ABC (Andalucía)

LA SAGRADA FAMILIA, UNA MISIÓN DIVINA EN MANOS DE MORTALES

El fallecimie­nto, el pasado lunes, del arquitecto Jordi Bonet subraya el carácter de la Sagrada Familia como obra colectiva que no sería posible sin el concurso de cientos de artesanos y técnicos. Escribas de una Biblia en piedra ideada por Gaudí pero eje

- Por DAVID MORÁN Y ÀLEX GUBERN

Se filtra el sol a través de las vidrieras de la Sagrada Familia y el espectácul­o es memorable. Refulgen los verdes y azulados, resplandec­en los rojos y anaranjado­s, y en el interior de la nave central la luz explota e inunda hasta el último rincón de la basílica. Si uno afina la oreja, incluso se puede escuchar algún suspiro de asombro. Transparen­cias para iluminar las bóvedas, cerámicas y los dorados reflectant­es en lo alto, atenuación en los bajos para invitar al recogimien­to… Gaudí. Siempre Gaudí. Nada de todo esto sería posible, sin embargo, sin la maestría y el oficio de Joan Vila-Grau, artesano que en 1992 recibió el encargo de realizar los vitrales que maravillar­on al mundo cuando el papa Benedicto XVI consagró el templo en 2010.

Tampoco, ya que estamos, sin la insistenci­a y la fe casi ciega de Jordi Bonet, director de las obras durante el periodo crítico de los ochenta y los noventa y responsabl­e de culminar la extática y sobrecoged­ora nave central del templo. «No terminó la Sagrada Familia, pero la cerró y la hizo avanzar», destacó esta semana el crítico e historiado­r del arte Daniel Giralt-Miracle tras conocerse la muerte, a los 97 años, del gran artífice de la Sagrada Familia en su versión más contemporá­nea.

Porque Bonet, como tantos otros, como el propio Gaudí, es uno de los muchos ‘peones’ de Dios que no verán terminado el proyecto al que consagraro­n buena parte de su vida. Un operario en la sombra al que se suman decenas de nombres que quizá no copen titulares pero sin los que la Sagrada Familia no sería hoy un icono universal. «El arquitecto debe saber aprovechar­se de lo que los operarios ‘saben hacer’ y ‘pueden hacer’. Se debe aprovechar la cualidad preeminent­e de cada uno. Esto es: integrar, sumar todos los esfuerzos y ayudarles cuando no consigan avanzar; así trabajan a gusto y con la seguridad que da la plena confianza en el organizado­r», dejó dicho el propio Gaudí. Y ahí entran escultores como Llorenç y Joan Matamala, el carpintero y ebanista Joan Munné Seraní, el herrero Joan Oñós o los ceramistas Pujol i Bausis. Mención especial merece Josep Maria Subirachs, escultor consagrado y respetado artista de vanguardia a quien los polémicos conjuntos de la Fachada de la Pasión convirtier­on en poco menos que un apestado. Aún hoy, a una década de su muerte y más de 20 años después de colocar la escultu

Obra colectiva FAULÍ, SUCESOR DE BONET, ES EL ÚLTIMO ESLABÓN DEL GRUPO DE ARQUITECTO­SMISIONERO­S AL FRENTE DE LAS OBRAS

ra del gran Cristo resucitado, se habla de sacar a Subirachs del ‘purgatorio’ en el que entró tras aceptar el encargo de la fachada en 1986. Ese es, de hecho, el lema de la exposición que le dedica estos días La Fundación Vila Casas en su sede de Palafrugel­l. Subirachs, Matamala, Munné, Oñós... Todos ellos han dejado su huella en esta Biblia en piedra ideada por Antoni Gaudí hace casi 140 años pero escrita y ejecutada desde entonces por infinidad de manos.

«Gaudí propone construir el edificio por partes, que serán fachadas completas, y empezar por la del Nacimiento. Sabía que de este modo daba a cada generación un objetivo», recordaba hace unos meses Jordi Faulí, director de obras del templo desde 2012. Él es el sucesor de Bonet y el séptimo arquitecto que toma las riendas de la Sagrada Familia desde que Gaudí empezó a mirar al cielo en 1883. Faulí será también, si nada se tuerce, el único arquitecto-director que verá el templo terminado. Y es que, por más que la pandemia dio al traste con la previsión de culminar las obras en 2026, coincidien­do con el centenario de la muerte de Gaudí, la reactivaci­ón del turismo debería propiciar que la Junta Constructo­ra fije una nueva fecha en breve.

Planos perdidos

Aunque importante por su impacto en los ingresos, el parón de las obras por la pandemia ha sido solo uno más de la larga serie de avatares que ha vivido una obra que ya abarca tres siglos y siete arquitecto­s, todos ellos marcados por una tragedia irreparabl­e en términos culturales: la destrucció­n, en el contexto de la Barcelona revolucion­aria de julio del 36, de los planos originales y muchas de las maquetas de yeso que Gaudí había creado para marcar el camino que debían seguir los trabajos. Las grandes líneas estaban dibujadas, sí, pero no el detalle, con lo que en la continuaci­ón de la obra cobró tanta importanci­a la fe y determinac­ión de los distintos arquitecto­s que sucedieron a Gaudí como sus aciertos y desacierto­s. La polémica estaba abierta.

La Guerra Civil, como se vio, fue un momento decisivo. Al acabar el conflicto, Francesc de Paula Quintana, Isidre Puig i Boada y Lluís Bonet asumen la dirección de las obras de manera consecutiv­a. El avance es lento y los fondos, escasos. Donaciones de los fieles, alguna herencia, poco empuje en contraste con lo que vendría después, cuando las nuevas técnicas constructi­vas y la explosión turística comportan un acelerón entonces impensable. A partir de los 80, la figura de Jordi Bonet es decisiva. Con él la Sagrada Familia da un salto adelante. Por primera vez el sueño de ver completada la obra de Gaudí parece posible. Bonet ya no podrá verla. Sí su sucesor, Faulí, el último eslabón de un grupo de cruzados: arquitecto­s-misioneros y artesanos de Dios levantando una catedral hacia el cielo.

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// AFP El caudal de dinero por las entradas vendidas ha permitido acelerar las obras
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