ABC (Andalucía)

En Bruselas se aburren

- IGNACIO MARCOGARDO­QUI

Visto así, de lejos, uno diría que Europa se enfrenta a graves problemas. Tenemos una guerra que evoluciona mal, aunque solo sea porque dura demasiado. Sufrimos un devastador problema de inflación que está erosionand­o rentas y ahorros, a la vez que complica en exceso la llegada a fin de mes de millones de ciudadanos europeos. Nos enfrentamo­s al final de la extraordin­aria laxitud de la política monetaria, que va a desembocar en una segura, por anunciada, subida de tipos y puede que –esto no es seguro, pero es muy probable–, en una crisis de deuda, como consecuenc­ia de la retirada de las compras masivas realizadas por el Banco Central Europeo. Las nuevas emisiones, que seguirán siendo necesarias por culpa de los déficits públicos que no cejarán, se van a enfrentar a las lógicas exigencias que plantearán quienes asuman dichas compras. Al menos en los países del sur, cuya evolución suscita sospechas. Para completar el panorama tenemos el abastecimi­ento energético colgado del delgado hilo que nos une al tirano Putin y seguimos sin contar con la gran mayoría de las ayudas prometidas del NextGen, perdidas en una maraña administra­tiva que nos asfixia.

Estará de acuerdo en que tenemos muchos y graves problemas. Bueno, pues a pesar de todo ello, da la impresión de que, en Bruselas, se aburren. El Parlamento Europeo y los estados han llegado al sorprenden­te acuerdo de asegurar un salario mínimo digno para todos. La intención no puede ser más loable, pero, ¿cómo hacerlo? No entiendo cómo se les olvidó definir qué es un salario digno, ni cómo se puede hacer tal cosa sin relacionar­lo ni con la evolución de la productivi­dad, ni con el desempeño, ni la formación, ni otros detalles nimios como la situación económica de los que han de pagar ese salario mínimo. ¿De verdad que alguien cree en Bruselas que tal cosa se puede gobernar desde tan lejos? ¿De verdad creen que tan bondadosa declaració­n va a tener el más mínimo impacto práctico cuando hay varios países que ni siquiera han sentido la necesidad de establecer por ley un salario mínimo y a quienes la iniciativa no obligará a introducir­lo?

Supongo que será entretenid­o esto de pactar cosas con las que nadie puede estar en desacuerdo y que ninguna consecuenc­ia práctica tendrá. Creo que hay objetivos igual de nobles y más urgentes a los que dedicar tantos esfuerzos y tantas reuniones.

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