Jornaleros de hospital
Ya no solo importamos mano de obra para recoger fruta; también médicos para hacerse cargo de las plazas que aquí se desprecian
ESTOY cansada de palabras huecas. De esas que hablan de una sanidad del futuro «resiliente y con vocación transversal», que actuará «como palanca del crecimiento económico y expansión de los derechos humanos». Esas palabras tan bien intencionadas como inanes que brotan de los discursos de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, mientras el sistema sanitario explota. El coronavirus ha dejado una foto en nuestros centros de salud y hospitales que se asemeja al del paisaje tras una batalla. Pero el virus solo ha acelerado un problema que llevaba años gestándose.
De tanto repetirlo nos habíamos creído que nuestro sistema sanitario era el mejor, el orgullo de un país pequeño que se jactaba de las carencias sanitarias de otros grandes. Teníamos el sistema de trasplantes que todos querían imitar, los especialistas mejor formados de Europa y una sanidad a la altura de desafíos. Todo se sostenía con un hilván.
Basta con escuchar a nuestro alrededor o echar un vistazo al desahogo ciudadano en las redes sociales. Ciudadanos con problemas de salud a los que el sistema les hace cada vez más difícil el acceso a un especialista y hasta al médico generalista. Lo terrible es que no es un problema aislado de una comunidad autónoma, sino un mal generalizado que la recién aprobada ley de equidad no resolverá.
El ciudadano sufre y los profesionales sanitarios también, víctimas de una mala planificación y de una falta de recursos crónica sorteada con parches. El último remiendo es la contratación de médicos extranjeros, fuera de la Unión Europea. Ya no solo importamos jornaleros para recoger la fruta; también médicos para hacerse cargo de las plazas que aquí se desprecian. Será una inversión baldía porque después de años de residencia regresarán a sus países o se quedarán para trabajar en precario, advierten los sindicatos.
Quizás el Ministerio de Sanidad debería plantearse por qué después de seis años de carrera y, al menos, otro más preparándose el examen MIR, los nuevos médicos prefieren repetir el examen antes de elegir una plaza como especialista de Familia, una de las ramas más vocacionales de la Medicina. Tenemos las facultades a rebosar y los estudiantes que formamos no quieren cubrir los puestos más necesarios de la atención primaria, el escalón de la sanidad que resuelve el 90 por ciento de los problemas de salud. Sin pediatras ni médicos generalistas, el sistema sanitario se vendrá abajo y la presión, más aún, se trasladará a las urgencias de los hospitales.
Necesitamos profesionales mejor pagados y respetados, con contratos que respondan al esfuerzo de una vida de estudio y la responsabilidad de cuidar lo más preciado. También es el momento de replantear los criterios de acceso a las facultades de Medicina. En una profesión que obliga a asomarse cada día al dolor y la muerte, no deberíamos juzgar a los futuros médicos solo por su expediente académico. Urgen soluciones. Nos jugamos nuestro modelo de salud público, ese que todos queremos.