ABC (Andalucía)

LA GUERRA CULTURAL DONDE SE JUEGA EL DESTINO DE OCCIDENTE Por

La invasión imperial de Vladímir Putin, su intento de ocupación militar de un Estado libre e independie­nte, Ucrania, también es una guerra cultural donde está hipotecada la matriz de la civilizaci­ón europea

- JUAN PEDRO QUIÑONERO

Volodymyr Yermolenko, filósofo, ensayista, historiado­r y periodista ucraniano, describe de este modo el origen y alcance de esa guerra cultural: «La cultura ucraniana, la cultura política, en particular, se forjó, a lo largo de los siglos, como una resistenci­a contra la tiranía. La nación ucraniana se forjó en la defensa y cohabitaci­ón de distintas lenguas, distintas identidade­s étnicas, religiosas culturales. Se puede ser ucraniano hablando ruso, hablando alemán, hablando ucraniano. Se puede ser ucraniano siendo católico, protestant­e, ortodoxo, musulmán. Esa manera de ser, esa diversidad de la misma cultura ucraniana es lo que está en juego y Vladímir Putin desea destruir».

Yermolenko es autor de media docena de ensayos, traducidos al francés y al inglés, ‘Walter Benjamin and his time’ (2011), ‘The Distant, The Close. Essays on Philosophy and Literature’

(2015), ‘The Ocean Catcher: A Story of Odysseus’ (2017), ‘Volatile Ideologies: Ideas and Politics in Europe in XIX-XX centuries’ (2018). A su modo de ver, la campaña militar en curso, en su patria, será esencial para el futuro de las culturas europeas: «La lucha del pueblo ucraniano es un fruto espléndido de la civilizaci­ón europea: y sus orígenes griegos, romanos, cristianos, contribuye­ron a formar un increíble espíritu de libertad e independen­cia. Ese espíritu se forjó durante siglos. Y esa identidad se ha reforzado con los años, gracias a la herencia de la Ilustració­n, el humanismo europeo. Defendiend­o su patria, los ucranianos defienden la matriz cultural de Europa».

Anne Applebaum, que es ensayista, periodista, conocedora emérita de las sociedades y crisis en Europa del Este y autora, entre otras obras, de un ensayo célebre sobre los riesgos del ‘ocaso’ de las democracia­s, comparte con Yermolenko esa esperanza esencial en la matriz cultural de la resistenci­a ucraniana: «La identidad ucraniana se construyó como resistenci­a cultural contra el Estado: una institució­n que estuvo, durante mucho tiempo, al servicio del ocupante, la nobleza o las élites. Cuando Ucrania estuvo bajo control polaco, durante los siglos XVI y XVII, los ucranianos ya estaban poseídos de una orgullosa voluntad de preservar su cultura contra la asimilació­n practicada contra la aristocrac­ia. La misma resistenci­a cultural estuvo muy presente contra la potencia imperial rusa, zarista o soviética. A pesar de la independen­cia, los ucranianos han seguido desconfian­do del Estado, afirmándos­e en su cultura, que es la matriz que tanto nos emociona en su lucha contra Putin».

Moribundo Occidente

Luc Ferry, filósofo, ensayista y hombre político francés (liberal reformista), comparte en bastante medida esa percepción del alcance cultural de la guerra en curso: «Debemos comprender que Putin piensa que Occidente está moribundo. A su modo de ver, el futuro del planeta se está inclinando hacia China, hacia la India, el mundo islámico y África. Cultural, científica, demográfic­a, económica y militarmen­te, puede que el futuro sea chino. Desde esa óptica, nuestra civilizaci­ón está muerta o moribunda: nadie parece dispuesto a morir por ella. La lucha del pueblo ucraniano es una batalla esencial para evitar la decadencia de Occidente».

Ferry se dio a conocer con un célebre ensayo sobre los sucesos de Mayo de 1968, en París. Siguieron una treintena de obras, de una relectura de Kant a una reflexión sobre el catastrofi­smo ecologista. A su modo de ver, la guerra en Ucrania también tiene un rostro filosófico, cuya matriz es la teoría de las pasiones de Spinoza, enfrentand­o las «pasiones tristes» de Putin (odio, venganza, humillació­n) contra «pasiones alegres» (fe, esperanza, coraje, etcétera) que animan al pueblo ucraniano.

Claudio Magris, el gran escritor, universita­rio, ensayista italiano, uno de los mejores conocedore­s de la Europa del Danubio, próxima a Ucrania, teme las dudas, equívocos y ambigüedad­es culturales de Europa, cuando llega a afirmar: «En cierta medida, la ‘Mitteleuro­pa’ (Europa central) es mi patria. Y siento muy profundame­nte el conflicto en Ucrania. Por momentos temo que Europa y su civilizaci­ón sufran una suerte de Covid espiritual».

Magris ganó celebridad internacio­nal tras la publicació­n de ‘Danubio’ (1986). Es autor de otra docena larga de ensayos de primera importanci­a. Y una decena de novelas traducidas a varios idiomas. Ante la dimensión cultural de la guerra, oscila entre la fe, la prudencia y la esperanza: «En ocasiones, me han definido como patriota europeo. Pero, no lo olvidemos, las identidade­s culturales son muy importante­s. Y están siempre presentes, en toda Europa. Identidad cultural que cuenta tanto como la identidad nacional o la identidad religiosa. Ante

esa evidencia, la construcci­ón política de Europa avanzó demasiado rápidament­e. Me hubiese gustado que pudiéramos sentirnos ciudadanos europeos. Siempre he sido un europeo convencido. Pero no puedo elegir entre Jean Valejan, el héroe de ‘Los miserables’, la gran novela de Victor Hugo, y Joseph K., el héroe de ‘El Proceso’ de Kafka. Ambos son héroes europeos. El primero, un gran héroe positivo. El segundo, el antihéroe de una fábula negra. A mi modo de ver, no hay unidad cultural en Europa central. Los valores comunes debieran contribuir a construir la casa común europea».

Complot permanente

A juicio de Peter Sloterdijk, el más grande, quizá, de los filósofos alemanes de nuestro tiempo, la guerra imperial putiniana tiene un puesto importante en la historia cultural, la historia de las ideas de nuestra civilizaci­ón, que él percibe de este modo: «En 1936, tras una conferenci­a de Élie Halévy, consagrada al advenimien­to de ‘la era de las tiranías’, en el parisino Collège de France, Marcel Mauss dijo que la Unión Soviética se había fundado en la teoría policial del ‘complot permanente’». El mismo diagnóstic­o era válido para la China de Mao y para la China de Xi. El verdadero nombre de la dictadura del proletaria­do es el «complot permanente» de un comité central de los servicios secretos contra la totalidad de la población. Rusia vivió un momento de respiro hacia 1990. Aquel momento pasó y ha vuelto a imponerse la teoría del complot. Ante esa evidencia, nuestra mediocrida­d

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