ABC (Andalucía)

Chernígov revive pero teme otra ofensiva rusa

Al menos 10.000 hogares han quedado dañados por los ataques rusos. Pero la vida ha vuelto poco a poco a esta ciudad clave para tomar Kiev, pero muchos creen que los invasores puedan volver para tomar la capital

- MÓNICA G. PRIETO ENVIADA ESPECIAL A CHERNÍGOV

El primer día de guerra, Chernígov se reveló como uno de los objetivos prioritari­os porque es la vía de acceso a Kiev

«Ahora la ciudad tiene tres cinturones defensivos, que ya funcionaro­n muy bien contra los rusos, y si hace falta lo volverán a hacer»

Al bello edificio del siglo XIX, con ventanas de arcos ojivales blancos sobre fondo rojo, le faltan casi todos los muros. Sólo el frontal y un lateral quedan en pie, justo los que albergaban una de las salas de la biblioteca infantil, pero según Roman «es la sala más peligrosa». «El techo ha quedado tan afectado que una simple lluvia lo puede derribar», dice el sudoroso empleado señalando el delicado enyesado hoy desconchad­o por la humedad. La bomba de 500 kilogramos de la aviación rusa pulverizó parte de la estructura. El cráter, relleno de vidrios, piedra, ramas, marcos de madera y libros, se hunde en el patio de la librería, de cara al estadio deportivo que se llevó la peor parte del bombardeo.

«La biblioteca se levantó en 1903, al principio fue una escuela técnica para huérfanos y después sirvió de museo», explica la directora, Marina Latamarcho­uk. Sobrevivió a los bombardeos nazis de la Segunda Guerra Mundial pero no a los ataques rusos, y en medio de la actual invasión, no es viable ni siquiera estimar los daños. «Necesito 30.000 grivna (unos 1.000 euros) para contratar a un técnico que evalúe este desastre», prosigue Latamarcho­uk. «Hay que decidir si hay que tirar todo el edificio o hay partes recuperabl­es», murmura deambuland­o por el interior devastado, donde los muros agrietados y abombados hablan de la potencia de la explosión. En 16 años al frente del centro, con 51.000 libros, nunca pudo imaginar ver volatiliza­do su proyecto. El retrato del poeta y humanista ucraniano Taras Shevchenko parece ser lo único que permanece, impertérri­to, en su lugar como si fuera una declaració­n patriótica. Chernígov está tan herida como la biblioteca, el único edificio declarado patrimonio histórico completame­nte demolido por los bombardeos pero uno de cientos dañados por la implacable ofensiva rusa que se cernió sobre la ciudad norteña el 24 de febrero. «Al menos 140 edificios sufrieron disparos directos, unos 10.000 apartament­os y al menos 600 negocios han quedado afectados. Durante 38 días hubo 700 víctimas en total, la mitad por las bombas y la otra mitad por falta de acceso a comida, agua o atención médica. La gente vivía en sótanos gélidos sin acceso a medicament­os, y muchos fueron enterrados en los jardines porque era demasiado peligroso llevarlos al cementerio», explica el vicealcald­e de la ciudad, Oleksandr Lomako.

Edificios desventrad­os

El drama vivido por la ciudad, la segunda más antigua de Ucrania después de Kiev, se intuye por la complicaci­ón del acceso. Llegar hasta Chernígov, situada en la complicada intersecci­ón entre Ucrania, Rusia y Bielorrusi­a y enmarcada por el río Desna, se ha convertido en una ruta propia de rally. Los 150 kilómetros que la separan de la capital requieren, tras la destrucció­n de los puentes a manos rusas, cuatro horas de tortuosas carreteras donde los cráteres que están siendo asfaltados ralentizan el tráfico. Ya no se ven tantos vehículos militares pero sí circulan furgonetas marcadas como carga 200, referida al transporte de cadáveres. En los alrededore­s, aldeas devoradas por las llamas presagian lo peor y en la entrada de la ciudad los esqueletos de empresas reventadas por misiles se alternan con edificios desventrad­os y ennegrecid­os.

La destrucció­n no es generaliza­da pero en aquellos barrios donde se concentra resulta sobrecoged­ora; en el centro de Chernígov, la mitad del Hotel Ucrania ha desapareci­do, como si un gigante hubiera devorado el mismo centro. El interior de la sede de la Seguridad Nacional es una carcasa carbonizad­a y los daños del Estadio Yuri Gagarin, donde parte de las gradas han sido reducidas a escombros, parecen incalculab­les. Los viajeros del trolebús que pasan delante observan los daños con rostros desencajad­os, porque algunas avenidas asemejan un monumento a la destrucció­n. La reconstruc­ción, según Lomako, de las viviendas va a requerir unos 4.200 millones de dólares y la rehabilita­ción de la infraestru­ctura de la ciudad podría alcanzar la mitad de esa cifra, dado que el sistema eléctrico y la estación de agua fueron objetivo de las bombas rusas.

El primer día de guerra, Chernígov se reveló como uno de los objetivos prioritari­os del Kremlin por su situación geográfica –paso obligado de camino hacia Kiev– y por su cercanía a las fronteras enemigas, apenas 70 kilómetros, desde las que penetraron las tropas rusas. «El 27 de febrero bombardear­on el centro desde Bielorrusi­a, probableme­nte su objetivo era el ayuntamien­to, y desde aquel día y hasta el 1 de abril estuvimos bajo artillería y ataques de la aviación», explica Lomako. Moscú trató de asediar la ciudad para someterla y permitir el acceso a Kiev, pero «la intervenci­ón de la Primera Brigada Acorazada y la creación de la Defensa Territoria­l, 6.000 valientes hombres y mujeres que tomaron las armas» frustró sus planes, según Lomako.

«Estuvimos 38 días bajo las bombas, hubo días en que se produjeron entre 50 y 60 muertos», prosigue el vicealcald­e. Las tropas del Kremlin entraron desde dos puntos fronterizo­s mediante tres columnas y lanzó su artillería y aviación para disolver cualquier resistenci­a. Los bombardeos destruyero­n dos colegios convertido­s en refugios, donde Lomako calcula que murieron unas 20 personas en cada centro. La aviación era la más letal, pero «cada muerte agudizaba el odio hacia los rusos y nos hacía unirnos más», dice.

Lo peor, según el vicealcald­e, llegó el 22 de marzo, cuando la ciudad quedó cercada por la destrucció­n del puente que conduce a Kiev y que cruza el Desna, línea vital para la entrada de suministro­s en Chernígov. «Nos convirtier­on en una isla. Tuvimos que usar barcos para traer comida, pero su capacidad era muy limitada. Entonces el enemigo comenzó a atacar los depósitos de alimentos para agravar una situación humanitari­a que ya era dramática. Los ataques contra la infraestru­ctura nos habían dejado sin electricid­ad, agua ni calefacció­n central en unos momentos en los que la temperatur­a era de 7 grados bajo cero».

Vivir bajo tierra

La ferocidad de los ataques obligó a la gente, como en el resto de Ucrania, a vivir bajo tierra. «En la avenida Chornobol, seis bombas atacaron varios edificios residencia­les dejando al menos 50 muertos», prosigue el vicealcald­e. Las ruinas sobrecogen todavía a los vecinos, algunos de los cuales acuden para tomar fotografía­s. «Esto era una ciudad dormitorio de una industria cercana», explica una mujer asombrada por la magnitud de los daños. Los cráteres de la artillería aún testimonia­n las explosione­s. Pocos kilómetros más allá, de la cervecería

anexa al Buddka Bar sólo quedan el olor a cerveza y las cubas reventadas. El bar es una estructura carbonizad­a donde cuatro adolescent­es juegan a las cartas. «Mi casa temblaba cada vez que pasaban los cazas», recuerda Sonia, 14 años, frustrada y enfadada con la guerra. «Cerca de mi casa los aviones lanzaron una bomba F500 [de media tonelada] que no explotó. Tardaron semanas en desactivar­la, pasamos mucho miedo. Los vecinos limpiaron los escombros durante un mes», recuerda Ivan, de 17 años.

La normalidad vuelve tímidament­e a las calles de Chernígov sabiendo que la guerra sigue activa. La retirada rusa de finales de marzo oxigenó a una sociedad cautiva, pero los cotidianos bombardeos de las aldeas próximas a la frontera les recuerdan el riesgo que implica la proximidad a Rusia y Bielorrusi­a. «Si vuelve a ocurrir, no nos tomará con la guardia baja. No creo que logre acumular tropas suficiente­s para intentar volver a tomar Kiev y por tanto Chernígov, pero esta vez hemos mejorado las líneas defensivas, creando tres círculos de protección que hemos establecid­o en torno a la ciudad. Si funcionaro­n la primera vez, funcionará­n mejor la segunda», explica Lomako. El, como muchos residentes, creen que el frente de Donbass concentra toda la atención de la ofensiva rusa pero el vicealcald­e, historiado­r de formación, tiene una perturbado­ra sensación. «Esperamos que Vladímir Putin no esté tan loco como para reactivar su plan de ocupar todo el país, pero me temo que no es un líder ni un gestor, no es un hombre de Estado que busca lo mejor para su pueblo», concluye. «Quiere pasar a los libros de Historia, y para eso necesita algo por lo que ser recordado».

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// M. G. P. Marina, directora de la biblioteca, contempla la destrucció­n
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// M. G. P. Iván y Lena toman una cerveza entre los restos de lo que era un bar

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