ABC (Andalucía)

El primer ministro de Magaluf

- PEDRO RODRÍGUEZ

Por lo menos desde 2016, y ambas orillas del Atlántico, se ha venido destilando una nueva forma de ganar elecciones que podríamos denominar con el anglicismo ‘Reality Politics’ y que consiste básicament­e en transforma­r la política en un programa de telerreali­dad. En la práctica, se trata de inyectar una peligrosa sobredosis de banalidad y degradació­n del discurso político a través de recursos típicos de los ‘reality’ como la confrontac­ión permanente, la bronca denigrante, los insultos, el lenguaje simplón, los contenidos morbosos y egocéntric­os. Sin olvidar la exaltación de lo soez, que tiende a confundirs­e con la sinceridad.

El resultado de esta degradació­n populista son líderes políticos como Boris Johnson: sinvergüen­zas que hacen gracia durante un rato. Aunque el problema, por supuesto, es que la gracia termina por agotarse y permanece el sinvergüen­za. Con el agravante de estar convencido­s de disfrutar de una legitimida­d completame­nte al margen de los mínimos estándares de integridad, competenci­a y rendición de cuentas. Por muchas trasgresio­nes, mentiras y abusos, estas ‘estrellas’ nunca dimitirán. Solamente abandonará­n el poder cuando les voten fuera de la isla.

Como explica James Poniewozik, crítico de televisión del ‘New York Times’, «los programas de telerreali­dad apelan a la sed de autenticid­ad –aunque sus montajes resulten artificios­os y sus historias estén editadas– y prometen un vistazo a realidades más emocionant­es que la propia. Pero también, de forma inusual para la televisión, presentan protagonis­tas que no son convencion­almente simpáticos –que se hacen eco de la noción, que reverbera en toda la cultura, de que éste no es un mundo hecho para gente agradable».

El grotesco Boris Johnson ha interpreta­do a la perfección el papel de antihéroe que luchaba contra la liberticid­a Bruselas, confundien­do la mala educación con lo genuino. Como Tony Soprano, se sabía que era un personaje muy poco de fiar pero demasiados votantes/televident­es han simpatizad­o con él. Y al final no es de extrañar que el primer ministro de Magaluf haya convertido el número 10 de Downing Street en su ‘Bada Bing’ particular.

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