EE.UU. intenta salvar su alianza militar estratégica con Colombia
▶ La Administración Biden felicita a Petro y destaca que a ambos les unen «muchos puntos en común» ▶ La Casa Blanca se prepara para un cambio en su línea de aislamiento a las dictaduras en Cuba y Venezuela
La victoria de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales de Colombia el pasado domingo ha abierto un nuevo periodo en las relaciones con Estados Unidos, tras décadas de estrecha cooperación militar y contra el narcotráfico. Y aunque la Administración Biden ha felicitado inmediatamente a Petro, un exguerrillero que fue alcalde de Bogotá, en realidad se prepara para una nueva y alterada dinámica, en especial porque prevé un cambio sustancial en la postura del Gobierno colombiano con respecto a las dictaduras en Cuba y Venezuela.
Tras su triunfo el domingo, Petro pidió en su discurso «un diálogo en las Américas sin exclusiones de ningún pueblo, de ninguna nación», en referencia a la estrategia heredada de Donald Trump de embargos, aislamiento y máxima presión sobre los regímenes de izquierda. Después, Petro añadió: «Yo creo que llegó el momento de sentarnos con el Gobierno de EE.UU. y hablar, dialogar». El mero hecho de dialogar para actualizar entendimientos es en sí un gran cambio para Washington. La mala sintonía de Joe Biden con el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, había dejado al presidente saliente colombiano, el conservador Iván Duque, como el principal aliado de la Casa Blanca en su política hacia el resto del continente. Ahora, tras el cambio en Colombia se prevé otro en la misma dirección en el mismo Brasil, pues las encuestas vaticinan una victoria en las elecciones de octubre del izquierdista Luis Inázio Lula de Silva, que ya ostentó el poder.
En la reciente Cumbre de las Américas en Los Ángeles, hace dos semanas, quedó patente cómo necesitaba Washington el vínculo con Colombia: Duque fue uno de los pocos que condenó los abusos humanitarios del chavismo y el castrismo, y apoyó abiertamente la decisión de Biden de no invitar a la cumbre a los regímenes dictatoriales. En la foto de familia Duque quedó a la derecha de Biden. Ahora Petro llega al poder –tomará posesión el 7 de agosto– precisamente sumando a Colombia al eje que comandan Argentina y México, que exige que las decisiones para el continente tengan en cuenta a los regímenes de Cuba y Venezuela. De momento, con Biden, la Casa Blanca mantiene la política heredada por Trump, con algún levantamiento parcial de sanciones efectuado recientemente.
Hay mucho en juego en la relación entre EE.UU. y Colombia. Históricamente, las ayudas son monumentales. Solo entre 2000 y 2016, el Capitolio aprobó más de 10.000 millones de dólares (9.500 millones de euros) para el Plan Colombia, un acuerdo bilateral para acabar con el conflicto armado y el narcotráfico, que culminó con el acuerdo de paz con la guerrilla negociado y defendido por el expresidente Juan Manuel Santos. Desde 2017, el Legislativo norteamericano ha aprobado más de 2.000 millones adicionales.
Aliado fuera de la OTAN
En abril, Duque visitó la Casa Blanca y Biden aceptó declarar a Colombia aliado militar estratégico de EE.UU. aparte de la OTAN, con la finalidad de ahondar todavía más la cooperación en materia de defensa, algo que ya se ha hecho en los casos de Argentina y Brasil. Solo unas semanas después, un informe oficial sobre la relación bilateral preparado para el Capitolio con motivo de las elecciones pedía a los legisladores que estuvieran atentos ante probables cambios tras la victoria de Petro. «El Congreso debe estar atento a cambios en la cooperación de seguridad de Colombia con EE.UU., especialmente en materia de lucha contra el narcotráfico», afirma. «Además, Colombia es un socio estratégico de EE.UU. en la promoción de la gobernabilidad democrática y ha trabajado para oponerse al Gobierno autoritario de Venezuela. El Congreso debe estar atento ante cambios en las relaciones entre Colombia y Venezuela bajo el próximo presidente y puede considerar si –y, en ese caso, cómo– dichos cambios afectan el potencial de una mayor cooperación entre EE.UU. y Colombia en estos temas». Todos los fondos dedicados a cooperación con Colombia, que rozan los 500 millones anuales, deben ser aprobados por el legislativo.
Esto no quiere decir que haya cambio inmediato en las relaciones bilaterales. Como ha sucedido recientemente con Chile, un tradicional aliado estadounidense que ha pasado de la derecha a la izquierda, la Casa Blanca de Biden busca primeros puntos de acuerdo y de entendimiento. En una llamada con Petro, el jefe diplomático de EE.UU., Antony Blinken, «subrayó los valores democráticos que comparten nuestros países y se comprometió a fortalecer aún más la amistad de 200 años entre EE.UU. y Colombia», según un comunicado. Blinken recordó a Petro que «la estrategia antinarcóticos integrada de EE.UU. y Colombia se alinea con el objetivo del presidente electo Petro de disminuir la violencia rural».
El subsecretario norteamericano para Iberoamérica, el embajador Brian Nichols, fue un paso más allá, y en varias entrevistas concedidas este fin de semana destacó que a Petro y a Biden les unen «muchos puntos en común», y se refirió a la lucha contra el cambio climático y la pobreza. Según dijo a ‘El Tiempo’, «podemos trabajar juntos para generar mejoras para la región y sus habitantes y para ayudar a las clases trabajadoras y a los más necesitados, veo muchas áreas donde nuestras prioridades se entrelazan».
Lo cierto es que la Cumbre de las Américas dejó patente que a Washington le van quedando menos aliados para su política hacia el resto del continente, centrada hasta ahora en tres grandes ejes que no han cambiado en exceso con los relevos en la Casa Blanca: contener las rutas del narcotráfico y el crimen organizado; promover el cambio a un régimen democrático en Cuba, Venezuela y también Nicaragua, y poner coto a incursiones económicas de China y militares de Rusia.