Kichi ‘pincha’ en el primer fin de semana de Carnaval
La condición laborable del día de ayer en Cádiz convirtió la celebración en una cadena de citas minoritarias sin apenas público. Los carruseles de coros estaban desangelados
Al Carnaval de Cádiz no le va bien el calor ni tampoco que el lunes sea laborable. Como la señora aquella que salió en el programa ‘Callejeros’ y decía, cuando se le bajaba la tensión, eso de «estoy lacia», así se quedó ayer la Viña, la plaza de la Cruz Verde, el Mercado y hasta la Plaza de las Flores: lacios. Ni rastro del ambiente de otros años cuando, entonces sí, por febrero, Cádiz era un hervidero de gente con ganas de escuchar. La decisión del alcalde de la ciudad, José María González ‘Kichi’, de retrasar a junio las fiestas ha vaciado las calles.
Ayer fue lunes de trabajar y no festivo de coros. Miles de lugareños y visitantes decidieron reservarse el domingo, dedicar la tarde a una película, un café, a Nadal o a nadar pero lejos de los excesos que tienen que ver con una fiesta como el Carnaval. El Ayuntamiento de Cádiz, un centenar de agrupaciones, varios millares de aficionados pretendieron que fuera un domingo de carnaval y lo lograron sólo a medias. O menos.
Desde primera hora de la tarde, quedó claro que sería una jornada dominical y carnavalesca muy distinta. El clima general —formado por esa amalgama extraña de tráfico, hostelería y ocupación de las calles del centro— era extrañamente calmado y pausado. Muy lejos de las imágenes que cualquier gaditano, cualquier aficionado a la fiesta con trienios de experiencia, tenga grabadas en una jornada similar.
Si algún detalle marca los domingos de carnaval son los coros, los carruseles. Aunque se les preste más o menos atención, son la excusa, la esencia, sobre la que circulan las chirigotas callejeras y el resto de rituales.
Además de ser muy tardías las caravanas de bateas, resultaron desangeladas, insuficientes. No atrajeron al público en la medida mínima que acostumbra la tradición, la fiesta, la afición. El cambio de calendario, con un lunes laborable y un domingo lleno de competencia en playas, ferias, romerías o sofás hizo estragos.
Para que los ausentes traten de hacerse una idea gráfica: si uno se acercaba a una determinada esquina del Mercado Central, del Palillero, la plazuela del Cañón, la plaza de Mina o Candelaria (con su escenario muy activo) podía encontrar cierta expectación, unas decenas, algún centenar de aficionados. Si se separaba de ese polo 30 metros, el clima era el mismo que un domingo cualquiera en el centro. Idéntico a un desértico y melancólico domingo cualquiera.
Es evidente que la afluencia de visitantes y de gaditanos fue asombrosamente menor que en cualquier día similar de un carnaval precedente. Incluso el del pasado febrero. Tampoco tiene que ser una desgracia ni un drama.
Los que disfrutan de las fiestas cuando están menos concurridas pueden saborearlas algo mejor, incluso. Menos molestias. Más agrado. Menos bulto. Más claridad. Los hosteleros, los camareros, se miraban entre ellos con gestos de contrariedad. Lo visto no era lo previsto, fuera por calendario laboral o por competencia externa. Por calor no sería porque el Poniente ha tenido la deferencia de hacer acto de presencia. La rebeca era más necesaria que el abanico.
Los carruseles de coros previstos eran dos, los dos domingos de junio incluidos en el programa oficial, ayer y el próximo. Alrededor del Mercado Central cantaban ‘Pachamama’, ‘Su majestad’, ‘La fábrica de conservas’, ‘El carromato de los niños’, ‘La gaditana que vuelve’, ‘Los dueños de Cádiz’, ‘El coro de La Isla’. Por momentos, resultó descorazonador verles, incómodo.
En algunos tramos de Cánovas del Castillo, en Mina o incluso en la celebérrima calle Libertad, símbolo de esta costumbre, había más gente cantando sobre las bateas que abajo escuchando. Hubo momentos en los que se planteó si merecía la pena cantar para tan escaso público. Si no hay interés, nos vamos. Ese parecía ser el comentario entre algunos integrantes de las agrupaciones.