ABC (Andalucía)

Vox se juega su influencia sobre el PP con la vista en las generales

▶Abascal presiona para que haya una coalición como la de Castilla y León y descarta incluso la abstención

- JUAN CASILLAS

La fuerza de Vox, su capacidad de negociació­n, se mide elección a elección. La primera prueba de fuego, la de Castilla y León, le salió bien a Santiago Abascal pese a confiar su candidatur­a a un novato en política, Juan García-Gallardo, hasta entonces desconocid­o en las esferas mediáticas. Pero cada proceso electoral es un examen hacia la meta mayor, las elecciones generales, a las que el líder derechista quiere llegar en una posición que le permita hacer sombra a la disputa por la hegemonía entre el PSOE y el PP.

Mañana, en Andalucía, Abascal se juega la consolidac­ión de una idea: que la alternativ­a de Alberto Núñez Feijóo ante Pedro Sánchez será con Vox o no será. Los populares intentan zafarse de ese escenario y que el caso de Castilla y León sea una excepción, pero Vox se resiste y lucha por convertirl­o en regla. Los mensajes en el partido, ya desde la precampaña, han sido calcados a los del mes de febrero. Si los populares necesitan un solo voto suyo para la investidur­a, tendrán que compartir gobierno con ellos.

Aviso reiterado

Lo ha dicho Abascal, lo solemnizó su candidata, Macarena Olona, en el debate de Canal Sur, y lo han repetido portavoces como Jorge Buxadé e Iván Espinosa de los Monteros cada vez que se les ha preguntado. No hay matiz posible en su discurso ni grieta por la que quepa la duda. Vox echó toda la carne en el asador prescindie­ndo de Olona en el Congreso para enviarla a Andalucía, y ahora quiere recoger los frutos de una apuesta de máximos. No hay más. Es la misma convicción que trasladaba­n en Castilla y León, aunque hay diferencia­s que en la formación conservado­ra despachan con displicenc­ia.

Alfonso Fernández Mañueco (PP) adelantó las elecciones castellano­leonesas con encuestas que le situaban al borde de la mayoría absoluta y, para justificar su decisión, rompió con su socio de gobierno, Ciudadanos (Cs), y le acusó de urdir en secreto un plan con el PSOE para arrebatarl­e el poder. Dos días antes, sin embargo, Francisco Igea (Cs), su entonces vicepresid­ente, había abogado por listas conjuntas con el PP. El relato no se sostuvo y la campaña electoral se le hizo larga a los populares, que obtuvieron una pírrica victoria: solo tres escaños por encima de los socialista­s y muy alejados de su objetivo inicial. Vox subió de uno a trece procurador­es.

Ahora, el escenario podría variar sustancial­mente. El PP, según los últimos sondeos, está cerca de la mayoría absoluta (55 diputados) y podría superar a toda la izquierda, mientras Vox, pese a crecer –algo que se daba por descontado de antemano–, no lo hace tanto como pensaba. De cumplirse el pronóstico de GAD3 para ABC, el PP se iría a los 53 escaños y Vox apenas sacaría cuatro más que en 2018, para situarse en dieciséis.

En ese escenario, la presión sobre Vox sería enorme para que al menos se abstuviese. En el partido de Abascal, por lo pronto, no se creen ese vaticinio y sostienen que, al menos, duplicarán su anterior resultado. Pero aunque se cumpliesen los peores sondeos para ellos, el partido asume su órdago como la única posibilida­d de que se apliquen realmente sus políticas. Su influencia sobre los populares dependerá de su resultado y, sobre todo, de su capacidad de hacerlo valer.

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