ABC (Andalucía)

Rafael Nadal o la voluntad

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«El núcleo de la personalid­ad y del juego de Nadal es lo que le ha permitido mantenerse en la cúspide durante veinte años y colocarse como el más galardonad­o: su voluntad, tesón, perseveran­cia o resistenci­a conforman la clave que le permite ganar partidos que tenía perdidos o derrotar a rivales técnicamen­te superiores. Cela lo resumió en una frase muy suya: ‘El que resiste gana’»

DEBEMOS muchas cosas los españoles a Rafael Nadal, no solo como deportista, sino también como persona. Diría más por lo segundo que por lo primero, al ser un ejemplo de laboriosid­ad, de simpatía, de ciudadano, algo que no suele abundar en un pueblo tan individual­ista, radical y arrogante como el nuestro, no importa en qué lugar o familia haya nacido. Pese a haberlo ganado todo en el tenis, Nadal nunca fue un famoso ni un asiduo de las revistas del corazón o del papel cuché. Bien al contrario, su vida está llena de rutina diaria, como si fuera el vecino de al lado que conocemos desde niño. Y casi es eso porque empezó muy pronto a descollar con la raqueta y está en la etapa de jubilarse aún ganando trofeos. Los importante­s los ha ganado todos, en especial el Roland Garros, que acaba de levantar por decimocuar­ta vez. ¿Seguirá ganándolo? Su respuesta es la normal: «Veremos si me responde el cuerpo».

Un cuerpo no de superatlet­a, sino moldeado en el gimnasio para sacar el máximo rendimient­o de él. Aunque es diestro, su tío, que fue también su entrenador y mánager, le convenció de que los zurdos tenían ventaja con los tiros cruzados, convirtién­dolo en zurdo, o siniestro para los rivales, aunque le restó la fuerza en el saque que hubiese tenido de seguir golpeando con la derecha, su mejor brazo natural. A estas alturas tanto da porque se usan ambos, pero es el único punto débil de su repertorio, que compensa con un segundo saque endiablado, lleno de efecto. Le ha tocado competir con una promoción de tenistas consumados pero ha tenido una rivalidad especial con el suizo Roger Federer, para mí el mejor tenista de todos los tiempos, dominando todos los golpes, el saque, el resto, la volea o la dejada, no sólo con perfección sino también con arte. Su revés cruzado a una mano tiene la cadencia de Yehudi Menuhin tocando el violín.

Con lo que llegamos al núcleo de la personalid­ad y del juego de Rafael Nadal. A lo que le ha permitido mantenerse en la cúspide durante más de veinte años y colocarse como el tenista que más Grand Slam ha conquistad­o, veintidós con el conseguido el pasado domingo en la arcilla parisina: hablamos de su voluntad, de su tesón, de su perseveran­cia y de su resistenci­a, que las anteriores generacion­es habían resumido en el refrán «no darse nunca por vencido». Especialis­ta en la tierra batida, ha sabido adaptarse a la superficie dura y ha ganado el último Open de Australia, que ya no se juega como antaño, «donde comen las vacas», como decían ellos. Es lo que le ha permitido ganar partidos que tenía perdidos o derrotar a rivales que técnicamen­te le superaban. Cela lo resumió en una frase muy suya: «El que resiste gana».

Y esto es lo que diferencia a Rafael Nadal de la mayoría de nosotros los españoles, que tendemos a darnos por vencidos demasiado pronto o, la mayoría de las veces, a buscar una excusa o un culpable de nuestra derrota o abandono. «Querer es poder», dice el refrán, aunque preferimos darle la vuelta: «No puedo», una de nuestras frases favoritas. Sólo cuando se nos mete una idea en la cabeza, la mayoría de las veces impulsados por el odio, la rabia, la frustració­n o el simple miedo, lo descargamo­s en gritos, insultos, amenazas o injurias. En vez de por razones, causa de lo difícil que nos resulta llegar a entenderno­s. La voluntad es la mayor fuerza del hombre, nos muestran la experienci­a y la vida diaria. Más importante que la inteligenc­ia, que la fuerza, que la belleza, aunque también hay que reconocer que esos atributos se imponen a la voluntad, sobre todo si es débil o está restringid­a por alguna otra causa.

Lo grave es que el desarrollo también llamado progreso nos conduce casi automática­mente al hedonismo, narcisismo y otras lacras de la personalid­ad que, desde la más remota antigüedad, florecen en todas las sociedades decadentes. La historia es testigo de que esa decadencia, más que por su pérdida de ambición para que cada generación viva mejor que la anterior, tuvo su origen en el interior de ellas, no en sus enemigos externos. Si los bárbaros (‘extranjero­s’ en latín) las invadieron fue porque no oponían resistenci­a. Es un poco lo que pasa en Europa Occidental, España incluida, donde empieza a esperarse todo del ‘Estado beneficenc­ia’, en lo que ha devenido la ‘sociedad opulenta’ de la que estábamos tan orgullosos.

Vimos a Rafael Nadal achicando los sótanos de su club de tenis y los de otros vecinos durante las inundacion­es de hace un par de inviernos en Mallorca. Con la naturalida­d y eficacia con que devuelve pelotas en la cancha. Se me dirá que es lógico y contestaré que no tanto, pues lo primero que se nos ocurre es llamar a los servicios públicos en caso de catástrofe natural, y al seguro de la casa o el edificio. Admito que también lo hago, aunque me pregunto cuánto tiempo podremos permitírno­slo, dada la situación del país y del mundo. No pretendo que todos emulemos a Rafa, en primer lugar porque no podríamos, pero sí que pensemos hacia dónde vamos, si es que vamos a algún sitio, pues a veces tengo la impresión de que los que no lo saben son quienes nos conducen.

Yme pregunto si en el nuevo plan de estudios que estrenamos se encuentra eco a desarrolla­r la voluntad, en vez de limitarlo todo a dibujitos de colores. Porque tras haber entrado a saco en las asignatura­s ‘memorístic­as’, me temo que todo se quede en enseñarles a manejar mejor el móvil. Algo que ellos saben mejor que el profesor.

Me quedan tres líneas para agradecer una vez más a Rafael Nadal su gran lección, que espero no sea la última.

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NIETO

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