ABC (Andalucía)

Nadal, fuera lamentos

Rafa es de otro mundo porque el que viene es más de atajos y requiebros

- AGUSTÍN PERY

Se va asentando eso tan español de emborronar las biografías excelsas. Ahora toca la de Rafa Nadal, al que algunos ilustres de la tinta andan afeando esta sensación de muerte deportiva en directo. El tormento físico del manacorí es cosa decidida por él y allá entonces con sus umbrales de dolor. La épica de su gesta recibe ahora súbitos ‘peros’ que hablan de que nace de una ambición sin cuartel, un masoquismo suicida o vaya usted a saber qué. Otros alaban al campeón total como antónimo del españolito de grada, que aplaude, jalea y, ahí el pecado, exige a Rafa que sea todo lo que no somos, como si el virtuosism­o de su tenis, y el juicio sobre el mismo, naciera de la comparació­n con nuestras carencias.

El caso es que Rafa es lo que ha querido ser, se ha esforzado para ello, ha renunciado a mucho para lograrlo todo y ha pagado en su cuerpo los excesos cometidos para alcanzar el reto. Nadal no es un espejo valleincla­nesco sino el compendio de las virtudes que debe atesorar un currante de lo suyo. En su caso ha logrado la excelencia que otros jamás alcanzarem­os, pero si hay una cualidad que nos diferencia del mejor atleta español de todos los tiempos es que sus lamentos son descriptiv­os, solo eso, no la artimaña con la que dopar una leyenda que se ha ganado a raquetazo limpio ni mucho menos una coartada lastimera.

Veo a Nadal y será difícil que alguien alcance lo logrado por el balear, no por talento sino por rigor y esfuerzo. Nadal es de otro mundo porque el que viene no gusta de eso, es de atajos y requiebros, cosido al ‘qué hay de lo mío’. Nadal sube a la red contra sí mismo porque el peor rival es su cuerpo, que a cada punzada parece recordarle que es mortal. A Nadal lo retirarán las derrotas que llegarán y la convicción íntima de que hasta aquí ha llegado el juego. Mientras, la ambición será el mejor linimento y eso es donde destaca sobre la grada de esa España macerada en derechos. Nadal es como el ‘warning’ de un coche que alerta de un problema interno. No somos como él, no podemos y, aún peor, no queremos, gripados por el sesteo subvencion­ado del lamento.

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