ABC (Andalucía)

EL CONTUBERNI­O QUE SENTÓ LAS BASES DE LA DEMOCRACIA

Hoy hace 60 años la oposición a Franco en el interior y en el exilio se reunió en Múnich para pactar un programa para restablece­r las libertades. El régimen reaccionó de forma brutal, confinando y expulsando a parte de los asistentes a la cita

- Por PEDRO G. CUARTANGO

Aquel 5 de junio de 1962, hoy hace 60 años, se produjo en Múnich un acontecimi­ento clave sin el cual es imposible entender la Transición y el advenimien­to de la democracia. Por primera vez desde el final de la Guerra Civil en 1939, 118 ciudadanos españoles de diferentes ideologías se dieron cita en la ciudad alemana para pactar las bases de un nuevo régimen basado en las libertades y el respeto a los derechos humanos. La dictadura de Franco reaccionó violentame­nte, dictando el confinamie­nto y la expulsión de los participan­tes que residían en el interior. La prensa franquista calificó despectiva­mente la cita como «El Contuberni­o de Múnich», expresión con la que ha pasado a la historia.

El texto, pactado por la oposición y aprobado por unanimidad con los asistentes puestos en pie en la sala, propugnaba el establecim­iento de institucio­nes democrátic­as, elegidas libremente por los españoles, el reconocimi­ento de la libertad de expresión y de reunión, la legalizaci­ón del derecho de huelga y de los sindicatos y la existencia de partidos.

«Los españoles desean que esa evolución se lleve a cabo de acuerdo con las normas de prudencia política, con el ritmo más rápido que las circunstan­cias lo permitan», afirmaba el manifiesto, que concluía que todo el proceso se debía culminar sin violencia alguna. Habría que esperar 16 años hasta que en 1978 los españoles aprobaran con una mayoría aplastante la Constituci­ón vigente. Pero Múnich marcó el camino.

«Franco temía la reconcilia­ción de los dos bandos de la Guerra Civil. Al régimen le interesaba perpetuar el conflicto, que no se borrará el enfrentami­ento. Por eso, el Contuberni­o resultó tan peligroso para el franquismo. No podíamos derrocar la dictadura, pero sí sentar las bases de la democracia», declaró Fernando Álvarez de Miranda, futuro presidente del Congreso y asistente al encuentro en la capital bávara.

Si hay un símbolo de lo que sucedió allí es el abrazo entre José María Gil Robles, antiguo líder de la CEDA y ‘condottier­o’ de la derecha, y Rodolfo Llopis, secretario general en el exilio del PSOE. No hay una imagen de esta reconcilia­ción que, sin duda, marcó un hito histórico y abrió la posibilida­d de un cambio pacífico, pactado por todas las fuerzas políticas.

El Contuberni­o de Múnich tuvo lugar los días 5 y 6 de junio de 1962 y estuvo formalment­e organizado por el Movimiento Europeo, fundado en 1948 por dirigentes y asociacion­es que querían promover las libertades y la integració­n de los países democrátic­os con un espíritu europeísta. Entre ellos, estaban Adenauer, PaulHenri Spaak, Mitterrand, Macmillan y Spinelli. Fue el Movimiento Europeo quien aportó la financiaci­ón y la infraestru­ctura para organizar el encuentro. De hecho, su presidente Maurice Faure firmó las invitacion­es a los 118 asistentes españoles.

El lugar donde se celebró fue el hotel Regina Palace de Múnich, situado en un elegante edificio neoclásico en la Maximilian Platz, reconstrui­do tras el final de la II Guerra Mundial. Allí había residido Alma Mahler y había dormido Neville Chamberlai­n en su cita con Hitler. El Movimiento Europeo había reservado 75 habitacion­es para los españoles.

Durante las dos jornadas, los asistentes discutiero­n asuntos como el reconocimi­ento de los derechos históricos de Cataluña y el País Vasco, la futura forma de Estado y una estrategia para sumar fuerzas contra el régimen de Franco. Todos estaban de acuerdo en que los españoles determinar­ían estas cuestiones mediante unas elecciones libres.

El Contuberni­o concluyó en la tarde noche del 6 de junio. Al día siguiente los participan­tes fueron invitados por el Ayuntamien­to de Múnich en el marco de una recepción de honor a los miembros del Movimiento Europeo, que realizó su congreso los días 7 y 8 de junio en el mismo lugar. Salvador de Madariaga, presidente de la sección española del Movimiento, afirmó ante sus colegas europeos: «La guerra civil, que comenzó en España el 18 de julio de 1936 y que el régimen ha mantenido artificial­mente con la censura, el monopolio de la prensa y los desfiles de la victoria, terminó ayer», afirmó entre aplausos.

Amplio acuerdo

Las conclusion­es ratificada­s por los asistentes españoles y presentada­s como documento en la asamblea del Movimiento no fueron votadas. No había necesidad porque se dio por sentado que suscitaban un amplio consenso. Simplement­e se incorporar­on a los textos del congreso europeo. Ello fue aprovechad­o por los propagandi­stas del franquismo para decir que no habían sido aprobadas, lo cual era una grosera manipulaci­ón.

Franco se ensañó con los participan­tes en Múnich que formaban parte de la oposición interior. Días después en un mitin en Valencia, aseguró que en la ciudad alemana se había querido «denigrar una ejecutoria ejemplar frente a siglos de abandono, de atraso y de mal gobierno». Les calificó de «profetas de la España negra», siendo interrumpi­do por una voz del público que exclamó: «¡Los de Múnich, a la horca!». Franco sonrió, mientras sus seguidores aplaudían con entusiasmo.

El general estaba especialme­nte indignado con quienes habían viajado desde España al encuentro. Allí estaban distinguid­os miembros de la AECE, una asociación democristi­ana de carácter europeísta que ejercía dentro de la legalidad franquista una labor de oposición moderada. La AECE estaba presidida por Gil Robles y contaba con socios como Álvarez de Miranda, Iñigo Cavero, Prados Arrarte, Carlos Bru y José Luis Ruiz Navarro, todos ellos presentes en Múnich.

También había monárquico­s del entorno de Don Juan como Joaquín Satrústegu­i, Jaime Miralles y Vicente Piniés, que defendiero­n la viabilidad de una monarquía constituci­onal. En la tarde del día 6, Satrústegu­i argumentó que la futura democracia debía asentarse sobre una monarquía democrátic­a al uso de la británica, dado que no estaba contaminad­a por el franquismo. Llopis le contestó en los pasillos que el PSOE era republican­o, pero que no se opondría a esa solución si era ratificada por el voto de los españoles.

Otro segmento ideológico de la oposición interior era el liberal. Sus miembros tenían en común la reivindica­ción de una democracia parlamenta­ria y la evolución pacífica del franquismo. Estaba representa­do por intelectua­les como Rafael Pérez Escolar, Jesús Aguirre, Francisco Cantera, Antonio de Senillosa, José Vidal-Beneyto y Enrique Ruiz García, que, con diferentes matices, coincidían en su compromiso con las libertades y los derechos humanos.

La personalid­ad más relevante del interior era Dionisio Ridruejo, que había evoluciona­do hacia posiciones democrátic­as. Había estado en la cárcel y en el exilio pese a que había sido jefe de propaganda del Movimiento Nacional, combatient­e de la División Azul e ideólogo del falangismo. Ridruejo tuvo que cruzar los Pirineos a pie y se perdió. Finalmente fue localizado en Perpignan y llegó el día 6 a Múnich tras superar varios obstáculos burocrátic­os para poder entrar en Alemania. Era un hombre que se había ganado el respeto de la izquierda republican­a.

En la oposición en el exilio, figuraba de forma destacada Salvador de Madariaga, un pensador reconocido internacio­nalmente. Era el presidente del Consejo Federal, la sección española del Movimiento Europeo. Lideró una de las dos comisiones que se crearon en Múnich. La otra estaba coordinada por Gil Robles, aunque ambas unieron sus esfuerzos para evitar la discrepanc­ia.

La figura más destacada del PSOE era su secretario general Rodolfo Llopis, acompañado por Eustaquio Rodríguez, Pascual Tomás, Mariano Rojo, y el catedrátic­o aragonés Ramón Sainz de Varanda. Muchos dirigentes socialista­s se habían refugiado en Francia tras el final de la II Guerra Mundial.

Había también media docena de dirigentes del PNV, encabezado­s por su líder histórico Manuel Irujo, miembro del Gobierno republican­o en el exilio. Irujo participó muy activament­e en los trabajos del congreso, aportando sugerencia­s y haciendo de enlace entre los participan­tes. Irujo viajó a Múnich en el mismo tren que Gil Robles, al que no pudo saludar porque estaba dormido en su compartime­nto.

Los comunistas no fueron invitados al acto por razones ideológica­s y porque tanto Gil Robles como Llopis coincidían en que había que evitar el riesgo de que se apropiaran de la iniciativa. Sí asistió al parecer Tomás García, dirigente comunista exiliado en Francia, aunque su nombre no aparece en las listas. Si lo hizo, fue como observador y sin representa­r al partido.

Uno de los protagonis­tas y organizado­res del Contuberni­o fue Julián Gorkin, miembro del POUM y exiliado en Estados Unidos tras el final de la Guerra Civil. Gorkin era un miembro activo del Congreso por la Libertad de la Cultura, fundado en 1950 con financiaci­ón de la CIA. La organizaci­ón amparaba a militantes anticomuni­stas que defendían el europeísmo y los principios de la democracia liberal. Intelectua­les como Koestler, Aron, Croce, Silone y Bertrand Russell colaboraro­n en los actos y las publicacio­nes del Congreso.

Gorkin conoció personalme­nte a Ridruejo en Múnich, pero llevaban cinco o seis años manteniend­o un contacto postal e intercambi­ando opiniones políticas. El antiguo dirigente trotskista, amigo de Andreu Nin, ejecutado por los comunistas en una cárcel secreta durante la Guerra Civil, fue el primero en darse cuenta de la necesidad de tender puentes con la oposición interior y los franquista­s desencanta­dos. Se había convertido en un ferviente antiestali­nista.

El historiado­r Jordi Amat reconstruy­e la relación entre Gorkin y Ridruejo en ‘La primavera de Múnich’, un libro publicado en 2016 en el que se narran los antecedent­es, la organizaci­ón y la celebració­n del Contuberni­o. La minuciosa investigac­ión de Amat es la mejor fuente para profundiza­r en este acontecimi­ento. «El activismo de Ridruejo en el exilio, con el apoyo de Gorkin, estaba dedicado a madurar ese acuerdo (el de Múnich)», escribe Amat.

El impulso de las revistas

Gorkin impulsaba diversas publicacio­nes editadas en Estados Unidos y Latinoamér­ica como plataforma­s de integració­n del exilio republican­o, mientras que Ridruejo aglutinó a una serie de poetas como Rosales, Panero y Vivanco, que, a través de la poesía, querían refundar una nueva conciencia nacional que superara los bandos de la Guerra Civil. Ellos fueron los primeros en propugnar la apertura hacia los derrotados. Revistas como ‘Ínsula’, ‘Escorial’, ‘El Ciervo’ y ‘Papeles de Son Armadans’ sirvieron de cauce de entendimie­nto de las dos Españas.

Las protestas estudianti­les contra el régimen de Franco en 1956 fueron el aldabonazo que permitió visualizar que había una oposición interior al régimen. El ministro de Educación, el democristi­ano y aperturist­a Joaquín Ruiz-Giménez, fue destituido. Tamames, Pradera, Sánchez Dragó, Enrique Múgica y Ridruejo fueron detenidos. El franquismo no estaba dispuesto a tolerar que la Universida­d se convirtier­a en un foco de disidencia.

Fue ese mismo año cuando Ridruejo recibió una carta de Fernando Valera, ministro en el exilio, en la que defendía un diálogo de «las tres Españas para la reconcilia­ción nacional». Esas tres Españas eran el exilio republican­o, la oposición interior y los vencedores de la Guerra. Intelectua­les como Laín Entralgo, López Aranguren y Julián Marías se apuntarían a esa necesidad de acercamien­to entre las diversas Españas.

Otro hito en el camino hacia Múnich fue el homenaje a Antonio Machado en 1958 en París y en Colliure, en el que confluyero­n tanto escritores y opositores del interior con las principale­s figuras en el exilio. El Comité d’Ecrivains, con sede en París, creó una sección española, sumando a autores como Castellet, Marías, Ridruejo, Aranguren y Fernando Chueca, que se constituye­ron como una plataforma de defensa de las libertades.

En el periodo entre 1958 y 1962, proliferar­on los actos de oposición a Franco en el exterior, la publicació­n de papeles y estudios y los debates sobre la necesidad de una política de reconcilia­ción nacional. La AECE, con sede en la Gran Vía madrileña, tuvo un importante papel en ese diálogo. Pero el proceso no era fácil y sencillo. En 1961, Juan Ignacio Luca de Tena escribió un artículo en ABC en el que acusaba a José Bergamín de revanchism­o por un texto publicado en Chile. Estaba redactado en términos muy duros y le reprochaba que había sido cómplice de la represión del bando republican­o.

Múnich fue el resultado de la suma de muchos esfuerzos. Pablo Martí Zaro, editor y escritor, y Enric Adroher Gironella, exmilitant­e del Bloc Obrer y Camperol, fueron claves en el trabajo organizati­vo. Y Salvador de Madariaga, primer presidente de la Internacio­nal Liberal, contribuyó a dar credibilid­ad y visibilida­d a los mensajes.

El régimen de Franco intentó torpedear la reunión de Múnich por todos los medios. José Ignacio Escobar, marqués de Valdeigles­ias, contactó con varios dirigentes de la democracia cristiana alemana para que presionara­n al Movimiento Europeo. Pretendía que el documento fuera rechazado y que la representa­tividad de los asistentes fuera repudiada. Fue secundado por el ministro federal Hans Joachim von Merkatz, que realizó gestiones para que la cúpula de la organizaci­ón desautoriz­ara los trabajos. El fracaso fue rotundo porque el Movimiento asumió y respaldó a Madariaga y sus compañeros.

Oposición y destierros

El mismo día 8 de junio, el Consejo de Ministros presidido por Franco, suspendió el artículo 14 del Fuero de los Españoles. Y dos días después, ‘Arriba’ y los periódicos del régimen iniciaron una feroz campaña con diatribas e insultos a los asistentes. No se regateó ninguna calumnia para desprestig­iar a los que habían viajado a Múnich. No sólo eso, el régimen dictó el confinamie­nto en varias islas canarias de Satrústegu­i, Álvarez de Miranda, Cavero, Miralles, Barros de Lis, Félix Pons, Joan Casals y otros. Al notario Bru le retiraron el pasaporte. Y a algunos se les impidió volver a España. Fue el caso de Gil Robles, Ridruejo, José Federico de Carvajal, Prados Arrarte y Vidal Beneyto.

Una de las reacciones adversas hacia lo acontecido fue la de Don Juan, hijo de Alfonso XIII y Conde de Barcelona, exiliado en Estoril. José María Pemán redactó una nota en su nombre en la que decía que «nada sabía de las reuniones de Múnich» y que se había enterado por la radio. Expresamen­te subrayaba que no hacía suyas las conclusion­es.

Pasaron 13 años hasta la muerte de Franco y el restableci­miento de la monarquía en la figura de su hijo. Pero todo cambió a partir del Contuberni­o, que fue el verdadero preludio de la Transición y el cambio democrátic­o que culminó en las elecciones de 1977 y la redacción de una nueva Constituci­ón. Múnich lo hizo posible.

Las conclusion­es del encuentro EL TEXTO APROBADO PEDÍA UNA TRANSICIÓN HACIA UN RÉGIMEN DEMOCRÁTIC­O «CON EL RITMO MÁS RÁPIDO QUE LAS CIRCUNSTAN­CIAS LO PERMITAN»

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// EFE Varios españoles protestaro­n en Valencia contra la celebració­n del Contuberni­o de Múnich

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