralización social, por las últimas crisis acumuladas y la falta de perspectivas, que puede lastrar la resiliencia de muchas naciones. A diferencia de la década de 1970, que fue la anterior ocasión de alta inflación y el elevado endeudamiento, hoy las sociedades desarrolladas son más viejas y se enfrentan con menos recursos anímicos y esperanza a los retos del porvenir.
Propuestas para una paz negociada FRANCIA Y ALEMANIA PROPONEN VOLVER A LAS NEGOCIACIONES. ITALIA HA PRESENTADO A LA ONU UN PLAN QUE CONGELARÍA EL FRENTE ACTUAL