Carlota Valenzuela, de Finisterre a Jerusalén a pie y visita al Papa
Esta joven de 29 años pidió un año de excedencia para realizar un viaje de fe. Recorre 20 kilómetros al día con seis kilos de equipaje y sin saber dónde pernoctará: «Llego a casa de alguien y tengo que convencerle de que me acoja»
Carlota Valenzuela pidió un año de excedencia en el trabajo para viajar a pie desde Finisterre hasta Jerusalén. Partió el 2 de enero de España. A un ritmo de 20 kilómetros al día, ha hecho el Camino de Santiago en sentido contrario, cruzado los Pirineos, atravesado el sur de Francia y entrado en Italia. En Ventimiglia tomó un desvío de cientos de kilómetros para llegar andando a Roma y contar su aventura al Papa.
«El motivo, el objetivo, lo que lo inicia y lo que lo pone en marcha es la fe. Entendí que para mi vida sería importante ponerme en camino rumbo a Jerusalén», asegura Carlota, de 29 años. «Al principio decidí no contárselo a nadie por si me estaba montando la cabeza con algo tipo ‘Hollywood a nivel estratosférico’. Luego empecé a verbalizarlo y vi que no era tan locura. Cuando se lo dije a mis padres fue un momento dramático, pero en mi casa siempre ha primado la libertad, y aunque no te encaje lo que haga el otro, es libre y tú le apoyas», asegura.
«A mi jefe al principio le chocó un poco, pero me ayudó a revisar el discurso para que cuadrara en Acciona, mi empresa. Por ejemplo, me convenció de que no dijera que me había sentido ‘llamada’ a ponerme en camino», recuerda sonriente. Su jefe –«se llama Pablo, cuéntalo»– le ayudó a identificar competencias que desarrollaría con el viaje: planificación, orientación a resultados, gestión de contactos… «Transformó mi plan en un gran proyecto de recursos humanos, y cuando lo presentamos al siguiente jefe, que se llama Carlos, se ofreció a ayudarme en todo: desde seguridad internacional hasta asesoramiento especializado país por país», añade Carlota. Desde Roma espera llegar antes de agosto a Croacia y recorrer Montenegro, Albania y Grecia para tomar un barco hacia Haifa en noviembre.
Al Papa le gustó ese espíritu de aventura. «He hecho tres mil kilómetros a pie para venir a verle», le dijo al Pontífice. Igual que los antiguos peregrinos, viaja con poco equipaje (seis kilos) y sin saber dónde pasará la noche. «Con mi hermano he preparado un calendario de dónde paro cada día, y lo envío a mi cuenta en Instagram por si conocen a alguien en esos pueblos y me ayudan a encontrar una familia que me acoja», explica. Pero no siempre recibe respuestas. «En la etapa antes de Lourdes, llegué a un pueblo en el que no conocía a nadie y sólo había hombres en un funeral. Entonces hice una especie de estudio sociológico: me fijé en a quién saludaba la gente, para ver quién era el más respetado. Había un señor al que hablaban con mucho aprecio. Me acerqué a él y le pregunté si sabía de algún sitio en el que pudiera dormir, y me acogió en su casa. Fue muy amable». Asegura que tiene «un presupuesto de 10.000 euros, y no he gastado ni el 40% de lo que correspondería al tiempo que llevo empleado».
La principal lección aprendida es «vivir al día, dejar pasar el pasado y no agobiarme con el futuro, que me roba el presente y me aleja de Dios». «Una competencia que estoy mejorando es la capacidad comercial. Llego a casa de alguien y tengo que convencerle de que me acoja con un discurso que no sea demasiado agresivo. Debo adaptarme rápido a mi interlocutor, sin conocerle, y presentarle un proyecto de forma breve y clara», revela. «En Jerusalén, si llego, no sé lo que me voy a encontrar, ni quiero saberlo. No quiero contaminar esta aventura con mis expectativas. Lo que el camino me está dando es tan enorme, que no me lo habría imaginado en mi vida. Esto es como tres MBA en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Pero no te engañes, no intento hacer ni un máster ni turismo. Es un viaje de fe al cien por cien», se despide.
Cerca de Dios «No quiero contaminar esta aventura con mis expectativas»