Pero, ¿todo esto es normal?
No nos dura nada el rebote, el asombro, el bochorno... Hemos aprendido a normalizar lo injusto y hasta lo apocalíptico
Hubo un tiempo en que lo llamábamos conformismo. Ahora, la palabra –nunca son inocentes– es normalizar. Esta sociedad despiadada no tiene tiempo para zarandajas y nos empuja a normalizar hasta lo indigesto. Se ha sacado de la oscura chistera eso de la resiliencia, que además de una palabra horrenda es otra forma de decir ‘anda y tira p’alante’, pero bajo la cobertura de crecimiento interior. Vas por la vida normalizando, que además de gerundio es un ‘tragando’ de manual. Te dura el asombro, el rebote, el bochorno, la pena... lo que la espuma en la cerveza o un ‘trending topic’ en el ‘prime-time’. Tragas. Y así, llegas a la gasolinera y esos dos euros/litro que te muerden el bolsillo nos parecen normales. Primero, te dijeron que no habría inflación; luego, que no iba a durar y, cuando te das cuenta, tú ya lo has asimilado y te atiborras a marcas blancas para cuadrar tu supervivencia. También era coyuntural lo de la atención primaria por teléfono por el virus. Y, dos años después, un muro de triajes nos sigue separando del médico de carne y hueso.
Ejemplos de andar por casa. Los hay peores. Hemos asumido sin despeinarnos que la clase media se haya dado la vuelta como un calcetín. Apenas queda el nombre, mientras la gota malaya de los impuestos sigue martilleando sobre las apesadumbradas cabezas. Que está bien, muy bien, que hablemos de los precarios ‘millennials’ sin futuro, pero, además, hay ‘boomers’ a los que las dos crisis ha dejado noqueados por encima de los 50, y tiran entre subsidio y ayuda para llegar a ¡67! sin ahorros y con la dignidad hecha añicos.
Normalizamos hasta lo apocalíptico. Nos recreamos hablando de pensiones y de esos abuelos «insolidarios» que cobran el doble que sus nietos –ni normal ni sostenible– y, en paralelo, asumimos que no haya niños en siete de cada diez hogares. Ríete tú de Gilead. Luego, a los 40 nos entran las prisas y, si podemos, nos pagamos unas ‘in-vitros’ que, con suerte, te vienen dos de golpe. Procreación exprés finiquitada. No hay óvulos para más. Y el paisaje se llena de carritos gemelares y lo vemos como anécdota, no como drama.
Vamos digiriendo el brebaje de la indolencia. Que haya alumnos que no tengan ni un 25% de castellano en Cataluña o que el sesgo ideológico se sirva entre sujeto, verbo y predicado en libros de texto. Los niños, ese futuro moldeable a nuestro antojo. Que Ayuso llame «malcriadas» a las feministas o que la ministra Montero celebre como logro feminista el indulto parcial de una mujer condenada por el secuestro de su hijo. La política, ay la política, eso sí que no es normal. Sin grises, sin blancos, sin negros. Todo barro bien polarizado que asimilamos porque tenemos nublada la memoria y olvidamos que fue distinto alguna vez. Resilientes todos. Aprieten dientes. Normalicen y disuélvanse.