ABC (Andalucía)

Capital del mundo

Mañana por la noche la capital del mundo lo será porque toca Andrelo. No hay mayor actualidad

- JOSÉ F. PELÁEZ

SOLO Dios y mi agente de viajes saben lo difícil que puede resultar encontrar un hotel en Madrid para mañana. Y no necesito un hotelazo, solo exijo algo digno, céntrico y con una mesa para escribir. Bueno, quiten lo de digno. Y la mesa, venga, escribiré en la cama, como Onetti. Incluso cambiemos ‘exijo’ por ‘suplico’. Pero lo de ‘céntrico’ es innegociab­le, yo no puedo irme a un polígono industrial, que luego me salen textos como de película de Fernando León de Aranoa y ya sabemos que la temática social es el recurso de los poetas sudamerica­nos cuando se les acaba el talento o de los españoles cuando se les acaba el dinero. Antes que despertarm­e en una gasolinera, prefiero dormir en El Retiro y pasar frío en este final de junio ártico. Y, si es posible, del lado de Ibiza, que está más cerca del Mediterrán­eo. Y del talento.

Pero está la cosa difícil. Tanto que, por fin, decido llamar a recepción para escuchar personalme­nte que no hay nada un martes y allí me dicen que «ya sabe, el evento, señor. Está Madrid lleno». «Claro, claro el evento, el evento». Tras mucho pensar, concluí que ‘el evento’ era el concierto de Calamaro en el Palacio de los Deportes. Desde luego, de todo lo que pasa este martes en Madrid, no encuentro nada más importante. El resto es secundario. Pero no, no se refería a ese ‘evento’. Se referían al otro. A la cumbre de la OTAN.

En otros tiempos la crema de la intelectua­lidad madrileña pasaría de Macron, de Biden y de Stoltenber­g y contraprog­ramaría una fiesta clandestin­a y alguna ‘performanc­e’ alejada de pretencios­idad y moralina para unir a los punkies de Usera con las asesoras de Washington. Es la rebeldía anti-‘establishm­ent’, la creativida­d dando un golpe de estado, la elite artística –¿hay otra?– queriendo someter a los hombres grises por la única vía posible, la del talento. Hoy, en cambio, veremos a los mejores escritores de mi generación analizando sesudament­e el lenguaje corporal de Jacinda Ardern, la sonrisa de Jakobsdótt­ir, la agenda de Von der Leyen o las anotacione­s de Trudeau.

Para esto hemos quedado. La política, la vulgaridad extrema de este ‘show’ lo ha tomado todo y ahora parece más profesiona­l hablar de la OTAN o de la inflación que de Calamaro, Morante o Antonio López. Y, por eso, la norma es que cualquiera de esos columnista­s con buena pluma y poca vida decidan que es más serio analizar las repercusio­nes de la postura de Erdogan en el precio del trigo que lo que está pasando en su barrio, en los museos o en las salas de conciertos. Estamos dejando de contar la esencia de nuestro tiempo a cambio de contar el trampantoj­o.

Mirando los diarios pareciera que las estrellas de la sociedad son los políticos y esa es, sin duda, la señal final de decadencia de una sociedad enferma, inculta y desensibil­izada. Miren, me da igual el Air Force One. Mañana por la noche la capital del mundo lo será porque toca Andrelo. No hay mayor actualidad. Ni mayor elite que aquellos capaces de poner un palo en la rueda de su tiempo.

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