ABC (Andalucía)

Boris contra Boris

El peor enemigo del primer ministro británico es él mismo

- JOSÉ M. DE AREILZA

Boris Johnson ha sobrevivid­o al intento de buena parte del partido conservado­r de cesarle. Una vez superada la votación interna, quiere dejar atrás cuanto antes el ‘partygate’, aunque todavía los comunes debatirán si mintió al Parlamento. El folclórico primer ministro ha prometido más reformas económicas y se dispone a abordar el desaguisad­o del Protocolo de Irlanda del Norte, causado por su ejecución poco meditada del Brexit. El problema es que no tiene suficiente capital político para abordar una acción de gobierno que integre las sensibilid­ades contrapues­tas de los ‘tories’. Hasta sus seguidores más acérrimos empiezan a pensar que podría ser un candidato tóxico en las siguientes elecciones generales. La tentación del primer ministro es echarse en brazos del sector más nacionalis­ta de su bancada, que hace tiempo ha asumido los postulados de Nigel Farage y vive del conflicto con Bruselas.

Estos días el Gobierno discute una propuesta legislativ­a que modificarí­a de forma unilateral los términos acordados con la Unión Europea sobre el status de Irlanda del Norte. Boris sopesa hasta qué punto seguir a sus ‘hooligans’, dar una patada al tablero, saltarse el Derecho Internacio­nal y desatar una guerra comercial. Solo la presión de Joe Biden, dispuesto a defender los intereses de Irlanda, le puede llevar a seguir negociando con la Comisión Europea una mejora del mencionado acuerdo, que por otra parte parece del todo necesaria y lógica. De hecho, durante los últimos meses el Reino Unido ha trabajado más cerca de la Unión Europea, tanto en la guerra de Ucrania como en la lucha global contra el cambio climático. No se dan sin embargo las condicione­s para tejer en muchos más ámbitos una relación constructi­va. En el libreto del populismo, resulta imprescind­ible echar la culpa a un actor externo y desviar culpas y reproches. Pero el peor enemigo de Boris es él mismo, por su falta de autocontro­l y autocorrec­ción. Ni siquiera es previsible que haya aprendido algo de la exigencia de dimisión de más del cuarenta por ciento de sus diputados. Está claro que es un político con varias vidas y que ni siquiera sabe cuántas le quedan.

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