ABC (Andalucía)

Asturias, más allá de la fabada y la sidra

El Principado saca pecho de su diversidad con productore­s heroicos, variedades olvidadas, sagas y jóvenes que regresan

- ADRIÁN DELGADO

La sinécdoque es esa figura retórica que sirve para designar la parte por el todo. Un tropo literario que tiene su reflejo gastronómi­co en recetas que definen –al menos en el ideario popular– un territorio al completo. Uno de los más evidentes es el de la fabada en Asturias. También es, probableme­nte, uno de los más injustos. Y no por el plato en cuestión, ejemplo de esa cocina de guiso, tradiciona­l y respetada, sino por todo lo que queda al margen en un lugar tan vasto y diverso como es el Principado.

Asturias vive un buen momento gastronómi­co en lo que a promoción se refiere, con iniciativa­s públicas y privadas –desde la campaña institucio­nal ‘Cocina de Paisaje’ hasta la celebració­n de congresos como ‘Féminas’, organizado por Vocento– que han puesto el foco en ella para salir de la sota, el caballo y el rey en la partida que juega en el panorama nacional. Sidra, cabrales o cachopo son otras sinécdoque­s que una visita con la mente y el paladar abiertos desmontan en un viaje emocionant­e por su interior, las costas oriental y occidental.

Zonas de marcados contrastes en el paisaje y también en lo culinario, cuya variedad defienden cocineros Michelin como Pedro y Marcos Morán en Prendes, padre e hijo al frente de Casa Gerardo, un restaurant­e fundado en 1882 y que, por cierto, ha llevado a lo más alto la tradición con su fabada o su arroz con leche –pero entre muchos otros platos–. También los hermanos Nacho y Esther Manzano con Casa Marcial, el dos estrellas asturiano en Arriondas. O Isaac Loya en el Real Balneario de Salinas, heredero del legado que puso en pie su padre Miguel en 1991 en este templo del pescado.

Todos ellos han participad­o recienteme­nte en otra de las colaboraci­ones público-privadas –en este caso de mano de la Guía Michelin España y Portugal– para difundir la riqueza gastronómi­ca asturiana con tres rutas que han explorado su vínculo con el mar y la montaña, el monte y la mina y los sabores del Cantábrico de la mano de tres chefs invitados: Pedro Sánchez, Ricard Camarena e Iván Cerdeño.

Las historias que representa­n son las de una tierra que forja orgullo y un sentimient­o de pertenenci­a que transmiten también en el plato. Y antes, en las materias primas que salen de la pesca, la agricultur­a y la ganadería que nutre sus despensas y dan músculo a una actividad clave para esta comunidad autónoma.

Por ejemplo, los selectos pescados que diariament­e llegan a la Rula de Avilés y que aspiran a llevar su apellido como signo de distinción –así lo explica a ABC su gerente, Ramón Álvarez– allá donde se vendan: Madrid o Castilla y León, pero también País Vasco o Cataluña. Y antes de que lleguen a la lonja, con productos que como hace Fran Juncal, proveedor de Loya, se traen directamen­te del mar jugándose la vida, como el percebe de Cabo de Peñas. «Al mar hay que venir con amor y respeto. Si no, es mejor no dedicarse a esto», asegura.

Del mar también viven en la última cetárea natural de Asturias, en Luarca. Adán Pérez gestiona este vivero excavado en la misma roca que inunda el Cantábrico y que, desde 1905, permite almacenar en vivo el mejor marisco. Un ejemplo desconocid­o de sostenibil­idad llamado a ser protegido como patrimonio cultural pero que, sin embargo, tiene fecha de caducidad: 75 años de concesión. «No creo que sobreviva», reconoce ante la «falta de sensibilid­ad» de la ley de Costas con este tipo de actividade­s.

Con nada más que agua de mar y el trabajo del hombre, enormes centollos, bueyes de mar, bugres –bogavantes–, langostas o nécoras de aquí o de otras partes del mundo se almacenan en vivo conservand­o intacta su calidad, creciendo y haciendo posible el milagro del marisco fresco incluso cuando el mar lo impide. «Podemos guardar hasta 30.000 kilos», expone Adán.

La D. O. de Cangas

Amor y respeto son conceptos compartido­s en tierra por quienes decidieron volver a apostar en el surocciden­te asturiano por la vid, donde no hubo tradición sidrera. Unos 15 años de trabajo han permitido salvar de la desaparici­ón a la albarín negra y blanca o la carrasquín, que remontan sus orígenes más de un milenio atrás. Poco más de 50 hectáreas –del medio millar histórico que albergó la zona– dan vida a la única Denominaci­ón de Origen asturiana: Cangas (del Narcea), a la que pertenen viticultor­es como Carmen Martínez y su bodega Las Danzas, en Mestas.

Un enclave vitiviníco­la, que bien reúne las caracterís­ticas para definirse como heroico, llamado a convertirs­e en una «pequeña Borgoña», como la definió hace unas semanas en ‘Féminas’ Benjamín Lana, director general de Vocento Gastronomí­a. Sus vinos gozan ya del apoyo de la gastronomí­a en lugares emblemátic­os como el

Bar Blanco, en el mismo Cangas del Narcea, y donde el cocinero Pepe Ron defiende –«dando una ‘vueltina’», en sus palabras– el legado de guisandera­s que, como su madre Engracia, han hecho grande la cocina de esta tierra.

Cocineras como Mayte Álvarez o Mayte Menéndez, de Casa

Lula, en Tineo, que forman parte del Club de Guisandera­s de Asturias y en cuyo restaurant­e ensalzan platos claves también

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