Alma iraní y nervio de thriller
‘LA LEY DE TEHERÁN’
Director: Saeed Roustayi.
Intérpretes: Peyman Moaadi, Navid Mohammadzadeh, Parinaz Izadyar...
Saeed Roustayi es un director iraní de última generación, nació cuando Abbas Kiarostami estrenaba ‘Close-up’ y el cine de su país aún no era imprescindible en cualquier Festival con ínfulas; solo ha hecho hasta el momento tres películas, y esta que se estrena es la segunda (la última, ‘Leila’s Brothers’, la presentó en el reciente Festival de Cannes), aunque su modo de atrapar la realidad iraní lo sitúa más cerca de Asghar Farhadi y su temática social que de ningún otro de los directores que lo han exportado al mundo en las últimas décadas.
En ‘La ley de Teherán’ vuelca su cámara sobre un asunto socialmente ingrato, escabroso, y más en una teocracia islámica, la reforma legal por la cual la tenencia de drogas (poca o mucha) es castigada con la pena de muerte, y a pesar de lo cual Irán está a la cabeza del mundo en consumo y trapicheo. En fin, con lo que es un grave problema, la película construye un thriller situando el punto de vista detrás de un policía de la unidad antinarcóticos y su persecución de peces gordos y peces chicos. La actividad policial, sus persecuciones e investigaciones, la información que se destila de su día a día sobre el sistema judicial y el contraplano de la realidad de Teherán, sus calles, sus puntos negros, sus barriadas de indigencia y hacinamiento de toxicómanos conforman el cuerpo argumental de esta película con alma iraní pero con el torso y figura del cine de acción de ritmo, tensión y adrenalina.
Las dos terminales de la trama, el perseguidor y el perseguido, la ley y su violador, el policía y el narcotraficante, las asumen los dos actores de confianza de Saeed Roustayi, los que han encabezado el reparto de sus tres películas, Navid Mohammadzadeh y Peyman Moaadi (al que recordarán por la maravillosa ‘Nader y Simin’, de Asghar Farhadi), con una interpretación que sutil pero reciamente acercan, empastan y ensanchan las líneas del bien y el mal. Hay una moral difusa y difícil de enfocar en esta historia que combina los métodos policiales, los vericuetos judiciales y los esquemas y motivaciones sociales que favorecen el narcotráfico y al toxicómano.
La trama policial tiene interés y buena estructura, pero lo esencial de la película es lo que se queda entre sus dientes, la observación de una sociedad, la sustancia de unos diálogos oficiales que delatan el sistema, la burocracia del proceso penal y las particularidades del lugar y la época. Y ello la convierte en una película conocida pero nunca vista.