ABC (Andalucía)

La Balcells olvidada del XIX

La escritora Pura Fernández biografía la misteriosa y trepidante vida de Emilia Serrano, que pasó de ser amante de Zorilla en París a llamarse baronesa de Wilson y ser la agente literaria de Alejandro Dumas

- MARÍA JOSÉ SOLANO

Hay escritoras que por muchas novelas que puedan escribir jamás superarán la de su propia vida. Es el caso de la baronesa de Wilson, una de las mujeres más interesant­es, misteriosa­s y singulares del siglo XIX.

Por algún roto del alma de aquellas mujeres del diecinueve, se fue derramando un elixir portentoso hecho de desengaño, intuición y valentía. Algunas fabricaron con él un perfume, otras un retrato o una novela, y unas pocas, como la baronesa de Wilson, lo usaron para esculpir una fascinante, embustera y extraordin­aria biografía.

Gracias a eso, aquella muchacha llamada Emilia Serrano, libre por fin de su imagen y semejanza, pudo crear a una nueva mujer a la medida de su siglo, sus amantes y sus ambiciones. Se impuso solo dos límites: el amor a su madre, perfecta compañera en el juego, y la carrera contra el tiempo, medido en una colección de valiosísim­os relojes (uno por cada día del año) de los que nunca se separó y cuya venta le ayudó a sufragar una parte de la solitaria vejez. Por desgracia, el dinero no le llegó para cumplir la voluntad de descansar junto a su pequeña hija, y esta mujer que lo fue todo, terminó en uno de los osarios generales del cementerio de Montjuïc. Yace, como tantos genios españoles (Cervantes, Calderón, Lorca, Velázquez…) en ningún sitio.

Por fortuna, recienteme­nte se ha recuperado su memoria en una intensa biografía minuciosa y objetiva. La autora, Pura Fernández, directora de Cultura Científica y Ciencias Ciudadana del CSIC, reconstruy­e una vida que es en realidad el diorama de un siglo en un sinfín de mundos: los de Emilia Serrano, la misteriosa Baronesa de Wilson. El libro, inevitable­mente, lleva el título de ‘365 relojes’ (2021, Taurus)

Imposible no existe

Audaces mujeres de su época la admiraron y le ofrecieron su amistad: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado, Fernán Caballero o Emilia Pardo Bazán, amiga a su vez del dramaturgo José Zorrilla, del que había dejado escrito que «era caprichoso e inconstant­e».

Zorrilla, en la cúspide de su fama, recién llegado a París en parte buscando fortuna y en parte huyendo de su mujer cuyo patrimonio había dilapidado, fue el primer gran amor de Emilia Serrano. Con su ayuda pudo acceder a los salones de la alta sociedad. Su talento hizo el resto, pues en poco tiempo pasó de ser una mera colaborado­ra en revistas de moda a fundar una propia: ‘La caprichosa’, magazine femenino exitoso desde sus inicios, recogía el latido del París más bullicioso y moderno, construyen­do (y esa es la clave del porvenir de la baronesa), un puente literario transatlán­tico. No olvidemos que aquel París era la sede del capitalism­o de la edición y capital del libro en español que se exportaba a los territorio­s americanos. La baronesa, formada en ese mundo,

supo aprovechar­lo para su propio beneficio.

En París, aquella muchacha de 16 años fue creciendo en fama y dolorosas certezas: Zorrilla, que le dedicó acalorados versos escondiend­o su nombre en los de Leila o Beida terminó marchándos­e y dejándola con una hija, Margarita Aurora, que nunca reconoció y que murió con tan solo cuatro años.

‘Aurevoir’ París

Los amigos de la joven, entre los que se encontraba­n nada menos que la emperatriz Eugenia de Montijo y los Dumas (padre e hijo), continuaro­n durante un tiempo dando un poco de sentido a aquel París triste. La muchacha se había convertido en la traductora de los Dumas al español, así como en la agente literaria de ambos. Alejandro Dumas fue, precisamen­te, quien escribió el epitafio de la tumba de la pequeña Margarita.

Sin nada más que perder («con el corazón vacío, helado»), transforma­da por ella misma en la viuda Baronesa de Wilson, decidió «volver a nacer» en América. Allí remontó la corriente del Plata e hizo las ascensione­s de los ásperos flancos del Tandil, del Aconcagua, el Misti, el Chimborazo, hasta llegar al Orizaba y al Jarullo, habiendo contemplad­o antes el ímpetu con que se precipita en los abismos el Tequerdama, en las planicies de los Andes, escribió de ella Carmen de Burgos.

La hija del sol

Su audacia no se limitó a la conquista de la naturaleza. Construyó grandes redes sociales y culturales iberoameri­canas a través de sus revistas y desarrolló un vasto programa de diplomacia literaria, difundiend­o el pasado histórico de los países americanos y su realidad contemporá­nea. Fue muy combativa con la imagen de atraso o barbarie que pudiera asociarse con ellos y con su tesón se ganó la amistad de la alta sociedad americana (la escritora argentina Juana Manuela Gorriti, la peruana Mercedes Cabello de Carbonera, la primera dama ecuatorian­a Marietta de Veintemill­a, o el matrimonio formado por Porfirio Díaz y su esposa, Carmen Romero Rubio, que llegaron a ser íntimos de la Baronesa).

La pérdida de las colonias significó para ella, por complejas razones, la pérdida de su prestigio y ya de vuelta a la España de fin de siglo, se inició su decadencia social y su soledad, aunque nunca dejó de escribir. Olvidada por todos, murió en una pensión de Barcelona, cansada de pedir reconocimi­ento y una ayuda económica al Gobierno, oyendo su propio final en el tic-tac de los pocos relojes que no había llegado a vender.

Un final cuanto menos injusto. La investigad­ora Pura Fernández repara, con merecida justicia, la memoria de una gran mujer en esta inmensa biografía.

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1 Retrato al óleo de la baronesa realizado en México por José Escudero, datado en 1883.
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2 Retrato de José Zorrilla, primer gran amor de Pura Fernández.
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3 El escritor francés Alejandro Dumas, en una fotografía tomada en el año 1855.
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// ABC Carta a Narciso Alonso Cortés, enviada por la baronesa en 1919
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