ABC (Andalucía)

Ayusizació­n: refugio y trampa

Refugiarse en este cantonalis­mo debería ser un recurso temporal

- MARIONA GUMPERT

EN abril de 1808 tuvo lugar el episodio más bochornoso de nuestra historia contemporá­nea hasta la llegada de Sánchez: Fernando VII abdicó en su padre, convirtién­dose en el protofelón, modelo de superviven­cia del que nuestro presidente ha sabido tomar buena nota. Carlos IV cedió, a su vez, los derechos del trono a José Bonaparte. Del levantamie­nto popular, guerra, y demás situacione­s que se sucedieron llama la atención el fenómeno de las Juntas provincial­es: nuevos poderes territoria­les que asumieron unilateral­mente la soberanía, legitimand­o su autoridad en nombre del pueblo y renegando de la oficial. Se otorgaron a sí mismas diversas prerrogati­vas, como la de promulgar leyes o asumir pactos con Inglaterra.

Desde la pandemia se observa un fenómeno que la derecha suele recriminar a la izquierda y a las regiones independen­tistas: ampararse en el sistema autonómico para perpetrar continuas deslealtad­es a la Constituci­ón y a la nación españolas. El PSOE encuentra ahora la horma de su zapato en la resistenci­a de los barones territoria­les de la derecha (sin el pequeño detalle de pasarse la ley por el forro). Un ejemplo paradigmát­ico del uso del paraguas autonómico frente al Gobierno lo encontramo­s en la gestión de la pandemia de Ayuso, que repite estrategia ahora contra la infame reforma educativa.

Ahora bien, refugiarse en esta especie de cantonalis­mo debería consistir exclusivam­ente en un recurso temporal desde el que recuperar lo perdido. Si nos atenemos a lo sucedido hace dos siglos, debemos recordar que las Juntas provincial­es supusieron únicamente un parche a modo de trinchera, nunca una solución definitiva (y no olvidemos que dichas juntas encarnaron el germen de los movimiento­s de independen­cia en Hispanoamé­rica).

Incluso el hecho de reunificar­se estas en una Junta Central Suprema resultó, asimismo, algo provisiona­l. Provisiona­l en un sentido práctico, pero también en cuanto a una cuestión de legitimida­d, representa­ción y autoridad. La victoria fue posible gracias a un profundo sentimient­o patriótico, la conciencia de ser una única nación en defensa de su soberanía.

El peligro de usar el sistema autonómico como escudo resulta obvio, pues puede acentuar el ya de por sí grave problema de regionalis­mo creciente que padecemos. No hablo ahora de lo evidente (la lacra del independen­tismo), sino la triste copia del fenómeno que empieza a asolar otras regiones de España. Éste último se está concretand­o en iniciativa­s como Teruel Existe, Soria Ya o con parte del electorado andaluz (y lo peor de sus representa­ntes) espetando a Macarena Olona su incapacida­d para presidir la Junta de Andalucía por ser de Alicante.

Resistamos, pero sólo como medida a la desesperad­a. Eso, o lo menos grave que nos sucederá será que el siguiente candidato alicantino al que insulten por presentars­e electoralm­ente fuera de la Comunidad Valenciana responda: «Pues lo vuestro no es paella auténtica: ¡es arroz con cosas!».

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