El debate andaluz
Olona se sobrepuso a sí misma, a su tono, y se sobrepuso al propio debate, porque ¿qué tiene que ganar Vox ahí? Nada
LA ferocidad con la que los habituales han atacado a Macarena Olona tras el debate electoral andaluz ya es parte del paisaje y ni siquiera se discute, pero bien se les podría acusar (y yo acuso) de estar ayudando a silenciar el incremento de la violencia sexual en España, un hecho que callan de forma interesada. Su futuro, que es nuestro ‘desfuturo’, depende de ello. Todo fenómeno inmigratorio es un hecho redistributivo y ellos quieren endosarle la factura a otros reservando para sí los beneficios. Puede que hasta se quedara corta Olona en ese punto que fue clímax del debate.
Olona se sobrepuso ahí a sí misma, a su tono, a ese ser siempre Vivien Leigh en la escena del ocaso de ‘Lo que el viento se llevó’, y se sobrepuso al propio debate, porque ¿qué tiene que ganar Vox ahí? Nada.
También el momento ha cambiado. Lo nacional, siendo su razón de ser, no es el primer asunto ahora. Manda y mandará lo económico (donde lo liberal fiscal debería tener una flexión populista y social), la seguridad y un reformismo que sea, más que mero reformismo, palabra agotadísima, algo disruptivo, rompedor, un punto revolucionario: la gente quiere cambios, y confundido en la matriz de la vida institucional, Vox perderá la fuerza para sugerirlos. La vida autonómica, la vida enmoquetada, con su absurdo de Juanmarines, les castigará también. Por eso Olona estuvo bien cuando perdió el tono ursulinesco y entró en el cuerpo a cuerpo de gran parlamentaria litigante. Ahí hizo su aportación a Andalucía. Cuando se echó al centro del ruedo con su «corazón lleno de España», con su «hambre de prosperidad», con «los insultos como galones en el pecho», con una bata de cola invisible (¡nadie dudaba ahí de su origen!) para plantar cara al discurso oficial, terrible en los labios de Teresa Rodríguez, con los debidos matices: el inmigrante legal «hace patria», los homosexuales y mujeres han de ser protegidos, y las víctimas de segunda clase reconocidas… Esto lo dijo, aunque se negará por el tinglado negacionista de la violencia real, suburbial y diaria que es otro impuesto, el enésimo, que cargan en el español.
Ahí estuvo bien Olona, sin tanta zarandaja de manos abiertas y fuera del corsé autonómico en el que ni ella tiene nada que ganar, ni Vox grandes y nuevas aportaciones que hacer y donde todo acaba confundiéndose, ¿o acaso no parecían iguales Bonilla y Espadas?
El momento euforizante suyo se produjo cuando rompió lo hegemónico, cuando dijo lo indecible, es decir, cuando fue útil, y cuando recordó que el primer racismo conocido es el nacionalista contra lo andaluz, gran tabú para que el PSOE, Vaquilla nacional, empalme los dos cables del coche del 78: el voto sureño y catalanista.
En ese triunfo puntual, en ese ser-útil, ya una realidad overtoniana, encuentran el reproche Olona y su partido: ¿por qué pararse ahí? ¿por qué no extender el huracán?