Conductores suicidas
La intervención del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Senado no ha aportado contenidos o hechos nuevos. Pero resultó aleccionadora por dos conceptos, uno más subrayado que otro. Casi sin excepción, los analistas han coincidido en decir que el presidente del gobierno, sin Pablo Casado enfrente, destaca aparatosamente. No como un general a la cabeza de la tropa, sino como un forúnculo en la punta de la nariz. Casado, con su violencia preventiva y desordenada, abría la posibilidad de responder a la recíproca. Tú más, y más tú, y todos tan contentos. Todo era un cúmulo de forúnculos, se mirase la nariz que se mirase.
Núñez Feijóo ha elegido otro telón de fondo. Un telón liso y de colores neutros. Emplea un tono moderado y dice pocas cosas, y las que dice, lleve o no razón, parecen tener sentido. La resulta es que el perfil que se recorta frenético sobre el telón, es solo el de Pedro Sánchez. Su «¡Lo único que saben ustedes es estorbar, estorbar, estorbar!·», dirigido a la oposición, sigue vibrando en los medios y las conversaciones.
Por motivos obvios. La imprecación rima con el «No es no», ese «No es no» que ha puesto al jefe de Ejecutivo en manos de Esquerra Republicana y compañía. Además, por un juego irresistible de asociaciones, es difícil no imaginar a Sánchez dirigiendo el mismo reproche a la Constitución: «¡No haces más que estorbar!».
Finalmente, ¡ya está bien! El presidente ha abierto una mesa de diálogo con los secesionistas catalanes, convertidos en la otra parte de una conversación entre iguales donde presuntamente se ventila el futuro del Estado; ha roto las prácticas parlamentarias más elementales; ha mentido con insistencia maniática. Si denunciar esos hechos es estorbar, menos mal que en España, todavía, hay alguien que estorba.
Hasta aquí, lo trillado. Pero la sesión del martes trajo a primer plano otro aspecto: la inusual intemperancia de Sánchez. Me refiero sobre todo a la forma. El político profesional que discrepa, incluso el que insulta, no discrepa ni insulta al modo en que discrepa o insulta un ciudadano que se enzarza en la calle con otro ciudadano.
Cada profesión se atiene a un implícito manual de estilo, a una especie de endecasílabo, que era la métrica a que acudía la Pitia para pronunciar sus profecías. Y a Pedro Sánchez le falló la métrica, como le falla la Constitución o le falla la división de poderes. «¡No estorbes!» se dice en el metro cuando nos aprietan. Sí, en el metro. Pero no en un acto público y solemne. Este detalle, que no es baladí, sirve tal vez para comprender un poco, solo un poco, el intrigante episodio del Sahara. Saltándose todas las rayas rojas, el presidente Sánchez ha adoptado una decisión gravísima sin consultar al Rey, sin consultar a sus ministros, sin consultar al Parlamento y sin consultar a Argelia.
La operación es tan sorprendente, y los costes tan enormes en comparación con las ganancias, que circulan dudas sobre lo que se cuece en la trastienda. ¿Acumulará el Rey Mohamed VI información reservada sobre Sánchez, conseguida a través de Pegasus? ¿Será víctima de un chantaje?
Se trata de meras especulaciones y, mientras sigan siendo especulaciones, de puros ejercicios de la fantasía racional. Yendo a lo seguro, yo fijaría la atención en el carácter del presidente del Gobierno. Lo del Sahara Occidental también le estorbaba. Y se ha quitado el estorbo sin medir las consecuencias. A ciertas personas, los estorbos las exasperan, como exaspera un tractor en una carretera comarcal. Y entonces adelantan en cambio de rasante.
Los españoles seguimos sin saber cómo es Sánchez, o qué turbulencias se ocultan detrás de sus maneras estereotipadas, interrumpidas por súbitas erupciones. Lo que sí parece fuera de duda, es que no le confiaríamos la administración de nuestras inversiones; ni el cuidado de nuestra salud; ni montaríamos en un avión donde él fuera el piloto. La pejiguera, el fallo, el mal fario, es que es el presidente del Gobierno.