El viaje a la ‘realpolitik’ de los ecopacifistas alemanes
► La guerra en Ucrania provoca que el partido de Los Verdes recupere las energías contaminantes ► Los principios de la coalición de gobierno quedan también aparcados con la legislación sobre el rearme
El Consejo de Ministros alemán ha aprobado esta semana el proyecto de ley que amplía la operatividad de las centrales eléctricas de carbón y petróleo, condenadas anteriormente a la reserva. La portavoz adjunta del Ejecutivo, Christiane Hoffmann, ha insistido en que el proyecto de ley «sobre la provisión de centrales eléctricas sustitutivas tiene el objetivo de reducir el consumo en el sector eléctrico ante la inminente de escasez de gas y el peligro para la seguridad energética de Alemania», apuntando así a los motivos pragmáticos que llevan a aparcar sus principios a la ‘coalición semáforo’, de la que forman parte liberales, socialdemócratas y verdes.
Para los liberales y los socialdemócratas no resulta agradable prolongar la vida del carbón, un paso atrás en la lucha global por la protección del clima con la que desde años están firmemente comprometidos, pero en el caso de Los Verdes debería resultar traumático. La invasión de Ucrania ha tenido como consecuencia, sin embargo, una metamorfosis sin complejos del partido ecopacifista, que nació para luchar contra el rearme y contra la energía nuclear, pero que se ve ahora en la necesidad de legislar tanto la mayor inyección financiera en el Ejército alemán desde la II Guerra Mundial, de 100.000 millones de euros solo este año, como la prolongación de la vida de fuentes de energía contra las que ha luchado desde su fundación, en 1980.
Sus militantes son los mismos que hasta principios de este año protestaban contra los transportes de residuos nucleares Castor, encadenándose a menudo a las vías del ferrocarril. La ahora responsable del Gobierno alemán para Cultura y Medios de Comunicación,
Claudia Roth, asidua a las protestas de Gorleben, calificaba hasta hace poco el dispositivo de 20.000 policías que hacía frente a los disturbios como un «estado de excepción». Son los hijos de los 30.000 estudiantes que en 1975 ocuparon los terrenos de Whyl, en los que se planeaba la construcción de una central nuclear, hasta forzar a los tribunales a retirar la licencia. El 10 de octubre de 1981 lograron reunir a 300.000 personas en una histórica manifestación en Bonn.
Y cuando por primera vez formaron parte de un Gobierno federal, en 2003 y como socio menor de la coalición con el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, repudiado ahora por sus lucrativas relaciones con Putin, el ministro verde de Exteriores, Joschka Fischer, impuso en Europa el rechazo a la participación militar en la guerra de Irak a la que llamaba el presidente de los Estados Unidos, George Bush.
Influjo pacifista
Tal era su fuerza, que solamente España y el Reino Unido escaparon en aquella ocasión del influjo pacifista alemán. Solamente Merkel logró adelantar por la izquierda a este movimiento ecopacifista, que sumaba voto cristiano y succionaba potencial electoral del resto de los partidos, legislando en 2011 el abandono exprés de la energía nuclear en Alemania, que debería terminar en diciembre de este año con el cierre de las tres últimas centrales en activo. Pero incluso esa operación es puesta ahora en cuestión por un gobierno del que forman parte Los Verdes.
El ministro de Finanzas, el liberal Christian Lindner, ha propuesto esta semana estudiar la prolongación de la vida de los reactores, alegando que, desde un punto de vista económico, no está convencido de que la transición energética pueda cumplirse satisfactoriamente sin esas centrales. «Alemania no debe cerrar los ojos ante un debate que se está dando en todo el mundo», ha esgrimido. «La gente espera que se consideren todas las opciones», en referencia a la inflación, «por eso aconsejo poner todos los argumentos sobre la mesa sin prejuicios».
Según una encuesta de INSA, la mayoría absoluta de los alemanes está ahora a favor de volver a la energía nuclear. El 50% de los alemanes considera sensato volver a la generación de energía atómica y solo el 63% de los votantes verdes la rechaza, en comparación con el 49% de los votantes del Partido Socialdemócrata (SPD). El ministro de Economía y Clima, el verde Robert Habeck, que en marzo estuvo a favor de la revisión de la cesta energética «sin criterios ideológicos», intenta ahora evitar esa última y definitiva claudicación, pero para
ello necesita garantizar el suministro energético por otras vías y está recurriendo a medidas a la desesperada, como la imposición por ley (‘Ley de Viento’) a los Bundesländer de instalación de turbinas eólicas en determinadas superficies mínimas, un proyecto que está causando malestar en los gobiernos regionales.
Ahorro de consumo
También quiere imponer por ley los techos solares en la construcción y lanzará en breve una campaña para promover el ahorro de consumo de energía por parte de los ciudadanos, una campaña muy criticada por los movimientos medioambientalistas que, como Antje von Brook, líder de Bund Für Umwelt und Naturschutz Deutschland, exigen «medidas de restricción de consumo vinculantes».
Habeck no ha tenido reparos, sin embargo, en subvencionar los combustibles fósiles a través de las ayudas al consumo de gasolina y diésel para aliviar a la población de los elevados precios energéticos, aunque seguramente el icono principal de la metamorfosis ecopacifista es la ministra de Exteriores, Annalena Baerbock, el miembro más activo del Gobierno alemán, mucho más activa desde luego que el canciller Scholz en la defensa del envío de armas pesadas a Ucrania. Mientras el SPD mantiene una línea prudente y contraria a cualquier paso en la escalada del conflicto, Baerbock arrastra por el suelo décadas de pacifismo de su partido argumentando que «hay que enviar armas a Kiev porque a Putin no se le puede frenar con palabras».