De orgasmos y faldas escocesas
Detesto la tiranía del género desde que tengo uso de razón
EN estos tiempos de identidades individuales todavía queda alguna cosa en la que la mayoría está de acuerdo en Occidente. Una de ellas es que la ablación de clítoris es una auténtica aberración, ¿verdad? Seguiría siéndolo, aunque fueran las mismas niñas las que lo pidieran por favor tras una supuesta reflexión. Aunque se realizara en las condiciones sanitarias más óptimas y seguras. Y aunque estuviera sufragada por un Estado democrático. Porque la mutilación genital femenina, aparte de su asqueroso objetivo –que ellas no disfruten–, es antinatura: se trata de la extirpación de una parte sana.
Entonces, ¿cómo podemos permitir que a una niña española se le corten los pechos o a un niño el pene? Y que, además, ¿sus madres y padres no tengan voz en un proceso irreversible? Es lo que propone la ‘ley Trans’. Todavía no tenemos asimilada la idea de la artificialidad del género, pero aceptamos atentar contra un derecho humano: el de la integridad del propio cuerpo. El Gobierno abraza teorías que sostienen que si un niño se pinta las uñas es que igual quiere ser niña. Si le gustan las cocinitas, también.
«Si dice que quiere ser pirata, no le cortes una pata», dice una campaña que intenta abrir los ojos contra estas mutilaciones. ¿Cómo hemos llegado a que alguien pueda convencerte de que puedes cambiar de sexo? Que me expliquen lo de las hormonas: en las granjas de pollos sí son dañinas, pero ¿en nuestros hijos no? Tampoco sé qué dicen los que aseguran que «el sexo se asigna al nacer» en la ecografía de la semana 20.
Viendo las acampadas del ya lejano 15-M parecía claro que lo que saliera de ahí sería anticapitalista y naturalista. Ha resultado todo lo contrario. Se han tragado entero el eslogan capitalista de ‘puedes ser lo que quieras ser’ confundiendo el ser con el parecer de mano de la cirugía estética más banalizadora. No me extrañaría que estas clínicas o algunas farmacéuticas sean las nuevas puertas giratorias de los políticos que quieren convencernos de que la meritocracia no existe, pero el cambio de sexo, sí. Ahí, promocionando peligrosísimas operaciones.
Si hay un término manoseado, amasado y retorcido en estos tiempos –libertad también está en la lista– es el de la tolerancia. La de las madres, por lo general, se acaba donde empieza el cuerpo de sus hijas e hijos. Echen un vistazo a Twitter. No dejamos conducir ni votar a los adolescentes hasta los 18, pero sí que antes puedan amputarse y perder, en parte, su derecho al orgasmo.
Detesto la tiranía del género desde que tengo uso de razón. De niña quería ser niño porque no me atraía la cocina, los pantalones me resultaban más cómodos y los pijamas de la sección chicas me parecían una cursilada. Gracias a que crecí en los 80, nadie pudo insinuarme que había nacido en un cuerpo equivocado. Tu sexo no es una enfermedad. Aunque haya quien quiera quemar los libros que lo recuerdan. Jugar al fútbol no te convierte en un chico. Ni vestirte con falda, en una mujer. Y si no, levántele el tartán a un escocés.