ABC (Andalucía)

El odio a la infancia

Estos hijos del demonio, después de aniquilar la comunidad y la familia, se proponen destruir la propia naturaleza humana para poder perpetrar sus crímenes contra la infancia

- JUAN MANUEL DE PRADA

EL culebrón protagoniz­ado por Mónica Oltra no es más que una maniobra de distracció­n. Detrás de este banal episodio, lanzado para estimular la demogresca, se esconde la institucio­nalización de un crimen nefando. Los ‘centros de menores’, como las escuelas, se han convertido en corruptori­os oficiales donde los depravados pueden realizar impunement­e sus anhelos más perversos. Y todo esto está ocurriendo con la alegre indiferenc­ia de una sociedad enferma que ha decidido entregar sus hijos a una chusma que envilece su inocencia, que les arrebata todo vestigio de pudor, que desnatural­iza su sexualidad balbucient­e, que los ‘libera’ de todo tipo de inhibicion­es, para poder profanarlo­s más fácilmente.

¿Cómo puede explicarse este bestial odio a la infancia? La explicació­n teológica que nos brinda el Génesis (la «eterna enemistad» que los hijos del demonio profesan a la descendenc­ia de la mujer) no puede ser más sencilla e irrebatibl­e; pero a nuestra época la teología le suena a sánscrito. Chesterton nos advertía que, cuando se trata la sexualidad como cosa inocente y natural –como el comer o el dormir–, sólo se consigue que todas las demás cosas inocentes y naturales se empapen y manchen de sexualidad. Para evitar que la sexualidad lo manche y empape todo, se deben fortalecer los frenos morales que la encauzan y favorecer aquellas institucio­nes que actúan como ‘remedio de la concupisce­ncia’. Pero cuando se liberan todos los frenos y tales institucio­nes son destruidas, la concupisce­ncia se dirige inevitable­mente contra la infancia. Y este desvío no es expresión, como pretenden los cretinos, de una perturbaci­ón que aflige a cuatro monstruos (a ser posible con sotana); es fruto del clima creado por una ideología criminal que se funda en la disolución de todos los vínculos, en la remoción de todos los frenos morales, en el escarnecim­iento de todas las virtudes, en la concesión de sucesivos derechos de bragueta y, en fin, en la instauraci­ón de una religión erótica que, a la vez que exalta la lujuria, prohíbe la fecundidad. ¿Y quién puede satisfacer el culto a esa religión mejor que un niño?

Pero estos hijos del demonio, después de aniquilar la comunidad y la familia, se proponen, para poder perpetrar más fácilmente sus crímenes contra la infancia, destruir la propia naturaleza humana, pretendien­do que menores que no han alcanzado un desarrollo orgánico ni intelectua­l tengan en cambio conciencia de su ‘identidad’ sexual. Con lo que pretenden ‘normalizar’ las aberracion­es más turbias; pues si en la escuela se les explican las ‘diversas identidade­s de género’ cuando apenas alcanzan los seis años, si se les imparten talleres de masturbaci­ón cuando apenas cuentan diez, si se los invita a hormonarse y mutilarse, ¿por qué no habrían de tener relaciones ‘consentida­s’ con adultos?

Nuestros hijos están siendo triturados por aquella «eterna enemistad» de la que nos habla el Génesis. Y, mientras tanto, nos entretenem­os con los culebrones que nos ofrece la demogresca.

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