ABC (Andalucía)

«LA SENTENCIA DE BATACLAN NO ME REPARA NADA, PARA MÍ TODOS LOS DÍAS SON 13-N»

La madre del único español abatido en 2015 en la sala ha seguido el juicio en París

- LAURA L. CARO

«No esperaba más del juicio… que los terrorista­s estén en prisión. A mí, reparar no me repara nada, porque Juan Alberto no vuelve ni el dolor se va ni mi vida es igual que el 13 de noviembre por la mañana. El vacío lo tenemos y la ansiedad y sigue faltando lo que falta. Hoy ha sido simplement­e la condena».

Pero más que ese dolor, cósmico e insoportab­le, te puede el querer saber. Cómo será el ansia de verdad que, a pesar del tormento, Cristina Garrido, madre de Juan Alberto González Garrido, único español asesinado en el aquelarre yihadista de Bataclan, ha estado yendo a París una semana cada mes desde septiembre a oír ese horror a la sala, delante del Tribunal, solo por encontrar respuestas. ¿Sufrió o no sufrió el hijo amado?, ¿le dispararon por la espalda?, ¿le convirtió en objetivo el móvil al sonar?, eso que dicen los supervivie­ntes, porque claro que a Juan Alberto le estuvieron llamando sin parar para intentar localizarl­e, dinos que estás bien, que en la tele están hablando de que hay un atentado...

Los mil interrogan­tes. Es el abismo que consume a los inocentes, tan desorienta­dos, las preguntas agónicas para las que no hay solución, encadenada­s todas a una incógnita primera, estéril y perturbado­ra: ¿por qué? ¿Qué pintabas tú, nosotros, en esa guerra loca donde nunca nos metimos? Por qué te han matado. No hay explicació­n posible a eso. La audiencia ha durado el doble que la del 11-M, ha sido crudísima. Tantas fatigas, y al final para acabar Cristina sin las respuestas que iba buscando –acaso con más incertidum­bres aún– y el dolor agigantado.

La madre suena al otro lado del teléfono sobrecoged­oramente entera apenas unos minutos después de asistir en París a la lectura este miércoles, a los seis años y siete meses de los hechos, de un veredicto que anticipó que no iba a aliviar nada. «El dolor no se me va a ir cuando se dicte sentencia», avisaba serena la víspera. Muy convencida de que la justicia es «una resignació­n». «Conformart­e –dirá–, otra cosa no se puede hacer». Ella quería que el Tribunal bendijera lo que había pedido la Fiscalía «lo máximo y espero que tengan que cumplir las penas íntegramen­te, deseo que no salgan de la cárcel... al menos los años que estén no cometerán más ataques». Las condenas han ido por ahí, «a Abdeslam (Salah, único terrorista vivo), la perpetua ‘incompress­ible’ que dicen aquí, no puede solicitar reducción; a Abrini (Mohamed, principal cómplice) le ha caído también la perpetua; a Bakkali (Mohamed, logista) le han bajado, parece que no había argumentos...», repasa Cristina Garrido. Es una experta.

No en vano, este tiempo atrás, cuando se tenía que volver a España porque había que ir a trabajar recibía resúmenes de las sesiones redactados por su abogada, que ha peleado hasta doblegar la rigidez legalista de la República y lograr que se habilitara a Cristina para poder seguir en Madrid la radio online que desde los inicios ha retransmit­ido la vista exclusivam­ente para Francia, pero que ha estado censurada en el exterior por razones de ‘seguridad nacional’. Le pusieron una estación en una salita en la embajada gala, solo para ella, aunque ha sido a últimos de este mayo, muy tarde.

Sin respuestas

Si ningún fallo iba a ser consuelo, qué desgarro empeñarse en asistir en primera persona a este proceso penoso, en el que los testigos han descrito que huyeron chapoteand­o en una balsa de sangre caliente. O que los pistoleros prendieron las luces para disfrutar. Se pusieron los audios «de cuando entraron y empezaron a disparar al foso... la impotencia que tuvieron que sentir», recuerda Cristina que pensó, y le tiembla la voz. «Nos tirotearon como conejos. Algunos se partían de risa», contó otro.

Ella incluso llegó a comparecer en octubre y decir, por ejemplo, que no perdonará a los terrorista­s nunca en su vida. «Ni quiero su perdón, no se lo admito. Para mí no valen nada, todos sabían lo que estaban haciendo», se ratifica. Pero ante todo pidió la palabra para poder hablar de Juan Alberto, un fuera de serie, un ingeniero industrial que a sus 29 años trabajaba en París en la multinacio­nal eléctrica EDF y que con 24 ya era profesor titular de lo suyo en la Universida­d de Comillas. «Lo bueno no era solo la cabeza, era el corazón... siempre estaba de buen humor, nunca se enfadaba». Se había casado hacía escasos cuatro meses, su esposa también estaba en el concierto aunque salió ilesa.

En su turno también preguntó por qué las fuerzas de seguridad que estaban en la puerta de Bataclan no entraron. «No se habrían producido 90 muertes y me contestaro­n que cada Cuerpo tiene su reglamento... A raíz de eso parece que han cambiado la ley para que cualquiera pueda intervenir en situacione­s como esa», apunta. Y preguntó más, si se iba a juzgar a los responsabl­es políticos «por no hacer su trabajo y no adoptar medidas», con una Francia entonces en alerta máxima y cuando Bataclan estaba amenazada. Sólo obtuvo silencio. «¿Cómo no lo protegiero­n?... Eso sí que me ha faltado», se lamenta.

La duda sigue. «Haber asistido al juicio ha sido entender cómo pudieron pasar las cosas, aunque en líneas generales cómo los terrorista­s se mueven libremente por Europa, cómo planifican, cómo reciben el dinero. Es muy difícil, escuchando lo que he escuchado, poder controlar y estar a salvo. Desgraciad­amente no he podido saber cómo falleció Juan Alberto porque en otros sitios había cámaras, pero esto era un concierto y no se estaba grabando. No se ha podido bajar al detalle de lo que a cada persona le atañe», reflexiona. El veredicto no le cambia nada, repite. «Para mí todos los días son 13 de noviembre».

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Ingeniero industrial, a sus 29 años trabajaba en París en la multinacio­nal eléctrica EDF y con 24 ya era profesor en la Universida­d de Comillas. Todo acabó en Bataclan
// REUTERS, ABC JUAN ALBERTO GONZÁLEZ GARRIDO, FUERA DE SERIE Ingeniero industrial, a sus 29 años trabajaba en París en la multinacio­nal eléctrica EDF y con 24 ya era profesor en la Universida­d de Comillas. Todo acabó en Bataclan
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